Muy queridos libritos
Aguilar recupera una colección de peque?o formato iniciada en 1946 como regalo navide?o y anhelada por muchos bibliófilos
Los anaqueles de muchas bibliotecas particulares madrile?as se aprestan a realizar en fechas venideras un esfuerzo de encogimiento. Ligero, pero encogimiento al fin. Se trata de dar cabida a unos nuevos huéspedes, chiquitos, pero importantes. Los libros-padres de los que llegarán ahora llevan en la arena desde el a?o 1946, cuando, de la mano del editor Manuel Aguilar y Mu?oz, fueron primorosamente creados: les confirió Aguilar 6,5 centímetros de base por 8,5 centímetros de altura, así como rostro de piel, tajuelo plateado, tripas de papel suave y textos del cuerpo 5. Formaron parte de los libros más peque?itos de Espa?a. Fueron conocidos como crisolines y codiciados por aquellos coleccionistas de libros curiosos a quienes a veces llamamos bibliófilos.
'La vida es sue?o', de Calderón, 'La gitanilla', de Cervantes, y 'Doce cuentos', de Clarín, primera trilogía
Muchos de los amantes de estos tomitos se mostraban disgustados por las dificultades de hallar, a precios razonables, ejemplares de aquellos primeros libritos, cuya cotización se ha disparado en librerías de viejo, de lance o comoquiera que sean, hasta alcanzar cifras de cuatro ceros.
Los primeros fueron inicialmente imprimidos por el editor de la calle de Serrano, sólo como regalo para sus mejores clientes durante las Navidades. Pero, al poco, su éxito fue tan evidente que decidió comercializarlos y estos días reaparecen avalados por su propia historia.
El empresario Eugenio Farré es el único miembro madrile?o de una familia al completo catalana. Es un hombre en la cincuentena, casado y padre de tres hijos, de porte jovial y resuelto, con un interés indesmayable por casi todo. Sus preferencias coleccionistas se orientan hacia grandes aparatos emisores de radio, de los cuales tiene hasta trescientas unidades; también reúne históricas máquinas de escribir: ufano muestra una Lambert, varias Underwood y otra rarísima, circular, un prodigio de ingenio, similar a la que empleó en su despacho el filósofo alemán Friedrich Nietzsche antes de morir en 1900.
Farré es anfitrión de un recién conocido suyo, el abogado matrimonialista Santiago Riopérez; escritor y lector empedernido, de 69 a?os, es quizá uno de los mejores especialistas en la obra de Juan Martínez Ruiz, Azorín, a quien conoció en su juventud, apenas recién licenciado en Derecho. Riopérez recibió de Azorín el legado de su correspondencia con personajes como Pérez de Ayala, Valle Inclán y Ortega y Gasset. Es coleccionista, entre otros objetos singulares, de cronómetros. 'De relojes antiguos y de piedras preciosas se más que nadie', dice sin rubor. 'Mi padre fue orfebre de las coronas de las principales vírgenes', admite.
A Farré y a Riopérez les une la pasión por los libros raros y curiosos. Al primero le subyugan los que versan sobre agricultura, de los que posee excelentes ejemplares del siglo XVI en adelante; acostumbra seguir sus ense?anzas para cultivar, por afición, hasta doscientos árboles frutales en una finca propia, en Hoyo de Manzanares,'sin apenas agua', remarca.
Por su parte, Santiago Riopérez atesora libros cervantinos, de los que cuenta incluso con ediciones príncipe, las más preciadas. 'Aquella en la que Mayans y Siscar introdujo la primera biografía de Cervantes denominada Vida de Miguel, editada por Thompson en Londres en 1738, la adquirí yo por 50.000 pesetas en Roma y hoy vale más un millón y medio', se?ala. Y explica: 'En ella, su autor corrigió el lugar de nacimiento del escritor universal y de Madrid pasó a situarlo por vez primera en Alcalá de Henares'.
Son libros, pues, difíciles, se?aladamente por sus precios, ya que estamos ante dos importantes bibliófilos de Madrid, que poseen colecciones cuyo mero enunciado asusta a cualquier economía salarial. Se acaban de conocer, pero ya están rivalizando. Los bibliófilos son así. La competitividad, pundonorosa siempre, les lleva a alardear de las primicias que descansan sobre los anaqueles de sus bibliotecas.
Pero lo que hoy verdaderamente les concierne son los peque?os crisolines que, en grupos de tres, acaban de ser puestos a la venta. Ellos no se ponen de acuerdo sobre el número de títulos que fueron editados desde 1946: Eugenio Farré suma hasta 73 'si incluimos los americanos', y confiesa que le faltan cuatro; Riopérez, a su vez, sentencia: 'Aquí no hubo más de 63 títulos'. Ana Rosa Semprún, directora de la colección bautizada con el nombre de Crisolin XXI, tercia, por su parte: 'Queremos dar la oportunidad a los colecionistas para atesorarlos todos de nuevo'.
Un 'tascabile' para llevar en la cartera
El crisolín correspondiente al a?o 2001 es un tomito, en piel denominada de primera flor, azul celeste, con tres cuentos del escritor lusitano José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998, explican fuentes de la editorial. Además, en un estuche que contendrá La gitanilla, de Miguel de Cervantes, La vida es sue?o, de Pedro Calderón de la Barca, y Doce cuentos, de Leopoldo Alas Clarín, los bibliófilos tendrán la oportunidad de reemprender su colección a un precio en torno a las 8.000 pesetas. 'Los libritos siempre han tenido buena acogida; se leen bien y son llevaderos, incluso en la cartera, junto al documento de identidad', aseguran los bibliófilos consultados. 'En Francia se emplean dos palabras, livre de poche, para definir este tipo de obrita; nosotros los llamamos libros de bolsillo, pero los italianos, tan sutiles', precisa Riopérez, 'emplean una sola palabra para nombrarlos: tascabile', dice con una sonrisa. Alaba asimismo a impresores y encuadernadores: 'Entre los más grandes, Palomino, Brugalla y Cortés han sido espa?oles', comenta ufano. También Eugenio Farré loa a los míticos editores hispanos Gabriel de Sancha, Joaquín Ibarra y Benito Monfort. Ambos se entusiasman al hablar de los tama?os de los libros: 'Hay doce formatos distintos, cuatro correspondientes al denominado folio (con cuatro modalidades: grande, de 40 centímetros, mayor, normal y menor); tres del conocido como cuarto (a partir de los 30 centímetros); otros tres al llamado octavo (desde 22 centímetros), más el denominado dieciseisavo, de 12, y el treintaidosavo, de 8. Por ello, los crisolines son dimensionalmente únicos', subrayan.
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