Cuentos pol¨ªticos
Una de las circunstancias corrientes de la controversia pol¨ªtica es el conflicto de interpretaciones, la colisi¨®n de contrarios, la pol¨¦mica institucional. En ello se basa la democracia y en ello se fundamenta su superioridad civilizada. Uno de los aspectos m¨¢s preocupantes del actual curso es, sin embargo, la tendencia del poder, de los poderes pol¨ªticos o econ¨®micos, a difundir un relato contrario a las evidencias y a las pruebas cuando alguno de sus representantes se ve acusado con fundamento, un largo serm¨®n que puede adoptar incluso la forma de la alegor¨ªa o de la par¨¢bola. No es que se evite asumir la responsabilidad de un traspi¨¦ o que se responda balbuciendo una excusa. Lo que ahora es corriente, lo que se impone como una de las formas del debate institucional, es oponer un torrente de palabras a lo que cualquiera ve y a las pruebas que imputan. Lejos de negar defensivamente la acusaci¨®n de la que uno ser¨ªa v¨ªctima, como fue habitual a comienzos de los noventa, en vez de mostrarse impotente pretextando la persecuci¨®n vil de la que uno ser¨ªa objeto, como pudimos comprobar hace unos pocos a?os, lo que hoy se lleva, lo que ahora es frecuente, es lo contrario, el contraataque narrativo -que no argumentativo-, la difusi¨®n de un relato opuesto y perfectamente congruente.
Ante una demanda inc¨®moda del periodista inquisitivo o ante la pregunta pol¨ªtica de una oposici¨®n sensata y cort¨¦s, el interpelado cuenta un cuento, una historia completa y veros¨ªmil que permita tapar los detalles relegando lo imputable a circunstancia menor o sin significado. De lo que se trata es de oponer un discurso coherente en el que todo encaje, un discurso pronunciado con campechan¨ªa, con buen tono, sin irritaci¨®n ni malos modos. ?Qui¨¦n se va a enemistar con alguien tan afable? ?Qui¨¦n se va a incomodar con alguien que se expresa bien, con congruencia, con amables palabras, con mansedumbre incluso? Los modales son imprescindibles en pol¨ªtica y los procedimientos son b¨¢sicos en democracia. Los actores se tratan con deferencia, los concurrentes se respetan y aceptan la legitimidad de aquellas posiciones que les son opuestas, la controversia no convierte al adversario en enemigo a batir ni en odioso contrincante a eliminar. Expresarse con modales y con buena educaci¨®n es una agradable costumbre de la democracia y debemos dar gracias por ese logro civilizado: la guerra ha sido abolida de la arena pol¨ªtica y la violencia f¨ªsica ha sido descartada. Pero que se proceda as¨ª, que el di¨¢logo sea el modo y el procedimiento no significa que las buenas formas sean ejemplo de h¨¢bito democr¨¢tico. Podemos ser educad¨ªsimos y, a la vez, revelar una mala ¨ªndole; podemos obrar con deferencia y con amable trato y, al mismo tiempo, negar legitimidad y fundamento a la palabra del adversario.
Usted se equivoca. Usted no sabe lo que dice. Perm¨ªtame revelarle la verdad, la historia completa que ignora, e indicarle en qu¨¦ yerra y por qu¨¦ hace una interpretaci¨®n torcida de lo que es cierto y se obstina en no ver. ?Cu¨¢ntas veces hemos o¨ªdo palabras refinadas y educad¨ªsimas como las anteriores? ?Cu¨¢ntas veces hemos tenido la sensaci¨®n, la expl¨ªcita y abierta sensaci¨®n, de que nos estafan con simpat¨ªa y con la sonrisa en los labios, de que se nos niega lo que es evidente con formas suaves y con un torrente de palabras? Evitar voces peligrosas reemplaz¨¢ndolas por otras que no da?an o incomodan, emplear lugares comunes o verdades universales que no admiten, en efecto, controversia, plantear opciones que no son tales, distorsionar el significado compartido de los vocablos tom¨¢ndolos, por ejemplo, del adversario, formular generalizaciones como si fueran certezas documentadas, pero, sobre todo, afirmar una cosa y su contraria dentro de un discurso coherente son algunos de los procedimientos habituales de la estafa verbal. Ahora bien, lo que da fuerza persuasiva a las palabras mentirosas es el sentido global y congruente de quien nos sermonea, el relato completo que se opone a la cr¨ªtica y la acusaci¨®n.
Cuando somos ni?os exigimos que nos cuenten una bella historia, que ese relato nos aplaque, que nos encaje en un mundo de evidencias, sin fisuras. Los cuentos son explicaciones de lo real, modos de expresar eso que hay ah¨ª fuera y que tanto atemoriza al jovencito, eso que es potencialmente hostil y que dicho en t¨¦rminos narrativos cobra otra ¨ªndole al darle l¨®gica y sucesi¨®n, orden y conclusi¨®n. Los relatos populares e infantiles -tal y como aprendimos de Vlad¨ªmir Propp- cumplen siempre una serie de funciones estructurales, funciones que son las que permiten moralizar, extraer una moraleja, funciones que facilitan la identificaci¨®n o la proyecci¨®n del ni?o y su apaciguamiento. Siempre hay una princesa secuestrada y siempre hay un h¨¦roe que se propone rescatarla, que se empe?a en restaurar el orden del mundo que alg¨²n villano ha conculcado. Es decir, la ventaja de un cuento es que no responde a las preguntas concretas del ni?o, esas que tanto angustian y que los padres no estar¨ªan siempre en disposici¨®n de contestar, esas preguntas que se formulan con obstinaci¨®n inquisitiva, con ese empecinamiento imbatible de los jovencitos. Las demandas particulares sobre el sentido del mundo suelen poner en aprietos a los mayores. En cambio, el relato es una suerte de respuesta coherente que les proporciona orden de principio a fin, un discurso hecho de palabras seductoras, persuasivas, pronunciadas con r¨ªtmica prosodia y efectos de adormidera, palabras que sirven para entender las acciones de los dem¨¢s, lo que los otros esperan de m¨ª y, sobre todo, la reparaci¨®n de lo que estuvo roto o perdido. Las t¨¦cnicas del discurso pol¨ªtico se asemejan con frecuencia a ese procedimiento. De lo que se trata no es tanto de responder a preguntas concretas que requieran contestaciones precisas, cuanto de alargarse en t¨¦rminos de confidencia y en un serm¨®n inacabable, autosuficiente, un serm¨®n que contenga un relato alternativo. Si yo respondo concretamente a lo que se me demanda, me obligo a aceptar la l¨®gica de quien interpela. Si, por el contrario, opongo una historia cerrada, coherente, una historia que tenga principio y fin, en ese caso fuerzo al interpelante a escuchar un cuento, una revelaci¨®n, evitando sus preguntas y, adem¨¢s, haci¨¦ndole copart¨ªcipe de mi l¨®gica y de mis detalles. Al final, incluso aquel que relata esa historia alternativa, si la ha urdido con congruencia textual y con verosimilitud, acabar¨¢ crey¨¦ndosela y ser¨¢ el filtro que lo adormecer¨¢ y el velo que le impedir¨¢ ver m¨¢s all¨¢ de ese muro de palabras que ¨¦l mismo levant¨® para guarecerse de las acometidas del exterior.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
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