El fest¨ªn absuelto
Los festines navide?os pertenecen a un g¨¦nero dif¨ªcil de clasificar, pues se celebran en la frontera que une y separa dos esferas contrapuestas. De un lado, la liturgia religiosa, que parece un residuo del pasado a extinguir. Y del otro, el denostado consumismo hedonista, m¨¢ximo pecado para la ideolog¨ªa pol¨ªticamente correcta que domina nuestra ¨¦poca. ?Virtud sagrada o vicio profano? Pues bien, ni una cosa ni otra. O, si me apuran, las dos al mismo tiempo.
Por supuesto, en las navidades hay celebraci¨®n religiosa, pues su justificaci¨®n es conmemorar la adoraci¨®n del Ni?o Dios que identifica a los cristianos. Pero tambi¨¦n se produce una apoteosis del consumo orgi¨¢stico que poco tiene que envidiar a los potlachs suntuarios donde los nativos del Pac¨ªfico norteamericano devoraban ritualmente todo el ahorro colectivo acumulado para la ocasi¨®n. Pero como estas dos formas culturales son antit¨¦ticas, pues lo sagrado se opone por definici¨®n a lo profano, el artefacto resultante presenta una consistencia j¨¢nica o bifronte, que por una de sus caras manifiesta una actitud laica, materialista y secularizada mientras por la otra contin¨²a pareciendo un ritual religioso, lit¨²rgico y tradicional.
La dimensi¨®n hoy predominante en la Navidad es la hedonista y festiva, que mueve a extralimitarse en el consumo de toda clase de regalos, de comidas y de bebidas. Pero como los excesos inmoderados se celebran bajo la santificaci¨®n navide?a, que confiere licencia para excederse, tales abusos no parecen pecado ni producen culpabilidad o arrepentimiento. Tanto es as¨ª que se puede dar rienda suelta a instintos placenteros como la gula o la glotoner¨ªa sin experimentar remordimiento alguno. Por eso, la Navidad es una coartada sagrada que permite gozar y abusar de todos los vicios sin pecar por ello ni abrigar mala conciencia. ?Se puede pedir una fiesta m¨¢s feliz que la Navidad, que te absuelve de tus excesos por anticipado?
Dada semejante paradoja, parece necesario analizar m¨¢s des-pacio esta doble faz contrapuesta, el haz lit¨²rgico y el env¨¦s profanador. ?De verdad la dimensi¨®n dominante en la Navidad es el consumismo? Cabe dudarlo, si tenemos en cuenta que el consumidor actual tiende a comprar estilo, signos de identidad, imagen de marca, novedades de moda o calidad tecnol¨®gica. Y nada de esto se da en los productos navide?os, que tienden al ritualismo m¨¢s cursi, hortera, rampl¨®n o estereotipado. Si se quiere expresar en la jerga de la teor¨ªa de la comunicaci¨®n, los signos de Navidad son puramente redundantes, porque no transmiten ninguna incertidumbre, novedad ni informaci¨®n alguna. Entonces, ?a qu¨¦ viene semejante compulsi¨®n por adquirirlos e identificarse con ellos? Existen dos posibles l¨ªneas explicativas. Una ser¨ªa interpretarlo a la manera de George Ritzer, atribuyendo el ¨¦xito de la Navidad a la actual deriva del consumo hacia su espectacularizaci¨®n como forma de reencantamiento. Pero, dada su redundancia, la escenograf¨ªa navide?a compone un espect¨¢culo bien poco atractivo, as¨ª que su encanto resulta m¨¢s que dudoso. Luego este argumento no parece convincente. La otra explicaci¨®n es atribuir el ¨¦xito de la funci¨®n navide?a a su propia puerilidad infantil. Pero esto es una tautolog¨ªa, pues entonces hay que explicar por qu¨¦ se consume s¨®lo en Navidad tanto infantilismo pueril.
Lo cual exige cruzar al otro lado del espejo contemplando la faz sagrada de la Navidad. Pero aqu¨ª no estamos ante esa religi¨®n redentora que celebra el sacrificio humano del calvario, representada por la Cuaresma y la Pasi¨®n contrarreformista que sacralizan la muerte y la represi¨®n, sino ante otra religi¨®n mucho m¨¢s salv¨ªfica y naturalista que celebra el nacimiento, la vida, el hedonismo y la gratificaci¨®n.
En sus libros sobre el calendario festivo, Julio Caro Baroja demostr¨® que el ciclo de Navidad pertenece a la misma estaci¨®n invernal que el Carnaval y otras fiestas rabelaisianas y pantragru¨¦licas, o profanadoras y subversivas como las de Locos, de Ni?os o de los Reyes Magos. En todos estos rituales encontramos el mismo culto al renacimiento de la vida, simbolizado por el absurdo o la sinraz¨®n de la infancia irresponsable, que se concentra en el solsticio de invierno porque es cuando la Naturaleza se encierra en s¨ª misma para poder regenerarse. Igual que hacen las familias cristianas cuando se encierran en sus casas en la noche invernal para regenerarse a s¨ª mismas adorando los alocados excesos de sus hijos a los que se celebra e imita con absurda puerilidad festiva. Pero entonces ya no estamos ante liturgia religiosa, sino ante pagano sincretismo ritual, que transgrede y subvierte la l¨®gica represora contrarreformista.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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