Acte¨®n en Bah¨ªa
Le encanta a Carlos Franco, de siempre, meterse en l¨ªos, y enmara?arlo todo para volver luego esa mara?a del rev¨¦s y comenzar de nuevo, forzando al l¨ªmite de riesgo esa apuesta que liga su pintura a los entresijos de la magia, como empe?o por despertar de su amnesia presente a la conciencia elemental de lo sagrado. De ello surge la particular instrumentaci¨®n exc¨¦ntrica que la iconograf¨ªa del artista fuerza en los arquetipos de la mitolog¨ªa cl¨¢sica, as¨ª como el deslizamiento sincr¨¦tico que su evoluci¨®n reciente hace confluir hacia el territorio del candombl¨¦ brasile?o, como sedimento vivo que mantiene abiertos los cauces de intermediaci¨®n con esa dimensi¨®n sacra de lo real.
Y de ah¨ª tambi¨¦n la deriva experimental que ha ido brotando como un sarpullido en su pintura en el curso de la ¨²ltima d¨¦cada, a partir de la semilla sugerida por la obligada investigaci¨®n de soportes y pigmentos industriales que se asocia a la monumental intervenci¨®n del artista, hacia el arranque de los noventa, en la fachada de la Casa de la Panader¨ªa, y que dar¨ªa luego paso a la irrupci¨®n del uso de tintas fosforescentes o de las pinturas sobre plancha de aluminio. Deriva experimental, en todo caso, que desdobla en paralelo en la sintaxis y estrategias materiales de la obra un envite coherente con lo arriesgado en el discurso aleg¨®rico, para hacer saltar a su vez, en consecuencia, las costuras de lo pict¨®rico y, sin renunciar a su esencia vertebral, proyectar de igual modo a la pintura m¨¢s all¨¢ de s¨ª misma, violent¨¢ndola en el anhelo de que acceda a elevar al rango de lo visible aquello que no puede serlo.
CARLOS FRANCO
Galer¨ªa Almirante/Galer¨ªa Moriarty Almirante, 5, 1?. Madrid Hasta el 24 de enero
Carlos Franco sabe bien
que s¨®lo cuando uno se juega en verdad la piel es capaz de despertar, ante s¨ª mismo y ante los otros, una visi¨®n abrasadora. Por ello es capaz de despellejar a la pintura, no para acabar con ella sino, todo lo contrario, anhelando encender una vez m¨¢s, hasta la incandescencia, su ardor perdido. Y eso hace, por ejemplo, que su querencia experimental, a¨²n cuando, como en el caso de este ciclo reciente, se apropie, con la infograf¨ªa o la estampaci¨®n digital, recursos tan en boga, lo haga al fin de forma tan desbocada e intempestiva, tan antit¨¦ticamente alejada de la beater¨ªa de lo moderno, pues su vocaci¨®n no es precisamente, nada m¨¢s lejos, celebrar lo que hay, sino invocar de nuevo en esa concelebraci¨®n ritual a los dioses remotos y arrancarlos del destierro.
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