Los or¨ªgenes de la divina garza
Prolifera en los ¨²ltimos tiempos un tipo de literatura que gusta sobre todo a quienes gusta que les guste la literatura. As¨ª dicho parece una majader¨ªa, o una paradoja, o una maldad, pero no tiene por qu¨¦ ser una cosa ni la otra, o al menos no necesariamente. A ese tipo de literatura -a veces de muy alta literatura, sin reticencias- le viene al pelo el t¨¦rmino bel letrismo, acu?ado por C¨¦sar Aira hace alg¨²n tiempo. Enti¨¦ndase: conciertos de buenas maneras, de convenientes lecturas, de bien decir, que eventualmente hilvanan con elegancia reflexiones filos¨®ficas, divagaciones literarias, moralidades, cr¨®nicas personales, notas de viaje, obsesiones y devociones varias, acompa?adas a menudo de citas y testimonios directos, y hasta de fotograf¨ªas.
EL VIAJE
Sergio Pitol Anagrama. Barcelona, 2001 176 p¨¢ginas. 1.900 pesetas
Como antes su memorable El arte de la fuga (1996), este ¨²ltimo libro de Sergio Pitol, El viaje, participa en cierto modo, con su labilidad gen¨¦rica, de esta amena y pac¨ªfica y acogedora corriente. Pero se distingue muy favorablemente por dos cualidades amabil¨ªsimas. En primer lugar, por la perfecta ausencia de esnobismo y de sofisticaci¨®n, es decir, por la sencillez, o mejor a¨²n la humildad, la emocionante transparencia de su escritura. Y adem¨¢s por su delicada pero en absoluto err¨¢tica construcci¨®n, de naturaleza hondamente narrativa.
Todo comienza con el prop¨®sito, por parte de Pitol, de escribir 'una cr¨®nica literaria en clave menor' sobre los a?os que pas¨® en Praga como diplom¨¢tico. Al revisar sus cuadernos de aquella ¨¦poca, encontr¨® Pitol uno que conten¨ªa 'apuntes relativos a un breve viaje que hice a la Uni¨®n Sovi¨¦tica durante el experimento de Gorbachov', en 1986. En aquel viaje, Pitol hab¨ªa sido testigo de 'algo ¨²nico: los primeros pasos de un dinosaurio por mucho tiempo congelado'. Eran los a?os de la perestroika. 'Por todas partes hab¨ªa brotes de vida. Era una consagraci¨®n de la primavera, celebrada entre miles de obst¨¢culos, de trampas, de rostros marcados por el odio'.
El cuaderno en cuesti¨®n, con los apuntes correspondientes a los quince d¨ªas que dur¨® el viaje, constituye el eje de este libro (el ¨²ltimo, quiz¨¢, de una epis¨®dica pero muy notable tradici¨®n del turismo intelectual: la del 'viaje a la URSS'). Un libro que tiene mucho de apasionado tributo a la cultura rusa, por la que manifiesta Pitol una inveterada fascinaci¨®n, pero que, conforme avanza, se revela como semillero de extra?as y portentosas experiencias de las que hab¨ªa de brotar -a modo de reviviscencia on¨ªrica, escatol¨®gica, carnavalesca- el argumento de Domar a la divina garza (1988), la novela que Pitol hab¨ªa de ponerse a escribir a su regreso a Praga, bajo la advocaci¨®n de Bajt¨ªn.
En la primera etapa de su viaje, Pitol visita Mosc¨², invitado a dar una conferencia por la Asociaci¨®n de Escritores Sovi¨¦ticos (instituci¨®n que, tal como se ofrece a los ojos de Pitol, parece salida de una novela de Bulg¨¢kov). La tirantez y el agobio de los d¨ªas transcurridos all¨ª tienen su correlato en dos testimonios sobrecogedores: la carta enviada por M¨¦yerhold a Stalin, poco antes de morir torturado, y el retrato que Pitol hace de Marina Tsvet¨¢ieva y su familia.
A continuaci¨®n se traslada Pitol a Tbilisi, la capital de Georgia, invitado ahora por la Uni¨®n de Escritores de esa rep¨²blica. Y el contraste con lo vivido en Mosc¨² no puede ser mayor. Pitol descubre un pa¨ªs lleno de vitalidad, de colorido, de belleza ('?a qu¨¦ mundo he llegado?', se pregunta), en el que los aires de renovaci¨®n alentados por Gorbachov han cobrado ya una fuerza imparable. Su vaharada se deja sentir en el asombro y la dicha que inunda a Pitol a cada paso, y no deja de producir al lector el regusto melanc¨®lico que dejan tras de s¨ª las epifan¨ªas ya marchitas.
Pitol es de los contad¨ªsimos escritores capaces de relatar sus sue?os nocturnos sin aburrir al lector. Los apuntes de su viaje contienen varios, alguno extraordinario. Igualmente extraordinarias son algunas de las situaciones delirantes en que Pitol se ve envuelto (?ser¨¢ posible la an¨¦cdota de las letrinas p¨²blicas?), y de los personajes que conoce. Pero es en el centro mismo del libro y en su final donde Pitol cuela estrat¨¦gicamente dos evocaciones de su infancia -las dos p¨¢ginas magistrales sobre los Peces rojos de Matisse e 'Iv¨¢n, ni?o ruso'- que, como una clave secreta, dejan bien clara cu¨¢l es la direcci¨®n profunda del viaje emprendido.
?Existe el 'alma rusa'? Haber pretendido que s¨ª le vali¨® a Pitol, en su d¨ªa, iron¨ªas y reproches, a los que este libro parece responder educadamente. La respuesta es, en no escasa medida, un elocuente santoral, en el que, a la ilustre vera de Ch¨¦jov y de G¨®gol, figuran los nombres de Dostoievski, de Tolst¨®i, de Pushkin, de Pasternak, de Bely, de Pilniak, de Shklovski, de Lermontov, de Ajm¨¢tova, de Bulg¨¢kov, de Nabokov.
En cuanto a Tsvet¨¢ieva, en el retrato terrible que Pitol le dedica cuenta c¨®mo, en su ¨²ltima ¨¦poca, due?a ya de una maestr¨ªa admirable, 'escribe, sobre todo, ensayos y juega con los g¨¦neros a placer', de forma que cada pieza que compone 'es siempre un relato y la c¨¢psula de una novela y una cr¨®nica de ¨¦poca y un trozo de autobiograf¨ªa'. No hay mejor modo de describir El viaje.
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