Este invierno riguroso
Musiquitas
Hay que ver a Nacho Cano Mecano en la tele explicando las bondades de su fundaci¨®n hind¨² para entender las miserias de la solidaridad del se?orito artistazo. Pero qu¨¦ culpa tendr¨¢n los pobres, ya sean de Calcuta o del barrio de la Coma, para tolerar a sujetos de esa clase. Mientras su hermano anda por ah¨ª tratando de colocar su ¨®pera a expensas de los presupuestos p¨²blicos, el nene del teclado va y se entretiene con una pandilla de hambrientos ni?os de la India a los que procura botas de f¨²tbol que les destrozan unos pies desnudos por los ribazos, promete ropas de dise?o para intercambiar con sus harapos y los saca de excursi¨®n a Los ?ngeles para que se vayan acostumbrando al ne¨®n horizontal. Qu¨¦ gente, resuelta al orientalismo menesteroso siempre que les desgrave el alma, dispuesta incluso a que Ana Torroja deleite a los pobres de periferia oriental con el Hoy no me puedo levantar, qu¨¦ llaga.
Placeres del gusto
Si tuviera que recurrir al invasivo tarjet¨®n navide?o para desear lo mejor a todo el mundo, incluir¨ªa a manera de mensaje este texto, de un gran amigo, por ver si resucita: 'Mi hijo s¨®lo va a servirme de estorbo. Se parece a otros mil muchachos de su edad y condici¨®n. Un padre siempre es algo m¨¢s serio. Aunque sea grotesco, impone cierto respeto. Pero cuando le ven a uno a las malas con su hijo de corta edad, no hay manera de trabajar. Le toman a uno por un viudo. Las apariencias m¨¢s alegres nada pueden por evitarlo, m¨¢s bien agravan la situaci¨®n haciendo que se nos impute una esposa muerta mucho tiempo atr¨¢s, seguramente de parto. Y entonces no se ver¨ªa en mis excentricidades m¨¢s que un efecto de la viudez que me habr¨ªa trastornado el entendimiento. Podr¨ªa hacerle pasar por un sobrino. Le prohibir¨¦ llamarme pap¨¢ o darme muestras de afecto en presencia de extra?os, so pena de recibir uno de esos bofetones que tanto teme'. Lo menciono porque es ahora opini¨®n general de escribidores que el escritor irland¨¦s es aburrido.
Islas de archipi¨¦lago
Nadie, ni siquiera los plomizos profesionales de la tristeza, puede hurtar su esqueleto a las exultantes alegr¨ªas navide?as. El contento de los cr¨ªos es inevitable -y bienvenido- porque juega a favor de las muchas contaminaciones asumidas, as¨ª que entonan villancicos repetidos porque lo ignoran todo sobre los peces y los r¨ªos, la virgen y los espejos, la llegada reiterada de un tal Mes¨ªas y la resuelta permanencia de S¨¢nchez Drag¨®. Pero los adultos, vaya, ellos. Celebran el asunto con esa inmersi¨®n de minucioso relojero que tanto les recuerda no a la infancia sino a la severidad de una extra?eza sin clausura posible en la memoria. Lo mejor de esta fiesta sandunguera ser¨ªa desde?ar el frenes¨ª que la requiebra. Pero tambi¨¦n esa boba observaci¨®n se pliega a una conmemorativa que, m¨¢s all¨¢ de la turbia constancia de las sectas, disfruta en la ignorancia de su origen estrictamente agrario.
Historia Sagrada
Es posible que muchos padres incr¨¦dulos permitir¨ªan la ense?anza de lo que se llama Religi¨®n a sus hijos si se limitara a fascinar a los cr¨ªos con los fabulosos episodios de la anta?o llamada Historia Sagrada, ese furioso repertorio de sucesos b¨ªblicos tan ameno y distra¨ªdo para todas las edades. Ni el mejor de los relatos de aventuras juveniles puede competir en emoci¨®n con la historia de Jos¨¦ y sus hermanos, la construcci¨®n del Arca de No¨¦ o las desventuras de Mois¨¦s y Aar¨®n, un esplendoroso relato fundacional que, por cierto, reprodujo m¨¢s o menos fielmente Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez en algunos pasajes de Cien a?os de soledad. Si la alternativa a eso es una monserga poco comprensible sobre aspectos de la ¨¦tica -cristiana, naturalmente-, el ni?o desarrolla una propensi¨®n severa o c¨ªnica acaso poco acorde con su emotiva imaginaci¨®n. O la sobrepasa.
D¨ªas de fr¨ªo lluvioso
Parece que el invierno se ha decidido a hacerse anunciar de manera contundente en los d¨ªas anteriores a su llegada, un tanto a la manera de esas promos televisivas anticipando un programa que al emitirse por fin ser¨¢, en efecto, tan temible como los espacios que lo pregonaron. Cabe confiar, no obstante, en que, como ocurre a menudo, el ma?aneo de un suceso sea m¨¢s atroz que el acontecimiento que vaticina. Para los que conservamos en lo que queda de los huesos la memoria del fr¨ªo sin remedio de nuestra infancia, la estaci¨®n oscura siempre llega de improviso, porque jam¨¢s la deseamos y tambi¨¦n quiz¨¢s porque estamos persuadidos de no haberla nunca merecido. Hay como una estalagmita del alma que en vano fantasea cada oto?o con desavenencias significativas en el b¨¢rbaro ciclo estacional que todav¨ªa gobierna en nuestro ¨¢nimo.Placeres del gusto
Si tuviera que recurrir al invasivo tarjet¨®n navide?o para desear lo mejor a todo el mundo, incluir¨ªa a manera de mensaje este texto, de un gran amigo, por ver si resucita: 'Mi hijo s¨®lo va a servirme de estorbo. Se parece a otros mil muchachos de su edad y condici¨®n. Un padre siempre es algo m¨¢s serio. Aunque sea grotesco, impone cierto respeto. Pero cuando le ven a uno a las malas con su hijo de corta edad, no hay manera de trabajar. Le toman a uno por un viudo. Las apariencias m¨¢s alegres nada pueden por evitarlo, m¨¢s bien agravan la situaci¨®n haciendo que se nos impute una esposa muerta mucho tiempo atr¨¢s, seguramente de parto. Y entonces no se ver¨ªa en mis excentricidades m¨¢s que un efecto de la viudez que me habr¨ªa trastornado el entendimiento. Podr¨ªa hacerle pasar por un sobrino. Le prohibir¨¦ llamarme pap¨¢ o darme muestras de afecto en presencia de extra?os, so pena de recibir uno de esos bofetones que tanto teme'. Lo menciono porque es ahora opini¨®n general de escribidores que el escritor irland¨¦s es aburrido.Islas de archipi¨¦lago
Nadie, ni siquiera los plomizos profesionales de la tristeza, puede hurtar su esqueleto a las exultantes alegr¨ªas navide?as. El contento de los cr¨ªos es inevitable -y bienvenido- porque juega a favor de las muchas contaminaciones asumidas, as¨ª que entonan villancicos repetidos porque lo ignoran todo sobre los peces y los r¨ªos, la virgen y los espejos, la llegada reiterada de un tal Mes¨ªas y la resuelta permanencia de S¨¢nchez Drag¨®. Pero los adultos, vaya, ellos. Celebran el asunto con esa inmersi¨®n de minucioso relojero que tanto les recuerda no a la infancia sino a la severidad de una extra?eza sin clausura posible en la memoria. Lo mejor de esta fiesta sandunguera ser¨ªa desde?ar el frenes¨ª que la requiebra. Pero tambi¨¦n esa boba observaci¨®n se pliega a una conmemorativa que, m¨¢s all¨¢ de la turbia constancia de las sectas, disfruta en la ignorancia de su origen estrictamente agrario.Historia Sagrada
Es posible que muchos padres incr¨¦dulos permitir¨ªan la ense?anza de lo que se llama Religi¨®n a sus hijos si se limitara a fascinar a los cr¨ªos con los fabulosos episodios de la anta?o llamada Historia Sagrada, ese furioso repertorio de sucesos b¨ªblicos tan ameno y distra¨ªdo para todas las edades. Ni el mejor de los relatos de aventuras juveniles puede competir en emoci¨®n con la historia de Jos¨¦ y sus hermanos, la construcci¨®n del Arca de No¨¦ o las desventuras de Mois¨¦s y Aar¨®n, un esplendoroso relato fundacional que, por cierto, reprodujo m¨¢s o menos fielmente Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez en algunos pasajes de Cien a?os de soledad. Si la alternativa a eso es una monserga poco comprensible sobre aspectos de la ¨¦tica -cristiana, naturalmente-, el ni?o desarrolla una propensi¨®n severa o c¨ªnica acaso poco acorde con su emotiva imaginaci¨®n. O la sobrepasa.
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