Constituci¨®n, dos tallas menos
Ni siquiera los insulsos sarcasmos de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar consiguen facilitarle el pase para la estatura y la inclemencia de esa imagen recurrente, en la que vive sin vivir en s¨ª y sin dejar vivir, el muy pelmazo, a sus asesores y guardaespaldas. Esa imagen recurrente, a la vista de la multitudinaria manifestaci¨®n contra la LOU, no hubiera dicho nada y menos a¨²n simplezas como: 'El otro d¨ªa ha habido un l¨ªo por la calle, de mucha gente y muy variada'. Esa imagen recurrente no se andaba con chismes de arist¨®cratas arruinados: se hubiera apresurado a echarles encima a los grises, antes de encerrarse en su despacho a firmar sentencias. A Aznar, la Constituci¨®n le viene grande. En su d¨ªa, le produjo irritaci¨®n y tembleques: desconfiaba de las autonom¨ªas y de las 'tendencias gravemente disolventes agazapadas en el t¨¦rmino nacionalidades'. Hace 23 a?os, Aznar confi¨® en la abstenci¨®n, en el refer¨¦ndum de aquel 6 de diciembre de 1978. Luego, Ana Botella, le cont¨® el valor de Los siete samurais, a los que hoy, desde su prestigio de escritora, ha dejado en Los siete enanitos. Pero as¨ª y todo Aznar no se compadece con la Carta Magna. Por eso, quiz¨¢, en v¨ªsperas de su aniversario, se estrell¨® en su intento de ofender a los partidos de la oposici¨®n y a los participantes en las movilizaciones, algo que no se entiende en un presidente de Gobierno, por muy totalitario y verdulero que sea su talante.
Aznar lo que necesita es una costurera que le ajuste la constituci¨®n a su falta de ingenio y a su soberbia desbordada: dos tallas menos. Nada de reformas y el Senado de museo, que qu¨¦ es esa gaita de C¨¢mara territorial. El cumplea?os de la Constituci¨®n se celebr¨® entre debates y crispaciones. Y aunque Aznar quiso enmendar su torpeza del d¨ªa anterior, ya estaba muy escaldado. Aznar se muestra m¨¢s agresivo, y esa agresividad oculta las vacilaciones y los desastres que han vapuleado al PP en los ¨²ltimos meses.
Aunque el PP dispone, por el momento, de una fiel infanter¨ªa, las cosas se le derriten en las manos, los errores son cada vez m¨¢s ostensibles y las salpicaduras de corrupciones y corruptelas, hieden. Espa?a ya no es una unidad de destino ni siquiera en Europa: es un Estado con las servidumbres de cualquier otro, al que adem¨¢s le desafinan los cantos de sirena. Rato rebaja en medio punto las previsiones de crecimiento econ¨®mico, que probablemente a¨²n se recorten m¨¢s, y se olfatea una sustanciosa regresi¨®n en el sistema impositivo. Y es que los espejismos no suplantan la crisis planetaria.
Ni siquiera en este para¨ªso que preside Eduardo Zaplana. Eduardo Zaplana en medio de la glorificaci¨®n y del inventario de noveler¨ªas, en el que flota, a veces toca fondo y se estremece: la realidad es m¨¢s contumaz y dura que su fantasioso universo, por muchos escopeteros del peloteo que se lo guarden. Detr¨¢s del ensue?o de su propia banca que no termina de redondear, cumple el aniversario constitucional discretamente, y cuando se ilumina el escenario, se le ofrece una visi¨®n horrorosa de cerdos inmovilizados y toneladas de clementinas navegando hacia un incierto destino. S¨®lo en la visita a la comisar¨ªa de Valencia, donde contempla el DNI biling¨¹e, se dice que cuando se llame Eduard podr¨¢ hablarle de t¨² a Jordi. Algo es algo.
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