H¨¦roes, reba?os, alegr¨ªas
Muchas veces se ha comparado la naci¨®n a la casa familiar. No es casualidad que muchos refranes describan, sin pretenderlo, el esp¨ªritu nacional. En ellos se afirma el peso determinante de la tradici¨®n ('De tal palo, tal astilla'), el efecto protector ('Calor de hogar', 'Com a casa, enlloc'), la radical separaci¨®n entre el mundo casero y el mundo exterior ('Como Pedro por su casa', 'Quien va a Sevilla pierde su silla'), el fracaso del ap¨¢trida ('Qui no t¨¦ casa per s¨ª, de molts ha de ser ve¨ª') y la aversi¨®n al vecino: 'El ve¨ª t¨¦ dret al sol, per¨° no a la paret'.
Escrito en tosca cer¨¢mica, este ¨²ltimo dicho constaba en los muros externos de las casas r¨²sticas. 'El vecino tiene derecho al sol, pero no a la pared'. Se trata de un derecho perfectamente vigente. Impide al propietario de una casa abrir ventanas en algunas paredes que, a pesar de soportar su vivienda, pertenecen en realidad al vecino. El vecino no permitir¨¢ que alguien no vinculado a la familia acceda a su paisaje interno. Violar¨ªa su privacidad. Este derecho es vigente. Lo repito porque ayuda a explorar la compraci¨®n entre casa y naci¨®n. En efecto, a los defensores del individualismo a ultranza deber¨ªan sorprenderles, al menos un poquito, estos curiosos detalles de la vida social contempor¨¢nea: la reforzada persistencia de la instituci¨®n econ¨®mica familiar, la consolidaci¨®n legal de la paternidad biol¨®gica (a pesar de la hipersensibilidad que provoca el abandono de los ni?os) o el reforzamiento, en nuestras apretujadas ciudades, del derecho urban¨ªstico a la privacidad de cada vivienda. Constat¨¦moslo. A pesar de la revoluci¨®n sexual y cultural, el derecho, la econom¨ªa y el urbanismo siguen supedit¨¢ndose al coto cerrado de las familias. Algo habr¨¢, pues, en la condici¨®n humana que aspira, en plena modernidad, a mantener espacios cerrados y homog¨¦neos.
Contra la persistente cerraz¨®n nacional se alzan con gran insistencia, en Espa?a, los intelectuales cr¨ªticos que fundamentan su discurso en el individualismo y el racionalismo. Tan influyente ha sido la fuerza de sus ideas que, a ojos de todos aquellos que se precien de modernos, parece hoy una tonter¨ªa vincularse a sentimientos de pertenencia nacional, que brotan como excrecencias de un mundo antiguo, ya periclitado. El individuo es aut¨®nomo, o deber¨ªa serlo. Y todo aquel que se refugia al calor del viejo hogar de los ancestros aparece como un esclavo de fantas¨ªas obsoletas que le impiden desarrollar su libre albedr¨ªo, que frenan su capacidad de enfrentarse a las ilimitadas posibidades de la vida personal y que limitan su derecho a convertirse en un individuo l¨²cido, consciente y responsable de sus propios actos. Y es obvio que tienen raz¨®n los cr¨ªticos racionalistas: no hay m¨¢s que ver c¨®mo tragan la mayor¨ªa de los nacionalistas catalanes la progresiva decadencia econ¨®mica y cultural del pa¨ªs: aumenta a ojos vista su irritaci¨®n antiespa?ola, pero no han dejado de renovar la confianza en el l¨ªder que ha dirigido durante incontables a?os la marcha declinante.
La naci¨®n, aun cuando responde, como artefacto pol¨ªtico, a la Revoluci¨®n Francesa, es hija del romanticismo, que invent¨® una idea muy sugestiva. A saber: que los pueblos tienen alma; que ¨¦sta se expresa a trav¨¦s del paisaje, la lengua y las tradiciones, y que el fuego sagrado arde en cada territorio al margen de las contingencias pol¨ªticas y del azar hist¨®rico. Olvidan los cr¨ªticos del nacionalismo, sin embargo, que los rom¨¢nticos inventaron, a la par que esta absorbente alma colectiva, otra noci¨®n fascinante. La noci¨®n de h¨¦roe y de artista. El hombre que alza la bandera de su singularidad y la ondea, orgulloso y distinto, por encima de la masa conformada. El artista (melanc¨®lico o distante o con gran voluntad de poder) se yergue solitario y radical por encima de la gente vulgar, dominada por las ideas comunes y consolada en el reba?o.
Con franqueza. Las ideolog¨ªas que se derivan de estas dos nociones rom¨¢nticas me parecen igualmente peligrosas. El individualismo radical me interesa mucho m¨¢s que la ganader¨ªa nacionalista, pero por razones est¨¦ticas. No parece muy razonable proponer una ¨¦tica tan extremosa y pura. Mejor dejar la pureza para los ¨¢ngeles y aceptar la impureza de la condici¨®n humana, que aspira a la verdad, pero se regodea en la mentira; que aspira a la lucidez, pero se deja seducir por las sirenas viscerales; que fantasea con la libertad, pero busca la confortable protecci¨®n del reba?o (no s¨®lo del patri¨®tico). Despu¨¦s de tantos chascos hist¨®ricos, no es f¨¢cil ya creer en los Reyes Magos. Es dif¨ªcil aceptar la postal ideol¨®gica de un bel¨¦n de seres libres, sabios y fraternales. Pero esta dificultad no tiene por qu¨¦ abrir la puerta del escepticismo, sino al contrario: m¨¢s comprometido que discursear sobre el ciudadano alado, ser¨¢ arrimar el hombro en el fango con el fin de evitar algun desastre. Por ejemplo: la aversi¨®n entre los que se sienten o espa?oles o catalanes (y no digamos entre los que se reclaman o vascos o espa?oles). Una aversi¨®n que es mayor hoy en d¨ªa que 20 a?os atr¨¢s. He ah¨ª un desastre al acecho. Se trata de desactivar el tremendo explosivo. No existen m¨¦todos fiables, naturalmente, pero parece razonable intentarlo con las humildes herramientas del buen rollo y la voluntad comprensiva. Esto es lo que intenta el pacto por el autogobierno que han firmado los partidos catalanes de izquierda, esto es lo que intenta el nuevo federalismo de Maragall y Zapatero. Esto es lo que pod¨ªa haber sido el patriotismo constitucional, cuya versi¨®n hispana (si leemos a Habermas al hilo de nuestra feroz historia contempor¨¢nea) ten¨ªa forzosamente que incluir las sensibilidades de los nacionalismos perif¨¦ricos. El patriotismo constitucional podr¨ªa haber servido, si no para intentar la sabrosa mezcla, si no para perseguir un turmix de sensibilidades, al menos para evitar la explosi¨®n de las alergias. Podr¨ªa haber servido (?una vez m¨¢s conjugando el dichoso condicional!).
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