Jos¨¦ Mar¨ªa Mohedano Hern¨¢ndez, catedr¨¢tico
Profesor de literatura en diversos centros madrile?os (entre ellos el Ramiro de Maeztu), estudioso de Erasmo, colaborador en su d¨ªa de la revista Cuadernos para el Di¨¢logo, fundada y dirigida por Joaqu¨ªn Ruiz Gim¨¦nez, a quien durante largos y dif¨ªciles a?os se mantuvo ligado por amistad y afinidad de ideas, Jos¨¦ Mar¨ªa Mohedano Hern¨¢ndez falleci¨® la semana pasada en Madrid a los 80 a?os. No tuve la suerte de ser alumno suyo (y me consta la huella que su rigor, conocimientos y entusiasmo por los libros dej¨® en gente de distintas generaciones que nunca le olvid¨®), pero s¨ª disfrut¨¦ muchos ratos de charla informal sobre novelas, ciudades lejanas, m¨²sica y, sobre todo, pol¨ªtica, que aun en los tiempos finales de su vida no dej¨® de seguir apasionadamente. Y es que Jos¨¦ Mar¨ªa (me resisto a ponerle el 'don' solemne) ha sido, durante m¨¢s de veinte a?os, mi vecino, alguien que a lo largo de una relaci¨®n hecha de encuentros de portal, peque?as cuitas dom¨¦sticas y conversaciones alargadas entre el ascensor y la calle, me deslumbr¨® con su extraordinaria calidad humana y me hizo tambi¨¦n descubrir una Espa?a mayor que quiz¨¢ est¨¦ desapareciendo con personas como ¨¦l.
Todos seremos viejos y jubilados alg¨²n d¨ªa, pero ?seremos el viejo cort¨¦s aunque ind¨®mito de pensamiento, elocuente, curioso, bienhumorado, mordaz y nunca maledicente que fue ¨¦l hasta el ¨²ltimo suspiro? Enraizado en el mundo de Acci¨®n Cat¨®lica y buen cristiano ('pero no eclesial', sol¨ªa decir con ojos burlones), Jos¨¦ Mar¨ªa fue un ejemplo de evoluci¨®n progresista, en su caso quiz¨¢ influida por la militancia de sus hijos, pero que ¨¦l asumi¨® valiente, radicalmente, sin perder nunca la mirada cr¨ªtica m¨¢s aguda. Me ha contado su viuda Mar¨ªa Jes¨²s Fuertes, otra persona mayor culta y avanzada, que ya en el hospital del que no saldr¨ªa con vida Jos¨¦ Mar¨ªa empez¨® un art¨ªculo de indignada protesta contra la sentencia que ratificaba el despido de la profesora de religi¨®n de Almer¨ªa. No lo pudo acabar, pero lo veo como una ¨²ltima lecci¨®n de civismo a sumar a su testamento moral.
Me parece que mi querido vecino Jos¨¦ Mar¨ªa no era un hombre de cielos ni infiernos de condenaci¨®n, pero alg¨²n sitio tendr¨ªa que haber, por encima de nuestras cabezas terrenales, donde los muertos ben¨¦volos como ¨¦l descansen en paz y nos sigan guiando con el ejemplo de su cordial sabidur¨ªa.
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