Cartelera de espect¨¢culos
Gran ¨¦xito en la campa?a navide?a de la solidaridad de cero seis euros por la salvaci¨®n a distancia de ni?os sidosos y de manis contra 'la droga' a las que algunos acudieron con una copa de m¨¢s
Por ejemplo
Es seguro que Ciudadano Kane no es la mejor pel¨ªcula de la historia del cine, y esto no es racaneo de m¨¦ritos sino sugerencia de una cierta arbitrariedad de m¨¦todo. De lo que no hay duda es de que Orson Welles, autor casi absoluto de esa historia y de otras todav¨ªa m¨¢s estimulantes, era un tipo irrepetible. Primero, porque era actor, de tendencia digamos shakespeareana, un gran actor, demasiado buen actor, un tremendo histri¨®n. Y segundo porque dedic¨® casi toda su vida a destruirse con gestos de desmesura. Se ha visto en la expresi¨®n Rosebud -simple r¨®tulo de un trineo de infancia- la clave interpretativa de su persona. En esa misma peli hay una pista m¨¢s definitiva, si hay que expresarse a la manera del detective aficionado, y m¨¢s estimulante. Es cuando el banquero que hace de tutor del joven Kane le pregunta qu¨¦ quiere ser en esta vida, y ¨¦l responde con determinaci¨®n: 'Todo lo que usted odia'.
Una en¨¦rgica escritura
En numerosas ocasiones la energ¨ªa literaria es m¨¢s deudora de la veracidad que de la potencia, y si de algo hay que extra?arse es de esa literatura envejecida que hacen tantos autores todav¨ªa j¨®venes. Sucede que la originalidad -si se entiende por esa entelequia la aportaci¨®n personal a las claves madre de una tradici¨®n de fuste- goza de menor predicamento que el refrito sin m¨¢s ambici¨®n que su prop¨®sito de parasitar los modelos de prestigio. Y ocurre que nunca tantos autores de segunda mano dispuestos al martirio propio y ajeno con la entrega de no menos de una novedad por a?o hab¨ªan reproducido sin gracia ni talento los hallazgos de epifan¨ªa de unos maestros frecuentados s¨®lo en res¨²menes de enciclopedia o de solapa. Triste, solitaria y final, adem¨¢s de in¨²til, esa narrativa de anciano que intertextualizan un pu?ado de escribidores todav¨ªa en edad de merecer una jubilaci¨®n anticipada.
Y tambi¨¦n una de Mahler
Menos mal que la fortuna musical del compositor alem¨¢n Gustav Mahler no depend¨ªa del mortal abrazo con el que trataban de estrangularlo los aguerridos socialistas de los ochenta. Todav¨ªa produce hist¨®rico escalofr¨ªo que fuera necesaria una cursilada pat¨¦tica como Muerte en Venecia -un melo m¨¢s del aparatoso Luchino Visconti- para que el socialismo nacional descubriera su aprecio por la cultura fina, con el diab¨®lico poeta Alfonso Guerra a la cabeza y su deslumbramiento por la que deb¨ªa considerar pieza ¨²nica del m¨²sico que, mal que le pese a su tard¨ªo descubridor, era bastante conocido desde muchos trienios antes. Como es natural, terminamos de Mahler hasta el gorro, y no creo que ya nadie se tome la molestia de ponerlo. Sin embargo, algunas de sus m¨²sicas no son nada desde?ables, aunque habr¨ªa que decir que sus vacilaciones est¨¢n resueltas en el tercer movimiento de la Novena de Beethoven.
Una nube de estupor
Cabe suponer que las cadenas televisivas tienen a la noche de fin de a?o por una de sus veladas preferidas -adem¨¢s de millonaria en ingresos y en audiencia-, de manera que para celebrar ese previsible festejo estacional guardan el tarro de las esencias que no emiten en los d¨ªas de a diario. Raz¨®n de m¨¢s para esmerarse. Del tarro ya se sabe casi todo, pero las esencias, vaya, en cada ceremonia se parecen m¨¢s a esas chuches del todo a cien que distraen a los cr¨ªos lo que se tarda en llegar a casa. No es caso de quejarse de una programaci¨®n festiva que conf¨ªa en la estupidez generalizada para colar sus rebajas. Pero ?es preciso que tantos euros p¨²blicos financien a esa colecci¨®n de paletos disfrazada de gente alegre y conmemorativa? ?Es imprescindible tanta desidia de tant¨ªsimos profesionales tan creativos durante tantas horas y ante tantos espectadores? Y, sobre todo, ?por qu¨¦ osa todav¨ªa Jos¨¦ Luis Moreno cuando hasta Amadeu Fabregat guarda silencio?
La militancia prolija
Hay personajes un tanto suyos que re¨²nen en su misma mismidad la determinaci¨®n t¨¢ctica y la firmeza estrat¨¦gica que tanto asombraron en la pr¨¢ctica de ciertos partidos pol¨ªticos, aunque nunca se presenten como candidatos a una convocatoria electoral, sea porque no tienen ganas, bien porque desconf¨ªan de su capacidad de arrastre, o debido a la creencia en que la disponibilidad al todo exime de responsabilizarse de nada. Por todo protestan y a casi todas se suman, ya se trate de asuntos de delincuencias por drogas que no ingieren, de maltratos que no padecen, de solidaridades diarias que no necesitan o de una marginaci¨®n que nunca sufren. Suelen estar bien empleados, con sueldo fijo de por vida y sus gabelas, y hacen como que no saben que, despu¨¦s de la foto que recoge la protesta, sus indefensos solidarizados seguir¨¢n durmiendo en la calle, y no como otros protagonistas invitados.Una en¨¦rgica escritura
En numerosas ocasiones la energ¨ªa literaria es m¨¢s deudora de la veracidad que de la potencia, y si de algo hay que extra?arse es de esa literatura envejecida que hacen tantos autores todav¨ªa j¨®venes. Sucede que la originalidad -si se entiende por esa entelequia la aportaci¨®n personal a las claves madre de una tradici¨®n de fuste- goza de menor predicamento que el refrito sin m¨¢s ambici¨®n que su prop¨®sito de parasitar los modelos de prestigio. Y ocurre que nunca tantos autores de segunda mano dispuestos al martirio propio y ajeno con la entrega de no menos de una novedad por a?o hab¨ªan reproducido sin gracia ni talento los hallazgos de epifan¨ªa de unos maestros frecuentados s¨®lo en res¨²menes de enciclopedia o de solapa. Triste, solitaria y final, adem¨¢s de in¨²til, esa narrativa de anciano que intertextualizan un pu?ado de escribidores todav¨ªa en edad de merecer una jubilaci¨®n anticipada.Y tambi¨¦n una de Mahler
Menos mal que la fortuna musical del compositor alem¨¢n Gustav Mahler no depend¨ªa del mortal abrazo con el que trataban de estrangularlo los aguerridos socialistas de los ochenta. Todav¨ªa produce hist¨®rico escalofr¨ªo que fuera necesaria una cursilada pat¨¦tica como Muerte en Venecia -un melo m¨¢s del aparatoso Luchino Visconti- para que el socialismo nacional descubriera su aprecio por la cultura fina, con el diab¨®lico poeta Alfonso Guerra a la cabeza y su deslumbramiento por la que deb¨ªa considerar pieza ¨²nica del m¨²sico que, mal que le pese a su tard¨ªo descubridor, era bastante conocido desde muchos trienios antes. Como es natural, terminamos de Mahler hasta el gorro, y no creo que ya nadie se tome la molestia de ponerlo. Sin embargo, algunas de sus m¨²sicas no son nada desde?ables, aunque habr¨ªa que decir que sus vacilaciones est¨¢n resueltas en el tercer movimiento de la Novena de Beethoven.
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