Cuesti¨®n de momentos
Leo que hay una ventana abierta cerca de la muchacha que sentada de perfil mantiene una mano extendida sobre su regazo. En el texto se describe la expresi¨®n de la joven como elegante y contemplativa y el guardapolvo que utiliza es de color azul, en ese tono que mantienen los jacintos cuando su flor est¨¢ fresca. Y todo esto sucede en un cuadro de Johannes Vermeer que no existe. Pero mientras miro una y otra vez la pintura que no veo, medito sobre el prop¨®sito de la escritora Susan Vreeland: ese deseo de que la letra y su posterior lectura proporcionen el enigm¨¢tico placer de realidades que surgen de la nada y, que al describir minuciosamente un gesto que s¨®lo se evoca con palabras, se revele el misterio que alimenta todo rito cotidiano. Por eso era necesario Vermeer, otra vez ¨¦l y su pintura para concatenar el inapreciable paso de la luz de cada d¨ªa con el desasosiego que puede encerrar el movimiento de un objeto. Tambi¨¦n est¨¢ la tempestad que se desvela en la quietud de una estancia, cuando se escucha el silencio de dos que no hablan.
LA JOVEN DE AZUL JACINTO
Susan Vreeland. Traducci¨®n de Fernando Gar¨ª Puig Salamandra. Barcelona, 2001 224 p¨¢ginas. 1.650 pesetas
Vermeer en The music lesson, de Katharine Weber; Vermeer en La joven de la perla, de Tracy Chevalier: recuerdan a Griet la criada, esa muchacha a la que el pintor de Delft orden¨® humedecer sus labios y entreabrir la boca para su retrato, en un tiempo en que ¨¦ste era adem¨¢n poco virtuoso. Y ahora llega en castellano La joven de azul jacinto, de Susan Vreeland. En esta escritura se al¨ªan fuerza, precisi¨®n y un inestimable susurro para relatar el vigor de un instante, ese destino que se encadena en la apacible levedad de los momentos cotidianos. Vreeland y su valor narrativo arrastran al lector en un tejido de historias en los que la muchacha del cuadro, la que est¨¢ cerca de la ventana abierta, invitar¨¢ a cabalgar el tiempo haciendo retroceder las agujas del reloj. Y esto para habitar siempre el presente. Porque su presencia en las estancias de diferentes ¨¦pocas no nos llevar¨¢ al pasado sino al ahora mismo. No importa que estemos a finales del siglo XX, o a mitad de ese mismo siglo, siempre ser¨¢ hoy, tanto cuando en Amsterdam una ni?a jud¨ªa retuerza el cuello de sus queridos palomos, como en este momento de 1747 en el que aguas desenvueltas de una ciudad holandesa arranquen la calma mientras un gesto cotidiano, un leve roce, una mano en el hombro revelen la inquietante profundidad de un amor; y de instante en instante nos ir¨¢n diciendo los personajes que en la melanc¨®lica memoria el enemigo de uno es m¨¢s 'la imaginaci¨®n que el propio recuerdo', o mortificar¨¢n la paz familiar destacando esas ocasiones en las que no hay nada tan importante como 'perfeccionar y prestar atenci¨®n a los humildes apremios del amor'. Como cuando se sue?a que alguien se aloja en el cuerpo de uno y se sabe porque antes, o al mismo tiempo, se deposita en el cuello el suspiro de una boca.
La joven de azul jacinto es de lectura calma y excitante, pues mantiene una vigorosa tensi¨®n al relatar los sucesos que van sucediendo, ya que siembra ambas cosas, querencia e intriga por su letra, como si se tratara de un tesoro que puede perderse antes de haberlo encontrado. Y ser¨¢ la pintura de la joven de azul el estimulante anzuelo que en su movimiento nos invitar¨¢ a seguir su tir¨®n, y en cada nuevo escenario se nos ofrecer¨¢n relatos heridos por bellas im¨¢genes. As¨ª hasta llegar al origen de la pintura, de la que ya no dudaremos de su existencia. Y una vez all¨ª, en casa de Vermeer, en Delft (Holanda), llegaremos a pensar que tanto la joven de azul como Griet, la joven de la perla, pudieron encontrarse. Ya saben, cosas de la literatura. Que lo disfruten.
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