?Ah, Del Castillo!
Siguiendo las sabias recomendaciones de Paul Valery, quien defini¨® la pol¨ªtica como el arte de evitar que la gente se preocupe de lo que le ata?e, Aznar y su conversa ministra, Del Castillo, encabezan desde hace alg¨²n tiempo una cruzada sin precedentes contra aquellos que se permiten dudar siquiera de la conveniencia de algunos art¨ªculos de la ya muy popular, en todos los sentidos, Ley Org¨¢nica de Universidades (LOU). Se van a enterar, ¨¦ste parece ser el lema de campa?a elegido para la ocasi¨®n, el cual, por cierto, ya fue popularizado en su d¨ªa por el propio Zaplana cuando todav¨ªa reinaba el d¨ªscolo rector Pedre?o; se van a enterar, avis¨® entonces, y, efectivamente, as¨ª ha sido.
De este modo, el PP, ese gran valedor de la preeminencia de la sociedad civil frente al Estado omnipotente, en versi¨®n algo descafeinada de Antonio Gramsci, confunde frecuentemente las manifestaciones con l¨ªos callejeros y las conferencias de rectores electos con la defensa de intereses corporativos, mientras cultiva una misteriosa deriva por la designaci¨®n frente a la elecci¨®n; entre otras cosas, porque, ya se sabe, la mayor¨ªa de las elecciones son un parip¨¦ formal que suele retrasar innecesariamente la toma de decisiones. Vean, si no, su pr¨®ximo congreso: ya conocemos qui¨¦n ser¨¢ su presidente (el primero en la historia de los congresos partidarios que, para asombro general, no ser¨¢ elegido por el propio congreso), pero no s¨®lo eso, ya sabemos qui¨¦n va a ser el presidente del partido: ?l, o sea Aznar; e incluso qui¨¦n su secretario general: esa muestra ambulante de centrismo, moderaci¨®n y buenos modos que es Javier Arenas.
Pues bien, tras estos ejemplos de amor indiscutible por la democracia, y en medio de un pa¨ªs lleno de corporaciones y de uniones temporales de intereses al amparo del poder, ahora, no contentos con representar a toda la derecha de este pa¨ªs (desde la extrema hasta la liberal), se han llegado a creer que tambi¨¦n pueden representar a la izquierda, con un peque?o esfuerzo adicional. ?Por qu¨¦ no? si a la postre basta con introducir una ligera confusi¨®n m¨¢s en el panorama pol¨ªtico, o utilizar un lenguaje, estilo Nuevas Generaciones, la mar de moderno y como muy actual, o sea que para nada se note; y as¨ª confundir al personal, que est¨¢ como manipulado ?sabes? y que no se ha le¨ªdo la ley ni nada, y se van de acampada a fumar porros que, o sea, es, lo que de verdad les gusta.
Cierto es que cualquier ley de universidades siempre ser¨¢ pol¨¦mica, por definici¨®n, puesto que la Universidad est¨¢ llena de librepensadores, y es sabido que a ¨¦stos lo que m¨¢s les gusta es criticar, de manera que es previsible que casi todo les parezca mal. Adem¨¢s, las leyes las hacen los parlamentos, legitimados para ello por la representaci¨®n popular que ostentan. Nada que objetar pues al hecho de que el PP intente tener su propia ley; todo el mundo quiere tener una ley de lo que sea, a ser posible con su nombre. Pero al menos me permitir¨¢n indicar que tan leg¨ªtimo es esto como que, quien est¨¦ en desacuerdo, se manifieste y opine c¨®mo y cuando lo decida.
Se ha dicho ya casi todo sobre los pros y contras de la LOU. Yo s¨®lo me centrar¨¦ en dos aspectos que, aunque revestidos bajo el manto de una mayor democratizaci¨®n, me parece pueden esconder alguna peque?a-gran trampa de ¨¦sas a las que ya estamos acostumbrados. En primer lugar veamos el referido a la elecci¨®n de rector. Como es sabido ¨¦ste ser¨¢ elegido por sufragio directo, y no por el claustro como hasta ahora. Nada m¨¢s democr¨¢tico, afirma Del Castillo; de acuerdo, pero si lo es, entonces Aznar deber¨ªa tener razones para preocuparse por su propia legitimidad, puesto que a ¨¦l lo eligi¨® el claustro de la Carrera de San Jer¨®nimo y no parece, por lo que observamos, que muestre signos de mala conciencia alguna. La pregunta es: ?no se estar¨¢ buscando con este procedimiento que la pol¨ªtica partidaria, de la que ya estamos hartos una mayor¨ªa en la Universidad, entre en liza, ya sin disimulo, y que a la postre el rector no dependa de acuerdos y consensos claustrales en el seno de la misma (con todas sus virtudes y defectos), sino de la cantidad de recursos financieros y apoyos medi¨¢ticos externos conseguidos? Se me puede responder que no, pero dado que es un supuesto de muy f¨¢cil contrastaci¨®n es obvio que muy pronto saldremos de dudas.
En segundo lugar, recuerdo a los interesados que el Consejo Social, que ejercer¨¢ la representaci¨®n de la sociedad (excelsa palabra) a la que la Universidad deber¨¢ rendir cuentas, alcanza un peso decisivo en la ley, puesto que ser¨¢ el encargado de aprobar los presupuestos anuales. Naturalmente ?qui¨¦n se puede oponer, de no ser por los intereses- corporativos-que-todos-sabemos, a que la Universidad rinda cuentas ante la sociedad que es, en definitiva quien la paga a trav¨¦s de sus impuestos? Nadie que sea sensato, desde luego. Ahora bien, dado que la representaci¨®n de la sociedad se determinar¨¢ (nimio detalle) en la proporci¨®n mayoritaria de tres quintas partes, por el Parlamento auton¨®mico, el control pol¨ªtico por el partido que ostente la mayor¨ªa absoluta puede ser total (?es ¨¦ste el nuevo concepto de autonom¨ªa universitaria?). Dicho de otra manera, puede ocurrir que la sociedad sea quien el presidente del gobierno de turno diga que es. Y claro, ?qui¨¦n garantizar¨ªa a partir de aqu¨ª que si el rector elegido no es del gusto del poder pol¨ªtico no vea rechazados sus presupuestos, uno tras otro, hasta su dimisi¨®n final? Nadie sensato, tampoco.
Por supuesto yo no digo que ello no sea leg¨ªtimo; el Parlamento funciona por mayor¨ªas y ¨¦ste procedimiento puede considerarse tan democr¨¢tico como cualquier otro. Yo s¨®lo digo que si el objetivo real no fuera controlar pol¨ªticamente la universidad, lo hubieran tenido tan f¨¢cil como a?adir una simple l¨ªnea en la que se exigiera alg¨²n tipo de mayor¨ªa cualificada para la elecci¨®n del Consejo Social. Como esto no se ha hecho, el procedimiento ser¨¢ muy democr¨¢tico y todo lo que ustedes quieran, pero yo no me f¨ªo un pelo de las verdaderas intenciones que puedan anidar ocultas tras el art¨ªculo en cuesti¨®n (?las mismas que en la ley de las cajas, quiz¨¢?). Desconozco si todo esto ha sido fruto exclusivamente del efecto Pedre?o o es que Del Castillo se ha llegado a creer que va a pasar a los anales de la Historia con su ley debajo del brazo, cual idealista hidalgo castellano arrasando molinos corporativos por doquier, pero me parece que ¨¦sta ley es, cuando menos, discutible, y deber¨ªa haberse discutido mucho m¨¢s.
Desgraciadamente no ha sido as¨ª; y no lo ha sido porque aunque, a estas alturas, ya todos reconocemos que nuestros gobernantes son pol¨ªticos de indiscutible talla mundial, tambi¨¦n sabemos que tienen una cierta proclividad a dotarse de ideas fijas. Y, claro, ya saben lo que dijo Jacinto Benavente: una idea fija siempre parece una gran idea, pero no por ser grande, sino porque llena todo el cerebro. Pues eso.
Andr¨¦s Garc¨ªa Reche es profesor titular de Econom¨ªa Aplicada de la Universidad de Valencia.
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