El sabor de la verdad
En 1996, Rob Dawber, un trabajador de la British Rail, la empresa de los ferrocarriles estatales brit¨¢nicos, amenazados entonces por un nuevo zarpazo de la oleada de privatizaciones, escribi¨® a Ken Loach una carta en la que le cont¨® algunas de sus experiencias como testigo y como v¨ªctima de esa pol¨ªtica e invit¨® al cineasta a filmarlas y a extraer de ellas otro trecho de su largo camino en el cine de lucha obrera.
Loach acept¨® la oferta de Dawber y ¨¦ste escribi¨® de un tir¨®n un adelanto de lo que siete a?os despu¨¦s -con Dawber recien muerto por el c¨¢ncer que le provoc¨® su traje de faena hecho con tela de amianto- se converti¨® en Los navegantes o, en t¨ªtulo espa?ol, La cuadrilla. Y algo que se parece al ¨²ltimo aliento de aquel terco y l¨²cido ferroviario muerto impregna y atraviesa a las im¨¢genes de esta concisa, formalmente dur¨ªsima, ¨¢spera y generosa cr¨®nica laboral.
LA CUADRILLA
Direcci¨®n: Ken Loach. Gui¨®n: Rob Dawber. Int¨¦rpretes: Dean Andrews, Tom Craig, Joe Duttine, Steve Huison, Venn Tracey, Sean Glenn, Andy Swallow, Charlie Brown. Gen¨¦ro: drama. Reino Unido, Espa?a, 2001. Duraci¨®n: 93 minutos.
La cuadrilla, que alcanza a causa de su serenidad rasgos de obra de plenitud, nos devuelve, probablemente en su estado de mayor ascetismo, la pasi¨®n de Ken Loach por relatar mediante ficciones de estirpe documental la tumultuosa y dolorosa historia de la clase obrera de su pa¨ªs a lo largo de las ¨²ltimas d¨¦cadas, desde la toma del poder por el thatcherismo hasta ahora mismo. La cr¨®nica laboral de La cuadrilla responde al desaf¨ªo de esa pasi¨®n, y esto es quizas lo que la convierte en una maquinaria narrativa despojada de adornos e incluso de respiraderos argumentales y dram¨¢ticos que faciliten su digesti¨®n. O se traga en toda su crudeza o se huye de ella. Y es necesaria mucha convicci¨®n y seguridad en lo que est¨¢ haciendo, para filmar de manera tan radical y tan de espaldas a lo convenido por los mercados de celuloide, como hace aqu¨ª Loach.
Porque hay probablemente que remontarse a su explosiva Ladybird, ladybird -que es la m¨¢s abrupta, descarnada y desoladora expresi¨®n de la opresi¨®n individual que hay en la filmograf¨ªa de Loach- para encontrar en la obra del cineasta brit¨¢nico un filme en el que sea visible tanto esfuerzo de despojamiento formal. Porque, aunque ambas pel¨ªculas no tienen apenas nada que ver entre s¨ª argumentalmente, hay sin embargo en ellas un fuerte parentesco de estilo y de forma de mirar a las cunetas f¨ªsicas y morales de la vida brit¨¢nica sumergida en pozos sin fondo de pobreza y de usurpaci¨®n.
Si Ken Loach busc¨® en los ¨²limos tramos de su obra algunos desv¨ªos hacia fuera de su mundo, como Tierra y libertad y m¨¢s cerca La canci¨®n de Carla y Pan y rosas, ahora, en La cuadrilla, se sumerge totalmente en el subsuelo de su tierra y all¨ª vuelve a coger las riendas del zarpazo de estilo que dio lugar a Ladybird. No es por eso justo ni coherente reprochar a Loach, como se ha hecho, que en La cuadrilla incurre en reiteraciones y cuenta lo ya contado en otros filmes, porque esto es precisamente lo que busca y encuentra ahora, en una obra que recupera lo m¨¢s comprometido de su discurso, el de siempre.
Y, as¨ª, La cuadrilla nos devuelve al mejor Loach, a su cine cada d¨ªa m¨¢s necesario y cada d¨ªa m¨¢s escaso. Es abrumadora la sensaci¨®n de verdad que expulsa este filme, tal vez irrepetible. Se percibe al verle que su dureza formal y su renuncia a la menor ca¨ªda en la ret¨®rica, s¨®lo es posible en quien conoce muy a fondo qu¨¦ filma y pude permitirse ir al grano despiadadamente, a secas, sin rodeos, sin endulzamientos.
Babelia
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