EE UU se endurece y se encierra
Los atentados acent¨²an el patriotismo
Winston Churchill dijo que Estados Unidos siempre hallaba la mejor soluci¨®n posible para sus problemas, despu¨¦s de probar sin ¨¦xito todas las dem¨¢s opciones. La gran potencia mundial se encuentra ahora, probablemente, en la primera fase de esa secuencia.
La ansiedad y la urgencia creadas por los atentados del 11 de septiembre han acelerado hasta el paroxismo la maquinaria gubernamental. Las ideas se convierten en decisiones en cuesti¨®n de d¨ªas. En un pa¨ªs que tiende a pensar a corto plazo, nadie parece contar con las consecuencias secundarias de la acci¨®n pol¨ªtica: la realidad se ha hecho unidimensional, como los discursos del presidente George W. Bush o los informativos de televisi¨®n. M¨¢s all¨¢ de la guerra contra el terrorismo no hay nada.
No ha habido tiempo para asimilar el vuelco ideol¨®gico del Partido Republicano, repentinamente favorable a un Gobierno federal fuerte, capaz de gastar lo que haga falta y de controlar hasta el ¨²ltimo rinc¨®n privado de la ciudadan¨ªa, ni ha habido tiempo para despedirse de aquello que se llam¨® 'revoluci¨®n conservadora'. No ha habido tiempo para considerar que algunas de las medidas adoptadas por el fiscal general, John Ashcroft, como la supresi¨®n de la privacidad en las comunicaciones entre algunos detenidos y sus abogados, las detenciones ilimitadas o la investigaci¨®n indiscriminada de determinados grupos ¨¦tnicos o religiosos ser¨¢n invocadas en el futuro como justificaci¨®n por reg¨ªmenes totalitarios.
Lo mismo puede decirse de los tribunales militares secretos. No ha habido tiempo tampoco para calcular cu¨¢nto crecer¨¢ el 'complejo industrial militar' gracias a la obsesi¨®n colectiva por la seguridad. Ni ha habido tiempo para pensar en la conveniencia de apoyar sin reservas a un aliado tan circunstancial y peligroso como Pakist¨¢n, o para percibir que la ruptura del tratado ABM, en nombre de un incierto escudo antimisiles, estimular¨¢ la carrera de armamentos en Asia.
En guerra contra un enemigo fantasmag¨®rico, en plena recesi¨®n y heridos por un ataque atroz, la sociedad estadounidense (la m¨¢s rica, diversa y creativa del planeta) no ha hallado mejor elemento aglutinador que la bandera y el recuerdo de los heroicos a?os cuarenta.
Como entonces, el fin justifica los medios. Franklin Roosevelt intern¨® en campos de concentraci¨®n a los ciudadanos de origen japon¨¦s, y Harry Truman arroj¨® dos bombas at¨®micas sobre Jap¨®n. Bush invoca con frecuencia el esp¨ªritu de la Segunda Guerra Mundial y la opini¨®n p¨²blica le aplaude. De aquel conflicto sali¨® el Plan Marshall. Todav¨ªa es demasiado pronto para intuir qu¨¦ saldr¨¢ de este.
Sobran los matices y las discrepancias. La semana pasada, una audiencia de estudiantes universitarios abuche¨® a una oradora por mencionar las 'garant¨ªas constitucionales' de los detenidos y la oblig¨® a abandonar el estrado. La ¨²nica representante que vot¨® contra la concesi¨®n al presidente de plenos poderes para hacer la guerra necesita protecci¨®n policial permanente. Las encuestas revelan un amplio apoyo a la guerra de hoy, en Afganist¨¢n, y a cualquiera que se emprenda inmediatamente despu¨¦s.
Estados Unidos se ha refugiado en la emoci¨®n. La reflexi¨®n llegar¨¢ poco a poco, cuando deje de sangrar la herida, haya tiempo y empiecen a desplegarse las consecuencias de las decisiones actuales.
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