La metamorfosis del patito feo
Encontrar una familia de acogida cuando se ha perdido la propia no es m¨¢s que el comienzo del asunto: 'Y ahora, ?qu¨¦ voy a hacer con esto?'. El hecho de que el patito feo encuentre a una familia de cisnes no lo soluciona todo. La herida ha quedado escrita en su historia personal, grabada en su memoria, como si el patito feo pensase: hay que golpear dos veces para conseguir un trauma. El primer golpe, el primero que se encaja en la vida real, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, sufrido esta vez en la representaci¨®n de lo real, da paso al sufrimiento de haberse visto humillado, abandonado. 'Y ahora, ?qu¨¦ voy a hacer con esto? ?Lamentarme cada d¨ªa, tratar de vengarme o aprender a vivir otra vida, la vida de los cisnes?'.
La resiliencia es un proceso, un devenir del ni?o que, a fuerza de actos y de palabras, inscribe su desarrollo en un medio y escribe su historia en una cultura
Las cifras de la agresi¨®n son obscenas: hay 30 millones de hu¨¦rfanos en la India, 5 millones de discapacitados, 12 millones de ni?os sin cobijo
Para curar el primer golpe es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrizaci¨®n. Y para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe hay que cambiar la idea que uno se hace de lo que le ha ocurrido, es necesario que logre reformar la representaci¨®n de mi desgracia y su puesta en escena ante los ojos de los dem¨¢s. El relato de mi angustia llegar¨¢ al coraz¨®n de los dem¨¢s, el retablo que refleja mi tempestad les herir¨¢ y la fiebre de mi compromiso social les obligar¨¢ a descubrir otro modo de ser humano. A la cicatrizaci¨®n de la herida real se a?adir¨¢ la metamorfosis de la representaci¨®n de la herida. Pero lo que va a costarle mucho tiempo comprender al patito feo es el hecho de que la cicatriz nunca sea segura. Es una brecha en el desarrollo de su personalidad, un punto d¨¦bil que siempre puede reabrirse con los golpes que la fortuna decida propinar. Esta grieta obliga al patito feo a trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis. S¨®lo entonces podr¨¢ llevar una existencia de cisne, bella y, sin embargo, fr¨¢gil, pues jam¨¢s podr¨¢ olvidar su pasado de patito feo. No obstante, una vez convertido en cisne, podr¨¢ pensar en ese pasado de un modo que le resulte soportable.
Esto significa que la resiliencia, la resistencia al sufrimiento el hecho de superar el trauma y volverse bello pese a todo, no tiene nada que ver con la invulnerabilidad ni con el ¨¦xito social. (...) Todo estudio de la resiliencia deber¨ªa trabajar tres planos principales:
1. La adquisici¨®n de recursos internos que se impregnan en el temperamento desde los primeros a?os, en el transcurso de las interacciones precoces preverbales, explicar¨¢ la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de gu¨ªas de desarrollo m¨¢s o menos s¨®lidas.
2. La estructura de la agresi¨®n explica los da?os provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo, ser¨¢ la significaci¨®n que ese golpe haya de adquirir m¨¢s tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma.
3. Por ¨²ltimo, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido ofrece las gu¨ªas de resiliencia que habr¨¢n de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida.
Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significaci¨®n cultural y un sost¨¦n social explica la asombrosa diversidad de los traumas. Cuando el temperamento est¨¢ bien estructurado gracias a la vinculaci¨®n segura a un hogar paterno apacible, el ni?o, caso de verse sometido a una situaci¨®n de prueba, se habr¨¢ vuelto capaz de movilizarse en busca de un sustituto eficaz.
El d¨ªa en que los discursos culturales dejen de seguir considerando a las v¨ªctimas como a c¨®mplices del agresor o como a reos del destino, el sentimiento de haber sido magullado se volver¨¢ m¨¢s leve.
Cuando los profesionales se vuelvan menos incr¨¦dulos, menos guasones o menos proclives a la moralizaci¨®n, los heridos emprender¨¢n sus procesos de reparaci¨®n con una rapidez mucho mayor a la que se observa en la actualidad.
Y cuando las personas encargadas de tomar las decisiones sociales acepten simplemente disponer en torno a los descarriados unos cuantos lugares de creaci¨®n, de palabras y de aprendizajes sociales, nos sorprender¨¢ observar c¨®mo un gran n¨²mero de heridos conseguir¨¢ metamorfosear sus sufrimientos y realizar, pese a todo, una obra humana.
Pero si el temperamento ha sido desorganizado por un hogar en el que los padres son desdichados, si la cultura hace callar a las v¨ªctimas y les a?ade una agresi¨®n m¨¢s, y si la sociedad abandona a las criaturas que considera que se han echado a perder, entonces los que han recibido un trauma conocer¨¢n un destino carente de esperanza. (...)
La emoci¨®n traum¨¢tica
Hoy, esta patolog¨ªa afecta a cientos de millares de ni?os, v¨ªctimas de los bombardeos de los kibutz israel¨ªes antes de la guerra de los Seis D¨ªas, a los desterrados por las deportaciones ideol¨®gicas de Pol Pot y de los jemeres rojos, a los desgarrados por la guerra en la parte meridional de L¨ªbano, a los que padecieron las explosiones que han sacudido ?frica, a los sometidos a las agresiones cr¨®nicas que sufren los palestinos, a los irlandeses, a los perjudicados por la violencia colombiana, a los damnificados por las incesantes represalias que se producen en Argelia y a los afligidos por otras mil violencias de Estado.
?Las personas m¨¢s afectadas por esta inmensa violencia pol¨ªtica son los ni?os! ?Varios millones de hu¨¦rfanos, dos millones de muertos, cinco millones de minusv¨¢lidos, diez millones de traumatizados, doscientos o trescientos millones de ni?os que aprenden que la violencia es una de las formas de las relaciones humanas! (...)
Las consecuencias ps¨ªquicas de estas inmensas agresiones se hallan bien descritas: los trastornos debidos al estr¨¦s postraum¨¢tico constituyen una forma de ansiedad que se incrusta en la personalidad como consecuencia del impacto de la agresi¨®n. El agente estresante obliga a tener que codearse con la muerte y, por efecto del espanto, se impregna tan poderosamente en la memoria del ni?o que toda su personalidad se desarrolla en torno a esta aterradora referencia. La reviviscencia organiza la continuaci¨®n del desarrollo cuando el recuerdo y el sue?o hacen que el psiquismo reviva la memoria del tormento.
El ni?o, para sufrir menos, debe descubrir estrategias de adaptaci¨®n que pertenezcan al tipo de evitaci¨®n: puede aletargarse con el fin de no pensar, esforzarse por sentir desapego, tratar de evitar las personas, los lugares, las actividades e incluso las palabras que evocan el horror pasado, a¨²n vivo en su memoria. Y como nunca ha podido expresar tanta negrura, porque era demasiado duro y porque le hac¨ªan callar, nunca ha aprendido a dominar esta emoci¨®n, a darle una forma humana, una forma que pudiera ser compartida en sociedad. Entonces, sometido a un afecto ingobernable, alterna el embotamiento con las explosiones de c¨®lera, la amabilidad anormal con una repentina agresividad, la indiferencia aparente con una hipersensibilidad extrema.
Cat¨¢strofes y guerras
Sin embargo, dado que no se puede decir que un trauma produzca efectos predecibles, es importante analizar las variables de dichos efectos.
La primera variable que salta a la vista es que somos asombrosamente indulgentes con las agresiones de la naturaleza. A menudo perdonamos lo que nos hacen las cat¨¢strofes naturales, tal como las inundaciones, los incendios, los terremotos y las erupciones volc¨¢nicas. Construimos hospitales en N¨¢poles, sobre las laderas del Vesubio, reconstruimos ciudades cerca del monte Pelado en la Martinica, all¨ª donde sabemos que volver¨¢n a ser destruidas. Tratamos de seducir al agresor y de canalizar su furia por medio de ofrendas o erigiendo diques y elevadas paredes. Le perdonamos porque nos seduce. Experimentamos tanta belleza ante un cielo te?ido con los colores de un incendio, tanta fascinaci¨®n ante el empuje de un torrente que arranca las casas, tanta admiraci¨®n ante un volc¨¢n que arroja su lava, que deseamos, pese a todo, codearnos con el agresor. La multitud bloquea las carreteras ante un incendio, se aglutina a lo largo de las riberas inundadas y escala en procesiones familiares las laderas de un peligroso volc¨¢n.
En cambio, cuando se trata de relaciones humanas, el agresor pierde su poder de seducci¨®n. Nos reunimos para contemplar el incendio que nos transmite euforia, pero si asisti¨¦ramos a una escena de tortura, a una escena en la que un grupo de hombres humillara a otro, nos identificar¨ªamos hasta tal punto con uno de los dos que la indignaci¨®n har¨ªa que nos sublev¨¢semos.
Los mayores agresores de ni?os, hoy y en todo el planeta, son los Estados que hacen la guerra o que provocan derrumbamientos econ¨®micos o sociales. Las agresiones familiares f¨ªsicas, morales o sexuales son el segundo factor, y su efecto da?ino es mucho mayor que el de las agresiones debidas a la mala suerte.
Las cifras de la agresi¨®n son obscenas. Decir que hay 30 millones de hu¨¦rfanos en la India, y que, de ellos, 12 millones se encuentran en situaci¨®n de extremada miseria, que hay cinco millones de ni?os discapacitados y 12 millones de ni?os sin cobijo provoca un cierto embotamiento intelectual, como si la enormidad de los n¨²meros conllevara una imposibilidad de representaci¨®n, como si la distancia del crimen inhibiera la empat¨ªa: 'Est¨¢ demasiado lejos de nosotros, no nos podemos ocupar de todas las desgracias del mundo'. De hecho, 'estos grandes acontecimientos planetarios hipotecan, de por vida, el desarrollo de cientos de millones de ni?os en la actualidad, y el peso de este azote es lo suficientemente pesado como para ralentizar el desarrollo social y econ¨®mico de numerosas naciones'.
Desde los bombardeos de Londres en 1942, sabemos que las reacciones psicol¨®gicas de los ni?os dependen del estado de los adultos que les rodean. Pero el bombardeo, peligroso en la realidad, no es lo que produce m¨¢s trastornos subjetivos. El trauma es la asunci¨®n de la intersubjetividad. Cuando, durante los bombardeos, los ni?os estaban rodeados por adultos ansiosos, o cuando la inestabilidad del grupo, las evacuaciones, las fugas, las heridas o los muertos imped¨ªan la puesta en marcha de gu¨ªas de resiliencia, una gran proporci¨®n de esos ni?os manifestaban trastornos que a veces eran duraderos. Sin embargo, cuando se encontraban rodeados por familias serenas, lo que no siempre era f¨¢cil, no manifestaban ning¨²n trastorno ps¨ªquico. E incluso los ni?os solos consegu¨ªan salir mejor parados cuando, lejos de sus padres, experimentaban el placer de subirse a los tejados para asistir al maravilloso espect¨¢culo de las deflagraciones, de los incendios y del derrumbamiento de las casas. (...) Lo que calma o perturba al ni?o es la forma en que las figuras de su v¨ªnculo afectivo traducen la cat¨¢strofe al expresar sus emociones. (...)
Comprender y actuar
Esto explica que los guerrilleros libaneses que presentaron menos s¨ªndromes postraum¨¢ticos, pese a haber padecido en ocasiones pruebas terribles, fueran aquellos a los que se vitoreaba, cuidaba y adulaba cuando regresaban a casa. Y tambi¨¦n explica, por el contrario, que los veteranos estadounidenses de Vietnam se alteraran profundamente, ya que nada m¨¢s regresar a su propio pa¨ªs fueron blanco de las cr¨ªticas. (...) Durante mucho tiempo revivieron cada d¨ªa los dramas en los que hab¨ªan participado sin comprenderlos, sin dominar la acci¨®n ni su representaci¨®n. Cuando una prueba carece de sentido nos volvemos incoherentes, puesto que, al no ver con claridad el mundo en el que vivimos, no podemos adaptar a ¨¦l nuestras conductas.
Es necesario pensar un desastre para conseguir darle alg¨²n sentido, y es igualmente necesario pasar a la acci¨®n afront¨¢ndolo, huyendo de ¨¦l o metamorfose¨¢ndolo. Hay que comprender y actuar para desencadenar un proceso de resiliencia. Cuando falta alguno de estos dos factores, la resiliencia no se teje y el trastorno se instala. Comprender sin actuar da pie a la angustia. Y actuar sin comprender produce delincuentes.
Durante las guerras, los que ven el drama sin actuar, los que observan pasivamente, forman el grupo de los que presentan el m¨¢s elevado n¨²mero de s¨ªndromes postraum¨¢ticos. 'Restricci¨®n en el empleo de las armas, ausencia de enemigo designado, p¨¦rdida del sentido de la misi¨®n; todos estos elementos se re¨²nen en la situaci¨®n de pasividad, que constituye un factor de vulnerabilidad eminentemente desestabilizador y doloroso'. Seg¨²n como sean las guerras, el n¨²mero de casos de estr¨¦s traum¨¢tico var¨ªa enormemente. La variabilidad de estos trastornos depende del contexto, que en unos casos concede a algunos soldados una posibilidad de resiliencia, mientras que en otros los hace vulnerables.
Actuar sin comprender tampoco permite la resiliencia. Cuando la familia se derrumba y el entorno social no tiene nada que proponer, el ni?o se adapta a ese medio sin sentido mendigando, robando y a veces prostituy¨¦ndose. Los factores de adaptaci¨®n no son factores de resiliencia, ya que permiten una supervivencia inmediata, pero frenan el desarrollo y con frecuencia generan una cascada de pruebas.
En un medio sin leyes ni rituales, un ni?o que no fuera delincuente tendr¨ªa una esperanza de vida muy breve. El hecho de poner su talento, su vitalidad y su desenvoltura al servicio de la delincuencia prueba que est¨¢ sano en un medio enfermo. Cuando la sociedad est¨¢ loca, el ni?o s¨®lo desarrolla una estima de s¨ª mismo teniendo ¨¦xito en sus correr¨ªas y ri¨¦ndose de las agresiones que inflige a los torpes adultos. Cuando el mundo se cae en pedazos y desaparece la familia, la aprobaci¨®n paterna ya no sirve al ni?o como modelo de desarrollo y cede el sitio 'a la aprobaci¨®n de los iguales como elemento apto para la predicci¨®n de su propia estima'. Ahora bien, los 'primeros pasos de la estima de uno mismo se dan siempre bajo la mirada del otro'. Cuando, por causa de un hundimiento social, las relaciones se reducen a la fuerza, el ni?o se siente seguro desde el momento en que ha conseguido robar o ridiculizar a un adulto. ?sta es su manera de adaptarse a una sociedad enloquecida, pero esto no es un factor de resiliencia, ya que no le permite ni comprender ni actuar: no tiene sentido, es s¨®lo una victoria miserable en lo inmediato. (...)
Cuando este proceso de resiliencia verbal, emocional y cerebral no se puede poner en marcha, el herido queda prisionero del acontecimiento pasado. (...) Sin embargo, el herido s¨®lo se ve sometido a la impresi¨®n traum¨¢tica cuando no tiene posibilidad de poner en marcha algunos factores de resiliencia.
El proceso de resiliencia permite a un ni?o herido transformar su magulladura en un organizador del yo, a condici¨®n de que a su alrededor haya una relaci¨®n que le permita realizar una metamorfosis. Cuando el ni?o est¨¢ solo, y cuando se le hace callar, vuelve a ver su desgracia como una letan¨ªa. En ese momento queda prisionero de su memoria, fascinado por la precisi¨®n luminosa del recuerdo traum¨¢tico.
Sin embargo, desde el momento en que se le concede el uso de la palabra, del l¨¢piz o de un escenario en el que pueda expresarse, aprende a descentrarse de s¨ª mismo para dominar la imagen que intenta producir. Entonces trabaja en su modificaci¨®n adaptando sus recuerdos, haci¨¦ndolos interesantes, alegres o hermosos para volverlos aceptables. Este trabajo de recomposici¨®n de su pasado le resocializa, precisamente a ¨¦l que se hab¨ªa visto expulsado de un grupo que no soportaba o¨ªr semejantes horrores. Pero el ajuste de los recuerdos, que asocia la percepci¨®n del acontecimiento a la imagen deliberadamente borrosa del contexto, le prepara para la falsificaci¨®n creadora que transformar¨¢ su sufrimiento en obra de arte. (...)
Recursos internos
La adquisici¨®n de recursos internos ha dado al resiliente la confianza y la alegr¨ªa que le caracterizan. Estas aptitudes, adquiridas f¨¢cilmente en el transcurso de la infancia, le han dado el v¨ªnculo afectivo de tipo protector y los comportamientos de seducci¨®n que le permiten permanecer al acecho de toda mano tendida. Sin embargo, y dado que hemos aprendido a considerar a los hombres mediante la palabra devenir, podremos constatar que aquellos que se han visto privados de estas adquisiciones precoces podr¨¢n ponerlas en marcha m¨¢s adelante, aunque m¨¢s lentamente, con la condici¨®n de que el medio, habiendo comprendido c¨®mo se forja un temperamento, disponga en torno a los heridos unas cuantas gu¨ªas de resiliencia.
Cuando la herida est¨¢ en carne viva, uno siente la tentaci¨®n de recurrir a la negaci¨®n. Para ponerse a vivir de nuevo es preciso no pensar demasiado en la herida. Pero con la perspectiva del tiempo, la emoci¨®n que provoc¨® el golpe tiende a apagarse lentamente y a no dejar en la memoria m¨¢s que la representaci¨®n del golpe. Ahora bien, esta representaci¨®n que se construye tan trabajosamente depende de la manera en que el herido haya conseguido dar un contenido hist¨®rico al acontecimiento. A veces, la cultura hace de ello una herida vergonzosa, mientras que en otras circunstancias se muestra dispuesta a atribuirle el significado de un acto heroico.
Transformarse en cisne
El tiempo dulcifica la memoria y los relatos metamorfosean los sentimientos. (...) Se acepta sin esfuerzo la idea de que la guerra de 1914 a 1918 fue una inmensa carnicer¨ªa cenagosa, pero, ?qui¨¦n se acuerda de los sufrimientos de las poblaciones durante la guerra de Troya? La estratagema del colosal caballo de madera ha ejercido el efecto de una f¨¢bula, ya no evoca la hambruna de diez a?os de sitio, ni las masacres con arma blanca, ni las quemaduras del incendio que siguieron a esta hermosa historia. La realidad se ha visto transfigurada por los relatos de nuestra cultura, enamorada de la Grecia antigua. El sufrimiento se ha apagado, s¨®lo queda la obra de arte. La perspectiva del tiempo nos invita a abandonar el mundo de las percepciones inmediatas para vivir en el de las representaciones duraderas. El trabajo de ficci¨®n que permite la expresi¨®n de la tragedia ejerce entonces un efecto protector.
Y esto equivale a decir que hablar de resiliencia en t¨¦rminos de individuo constituye un error fundamental. No se es m¨¢s o menos resiliente, como si se poseyera un cat¨¢logo de cualidades: la inteligencia innata, la resistencia al dolor o la mol¨¦cula del humor. La resiliencia es un proceso, un devenir del ni?o que, a fuerza de actos y de palabras, inscribe su desarrollo en un medio y escribe su historia en una cultura. (...) No es tanto el ni?o el que es resiliente como su evoluci¨®n y su proceso de vertebraci¨®n de la propia historia. (...)
Se indica siempre el encuentro con una persona significativa. A veces basta con una, una maestra que con una frase devolvi¨® la esperanza al ni?o, un monitor deportivo que le hizo comprender que las relaciones humanas pod¨ªan ser f¨¢ciles, un cura que transfigur¨® el sufrimiento en trascendencia, un jardinero, un comediante, un escritor, cualquiera pudo dar cuerpo al sencillo significado 'es posible salir airoso'. Todo lo que permite la reanudaci¨®n del v¨ªnculo social permite reorganizar la imagen que el herido se hace de s¨ª mismo. La idea de 'sentirse mal y ser malo' queda transformada tras el encuentro con un camarada afectivo que logra hacer germinar el deseo de salir airoso. (...) La vida es demasiado rica para reducirse a un ¨²nico discurso. Hay que escribirla como un libro o cantarla. (...) Basta una min¨²scula se?al para transformar al patito feo en un cisne.Encontrar una familia de acogida cuando se ha perdido la propia no es m¨¢s que el comienzo del asunto: 'Y ahora, ?qu¨¦ voy a hacer con esto?'. El hecho de que el patito feo encuentre a una familia de cisnes no lo soluciona todo. La herida ha quedado escrita en su historia personal, grabada en su memoria, como si el patito feo pensase: hay que golpear dos veces para conseguir un trauma. El primer golpe, el primero que se encaja en la vida real, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, sufrido esta vez en la representaci¨®n de lo real, da paso al sufrimiento de haberse visto humillado, abandonado. 'Y ahora, ?qu¨¦ voy a hacer con esto? ?Lamentarme cada d¨ªa, tratar de vengarme o aprender a vivir otra vida, la vida de los cisnes?'.
Para curar el primer golpe es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrizaci¨®n. Y para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe hay que cambiar la idea que uno se hace de lo que le ha ocurrido, es necesario que logre reformar la representaci¨®n de mi desgracia y su puesta en escena ante los ojos de los dem¨¢s. El relato de mi angustia llegar¨¢ al coraz¨®n de los dem¨¢s, el retablo que refleja mi tempestad les herir¨¢ y la fiebre de mi compromiso social les obligar¨¢ a descubrir otro modo de ser humano. A la cicatrizaci¨®n de la herida real se a?adir¨¢ la metamorfosis de la representaci¨®n de la herida. Pero lo que va a costarle mucho tiempo comprender al patito feo es el hecho de que la cicatriz nunca sea segura. Es una brecha en el desarrollo de su personalidad, un punto d¨¦bil que siempre puede reabrirse con los golpes que la fortuna decida propinar. Esta grieta obliga al patito feo a trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis. S¨®lo entonces podr¨¢ llevar una existencia de cisne, bella y, sin embargo, fr¨¢gil, pues jam¨¢s podr¨¢ olvidar su pasado de patito feo. No obstante, una vez convertido en cisne, podr¨¢ pensar en ese pasado de un modo que le resulte soportable.
Esto significa que la resiliencia, la resistencia al sufrimiento el hecho de superar el trauma y volverse bello pese a todo, no tiene nada que ver con la invulnerabilidad ni con el ¨¦xito social. (...) Todo estudio de la resiliencia deber¨ªa trabajar tres planos principales:
1. La adquisici¨®n de recursos internos que se impregnan en el temperamento desde los primeros a?os, en el transcurso de las interacciones precoces preverbales, explicar¨¢ la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de gu¨ªas de desarrollo m¨¢s o menos s¨®lidas.
2. La estructura de la agresi¨®n explica los da?os provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo, ser¨¢ la significaci¨®n que ese golpe haya de adquirir m¨¢s tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma.
3. Por ¨²ltimo, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido ofrece las gu¨ªas de resiliencia que habr¨¢n de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida.
Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significaci¨®n cultural y un sost¨¦n social explica la asombrosa diversidad de los traumas. Cuando el temperamento est¨¢ bien estructurado gracias a la vinculaci¨®n segura a un hogar paterno apacible, el ni?o, caso de verse sometido a una situaci¨®n de prueba, se habr¨¢ vuelto capaz de movilizarse en busca de un sustituto eficaz.
El d¨ªa en que los discursos culturales dejen de seguir considerando a las v¨ªctimas como a c¨®mplices del agresor o como a reos del destino, el sentimiento de haber sido magullado se volver¨¢ m¨¢s leve.
Cuando los profesionales se vuelvan menos incr¨¦dulos, menos guasones o menos proclives a la moralizaci¨®n, los heridos emprender¨¢n sus procesos de reparaci¨®n con una rapidez mucho mayor a la que se observa en la actualidad.
Y cuando las personas encargadas de tomar las decisiones sociales acepten simplemente disponer en torno a los descarriados unos cuantos lugares de creaci¨®n, de palabras y de aprendizajes sociales, nos sorprender¨¢ observar c¨®mo un gran n¨²mero de heridos conseguir¨¢ metamorfosear sus sufrimientos y realizar, pese a todo, una obra humana.
Pero si el temperamento ha sido desorganizado por un hogar en el que los padres son desdichados, si la cultura hace callar a las v¨ªctimas y les a?ade una agresi¨®n m¨¢s, y si la sociedad abandona a las criaturas que considera que se han echado a perder, entonces los que han recibido un trauma conocer¨¢n un destino carente de esperanza. (...)
La emoci¨®n traum¨¢tica
Hoy, esta patolog¨ªa afecta a cientos de millares de ni?os, v¨ªctimas de los bombardeos de los kibutz israel¨ªes antes de la guerra de los Seis D¨ªas, a los desterrados por las deportaciones ideol¨®gicas de Pol Pot y de los jemeres rojos, a los desgarrados por la guerra en la parte meridional de L¨ªbano, a los que padecieron las explosiones que han sacudido ?frica, a los sometidos a las agresiones cr¨®nicas que sufren los palestinos, a los irlandeses, a los perjudicados por la violencia colombiana, a los damnificados por las incesantes represalias que se producen en Argelia y a los afligidos por otras mil violencias de Estado.
?Las personas m¨¢s afectadas por esta inmensa violencia pol¨ªtica son los ni?os! ?Varios millones de hu¨¦rfanos, dos millones de muertos, cinco millones de minusv¨¢lidos, diez millones de traumatizados, doscientos o trescientos millones de ni?os que aprenden que la violencia es una de las formas de las relaciones humanas! (...)
Las consecuencias ps¨ªquicas de estas inmensas agresiones se hallan bien descritas: los trastornos debidos al estr¨¦s postraum¨¢tico constituyen una forma de ansiedad que se incrusta en la personalidad como consecuencia del impacto de la agresi¨®n. El agente estresante obliga a tener que codearse con la muerte y, por efecto del espanto, se impregna tan poderosamente en la memoria del ni?o que toda su personalidad se desarrolla en torno a esta aterradora referencia. La reviviscencia organiza la continuaci¨®n del desarrollo cuando el recuerdo y el sue?o hacen que el psiquismo reviva la memoria del tormento.
El ni?o, para sufrir menos, debe descubrir estrategias de adaptaci¨®n que pertenezcan al tipo de evitaci¨®n: puede aletargarse con el fin de no pensar, esforzarse por sentir desapego, tratar de evitar las personas, los lugares, las actividades e incluso las palabras que evocan el horror pasado, a¨²n vivo en su memoria. Y como nunca ha podido expresar tanta negrura, porque era demasiado duro y porque le hac¨ªan callar, nunca ha aprendido a dominar esta emoci¨®n, a darle una forma humana, una forma que pudiera ser compartida en sociedad. Entonces, sometido a un afecto ingobernable, alterna el embotamiento con las explosiones de c¨®lera, la amabilidad anormal con una repentina agresividad, la indiferencia aparente con una hipersensibilidad extrema.
Cat¨¢strofes y guerras
Sin embargo, dado que no se puede decir que un trauma produzca efectos predecibles, es importante analizar las variables de dichos efectos.
La primera variable que salta a la vista es que somos asombrosamente indulgentes con las agresiones de la naturaleza. A menudo perdonamos lo que nos hacen las cat¨¢strofes naturales, tal como las inundaciones, los incendios, los terremotos y las erupciones volc¨¢nicas. Construimos hospitales en N¨¢poles, sobre las laderas del Vesubio, reconstruimos ciudades cerca del monte Pelado en la Martinica, all¨ª donde sabemos que volver¨¢n a ser destruidas. Tratamos de seducir al agresor y de canalizar su furia por medio de ofrendas o erigiendo diques y elevadas paredes. Le perdonamos porque nos seduce. Experimentamos tanta belleza ante un cielo te?ido con los colores de un incendio, tanta fascinaci¨®n ante el empuje de un torrente que arranca las casas, tanta admiraci¨®n ante un volc¨¢n que arroja su lava, que deseamos, pese a todo, codearnos con el agresor. La multitud bloquea las carreteras ante un incendio, se aglutina a lo largo de las riberas inundadas y escala en procesiones familiares las laderas de un peligroso volc¨¢n.
En cambio, cuando se trata de relaciones humanas, el agresor pierde su poder de seducci¨®n. Nos reunimos para contemplar el incendio que nos transmite euforia, pero si asisti¨¦ramos a una escena de tortura, a una escena en la que un grupo de hombres humillara a otro, nos identificar¨ªamos hasta tal punto con uno de los dos que la indignaci¨®n har¨ªa que nos sublev¨¢semos.
Los mayores agresores de ni?os, hoy y en todo el planeta, son los Estados que hacen la guerra o que provocan derrumbamientos econ¨®micos o sociales. Las agresiones familiares f¨ªsicas, morales o sexuales son el segundo factor, y su efecto da?ino es mucho mayor que el de las agresiones debidas a la mala suerte.
Las cifras de la agresi¨®n son obscenas. Decir que hay 30 millones de hu¨¦rfanos en la India, y que, de ellos, 12 millones se encuentran en situaci¨®n de extremada miseria, que hay cinco millones de ni?os discapacitados y 12 millones de ni?os sin cobijo provoca un cierto embotamiento intelectual, como si la enormidad de los n¨²meros conllevara una imposibilidad de representaci¨®n, como si la distancia del crimen inhibiera la empat¨ªa: 'Est¨¢ demasiado lejos de nosotros, no nos podemos ocupar de todas las desgracias del mundo'. De hecho, 'estos grandes acontecimientos planetarios hipotecan, de por vida, el desarrollo de cientos de millones de ni?os en la actualidad, y el peso de este azote es lo suficientemente pesado como para ralentizar el desarrollo social y econ¨®mico de numerosas naciones'.
Desde los bombardeos de Londres en 1942, sabemos que las reacciones psicol¨®gicas de los ni?os dependen del estado de los adultos que les rodean. Pero el bombardeo, peligroso en la realidad, no es lo que produce m¨¢s trastornos subjetivos. El trauma es la asunci¨®n de la intersubjetividad. Cuando, durante los bombardeos, los ni?os estaban rodeados por adultos ansiosos, o cuando la inestabilidad del grupo, las evacuaciones, las fugas, las heridas o los muertos imped¨ªan la puesta en marcha de gu¨ªas de resiliencia, una gran proporci¨®n de esos ni?os manifestaban trastornos que a veces eran duraderos. Sin embargo, cuando se encontraban rodeados por familias serenas, lo que no siempre era f¨¢cil, no manifestaban ning¨²n trastorno ps¨ªquico. E incluso los ni?os solos consegu¨ªan salir mejor parados cuando, lejos de sus padres, experimentaban el placer de subirse a los tejados para asistir al maravilloso espect¨¢culo de las deflagraciones, de los incendios y del derrumbamiento de las casas. (...) Lo que calma o perturba al ni?o es la forma en que las figuras de su v¨ªnculo afectivo traducen la cat¨¢strofe al expresar sus emociones. (...)
Comprender y actuar
Esto explica que los guerrilleros libaneses que presentaron menos s¨ªndromes postraum¨¢ticos, pese a haber padecido en ocasiones pruebas terribles, fueran aquellos a los que se vitoreaba, cuidaba y adulaba cuando regresaban a casa. Y tambi¨¦n explica, por el contrario, que los veteranos estadounidenses de Vietnam se alteraran profundamente, ya que nada m¨¢s regresar a su propio pa¨ªs fueron blanco de las cr¨ªticas. (...) Durante mucho tiempo revivieron cada d¨ªa los dramas en los que hab¨ªan participado sin comprenderlos, sin dominar la acci¨®n ni su representaci¨®n. Cuando una prueba carece de sentido nos volvemos incoherentes, puesto que, al no ver con claridad el mundo en el que vivimos, no podemos adaptar a ¨¦l nuestras conductas.
Es necesario pensar un desastre para conseguir darle alg¨²n sentido, y es igualmente necesario pasar a la acci¨®n afront¨¢ndolo, huyendo de ¨¦l o metamorfose¨¢ndolo. Hay que comprender y actuar para desencadenar un proceso de resiliencia. Cuando falta alguno de estos dos factores, la resiliencia no se teje y el trastorno se instala. Comprender sin actuar da pie a la angustia. Y actuar sin comprender produce delincuentes.
Durante las guerras, los que ven el drama sin actuar, los que observan pasivamente, forman el grupo de los que presentan el m¨¢s elevado n¨²mero de s¨ªndromes postraum¨¢ticos. 'Restricci¨®n en el empleo de las armas, ausencia de enemigo designado, p¨¦rdida del sentido de la misi¨®n; todos estos elementos se re¨²nen en la situaci¨®n de pasividad, que constituye un factor de vulnerabilidad eminentemente desestabilizador y doloroso'. Seg¨²n como sean las guerras, el n¨²mero de casos de estr¨¦s traum¨¢tico var¨ªa enormemente. La variabilidad de estos trastornos depende del contexto, que en unos casos concede a algunos soldados una posibilidad de resiliencia, mientras que en otros los hace vulnerables.
Actuar sin comprender tampoco permite la resiliencia. Cuando la familia se derrumba y el entorno social no tiene nada que proponer, el ni?o se adapta a ese medio sin sentido mendigando, robando y a veces prostituy¨¦ndose. Los factores de adaptaci¨®n no son factores de resiliencia, ya que permiten una supervivencia inmediata, pero frenan el desarrollo y con frecuencia generan una cascada de pruebas.
En un medio sin leyes ni rituales, un ni?o que no fuera delincuente tendr¨ªa una esperanza de vida muy breve. El hecho de poner su talento, su vitalidad y su desenvoltura al servicio de la delincuencia prueba que est¨¢ sano en un medio enfermo. Cuando la sociedad est¨¢ loca, el ni?o s¨®lo desarrolla una estima de s¨ª mismo teniendo ¨¦xito en sus correr¨ªas y ri¨¦ndose de las agresiones que inflige a los torpes adultos. Cuando el mundo se cae en pedazos y desaparece la familia, la aprobaci¨®n paterna ya no sirve al ni?o como modelo de desarrollo y cede el sitio 'a la aprobaci¨®n de los iguales como elemento apto para la predicci¨®n de su propia estima'. Ahora bien, los 'primeros pasos de la estima de uno mismo se dan siempre bajo la mirada del otro'. Cuando, por causa de un hundimiento social, las relaciones se reducen a la fuerza, el ni?o se siente seguro desde el momento en que ha conseguido robar o ridiculizar a un adulto. ?sta es su manera de adaptarse a una sociedad enloquecida, pero esto no es un factor de resiliencia, ya que no le permite ni comprender ni actuar: no tiene sentido, es s¨®lo una victoria miserable en lo inmediato. (...)
Cuando este proceso de resiliencia verbal, emocional y cerebral no se puede poner en marcha, el herido queda prisionero del acontecimiento pasado. (...) Sin embargo, el herido s¨®lo se ve sometido a la impresi¨®n traum¨¢tica cuando no tiene posibilidad de poner en marcha algunos factores de resiliencia.
El proceso de resiliencia permite a un ni?o herido transformar su magulladura en un organizador del yo, a condici¨®n de que a su alrededor haya una relaci¨®n que le permita realizar una metamorfosis. Cuando el ni?o est¨¢ solo, y cuando se le hace callar, vuelve a ver su desgracia como una letan¨ªa. En ese momento queda prisionero de su memoria, fascinado por la precisi¨®n luminosa del recuerdo traum¨¢tico.
Sin embargo, desde el momento en que se le concede el uso de la palabra, del l¨¢piz o de un escenario en el que pueda expresarse, aprende a descentrarse de s¨ª mismo para dominar la imagen que intenta producir. Entonces trabaja en su modificaci¨®n adaptando sus recuerdos, haci¨¦ndolos interesantes, alegres o hermosos para volverlos aceptables. Este trabajo de recomposici¨®n de su pasado le resocializa, precisamente a ¨¦l que se hab¨ªa visto expulsado de un grupo que no soportaba o¨ªr semejantes horrores. Pero el ajuste de los recuerdos, que asocia la percepci¨®n del acontecimiento a la imagen deliberadamente borrosa del contexto, le prepara para la falsificaci¨®n creadora que transformar¨¢ su sufrimiento en obra de arte. (...)
Recursos internos
La adquisici¨®n de recursos internos ha dado al resiliente la confianza y la alegr¨ªa que le caracterizan. Estas aptitudes, adquiridas f¨¢cilmente en el transcurso de la infancia, le han dado el v¨ªnculo afectivo de tipo protector y los comportamientos de seducci¨®n que le permiten permanecer al acecho de toda mano tendida. Sin embargo, y dado que hemos aprendido a considerar a los hombres mediante la palabra devenir, podremos constatar que aquellos que se han visto privados de estas adquisiciones precoces podr¨¢n ponerlas en marcha m¨¢s adelante, aunque m¨¢s lentamente, con la condici¨®n de que el medio, habiendo comprendido c¨®mo se forja un temperamento, disponga en torno a los heridos unas cuantas gu¨ªas de resiliencia.
Cuando la herida est¨¢ en carne viva, uno siente la tentaci¨®n de recurrir a la negaci¨®n. Para ponerse a vivir de nuevo es preciso no pensar demasiado en la herida. Pero con la perspectiva del tiempo, la emoci¨®n que provoc¨® el golpe tiende a apagarse lentamente y a no dejar en la memoria m¨¢s que la representaci¨®n del golpe. Ahora bien, esta representaci¨®n que se construye tan trabajosamente depende de la manera en que el herido haya conseguido dar un contenido hist¨®rico al acontecimiento. A veces, la cultura hace de ello una herida vergonzosa, mientras que en otras circunstancias se muestra dispuesta a atribuirle el significado de un acto heroico.
Transformarse en cisne
El tiempo dulcifica la memoria y los relatos metamorfosean los sentimientos. (...) Se acepta sin esfuerzo la idea de que la guerra de 1914 a 1918 fue una inmensa carnicer¨ªa cenagosa, pero, ?qui¨¦n se acuerda de los sufrimientos de las poblaciones durante la guerra de Troya? La estratagema del colosal caballo de madera ha ejercido el efecto de una f¨¢bula, ya no evoca la hambruna de diez a?os de sitio, ni las masacres con arma blanca, ni las quemaduras del incendio que siguieron a esta hermosa historia. La realidad se ha visto transfigurada por los relatos de nuestra cultura, enamorada de la Grecia antigua. El sufrimiento se ha apagado, s¨®lo queda la obra de arte. La perspectiva del tiempo nos invita a abandonar el mundo de las percepciones inmediatas para vivir en el de las representaciones duraderas. El trabajo de ficci¨®n que permite la expresi¨®n de la tragedia ejerce entonces un efecto protector.
Y esto equivale a decir que hablar de resiliencia en t¨¦rminos de individuo constituye un error fundamental. No se es m¨¢s o menos resiliente, como si se poseyera un cat¨¢logo de cualidades: la inteligencia innata, la resistencia al dolor o la mol¨¦cula del humor. La resiliencia es un proceso, un devenir del ni?o que, a fuerza de actos y de palabras, inscribe su desarrollo en un medio y escribe su historia en una cultura. (...) No es tanto el ni?o el que es resiliente como su evoluci¨®n y su proceso de vertebraci¨®n de la propia historia. (...)
Se indica siempre el encuentro con una persona significativa. A veces basta con una, una maestra que con una frase devolvi¨® la esperanza al ni?o, un monitor deportivo que le hizo comprender que las relaciones humanas pod¨ªan ser f¨¢ciles, un cura que transfigur¨® el sufrimiento en trascendencia, un jardinero, un comediante, un escritor, cualquiera pudo dar cuerpo al sencillo significado 'es posible salir airoso'. Todo lo que permite la reanudaci¨®n del v¨ªnculo social permite reorganizar la imagen que el herido se hace de s¨ª mismo. La idea de 'sentirse mal y ser malo' queda transformada tras el encuentro con un camarada afectivo que logra hacer germinar el deseo de salir airoso. (...) La vida es demasiado rica para reducirse a un ¨²nico discurso. Hay que escribirla como un libro o cantarla. (...) Basta una min¨²scula se?al para transformar al patito feo en un cisne.
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