La educaci¨®n deteriorada
El grado de exigencia de una sociedad respecto a la calidad de su sistema educativo es una medida de progreso. Nuestro futuro depende de la educaci¨®n y la cultura de las generaciones j¨®venes. ?Qui¨¦n no ha o¨ªdo alguna vez esta bonita frase en los labios de los pol¨ªticos? Sin embargo, tengo la impresi¨®n, compartida por muchas otras personas, de que en la Espa?a de hoy esa frase rimbombante est¨¢ envuelta en la hipocres¨ªa.
Se palpa en el ambiente un deterioro continuo del sistema de ense?anza p¨²blico en los ¨²ltimos a?os. La afici¨®n por la lectura entre nuestros adolescentes no consigue alzar el vuelo. Los profesores universitarios constatan que el nivel de conocimientos con los que los alumnos acceden a la Universidad son alarmantemente bajos. Algunos cuentan, por poner un ejemplo, que, de leer ex¨¢menes, se han habituado de tal manera a las faltas de ortograf¨ªa que empiezan a cometerlas tambi¨¦n con absoluta naturalidad. Parece que el mal ataca de forma global al sistema p¨²blico -de hecho, los colegios privados vuelven a gozar de un per¨ªodo de esplendor econ¨®mico- pero donde se hace especialmente virulento es en el tramo de la ense?anza secundaria. Precisamente, durante el ¨²ltimo verano hice amistad con algunas personas que trabajan como profesores en institutos de ense?anza media. En m¨¢s de una ocasi¨®n la charla deriv¨® hacia este tema, con insistencia enfermiza. Algunos mostraban una angustia por su trabajo tal, que ni siquiera consegu¨ªan desembarazarse de ella en mitad de las vacaciones. Tener que volver a las aulas y enfrentarse de nuevo ante sus alumnos -tiranizados por unos cabecillas b¨¢rbaros en una guerra sin cuartel-, les impon¨ªa una especie de terror paralizante. Aquello no era normal, por mucho que afirmaran que les pasaba a todos en mayor o menor medida. El tema me interes¨®.
Tras algunos debates reconocieron que los profesores hab¨ªan perdido por completo la autoridad ante el alumnado. No eran respetados porque no estaban respaldados por el sistema, esto es, ni por la Administraci¨®n competente ni, lo que resulta m¨¢s grave porque es la causa de lo anterior, por los padres de familia. La sociedad ha cambiado y lo que es visto como progreso por un lado, pasa su factura por otro. Los padres trabajan muchas horas fuera de casa y tienen poco tiempo para estar con los hijos. De ah¨ª la existencia de una confusa conciencia culpable que ahogan con m¨²ltiples concesiones, porque no han perdido la necesidad de hacerse querer por ellos. Antes, cuando el profesor impon¨ªa una sanci¨®n, o un suspenso en una asignatura, el alumno tem¨ªa llegar a casa. Ahora no. Porque contar¨¢ su versi¨®n y conseguir¨¢ que los padres tachen sin m¨¢s al profesor de inepto, o vayan a exigirle explicaciones, cuando no a amenazarlo con proponer su despido ante la asociaci¨®n de padres. Los profesores saben que aprob¨¢ndolos, aunque no lo merezcan, no tendr¨¢n problemas. Se sienten inseguros y los chavales, sobre todo aquellos que ya no quieren seguir estudiando, se crecen y se hacen los amos del centro.
Una profesora de literatura me cont¨® que el pasado curso, en su instituto, se construy¨® un aparcamiento para los docentes. El primer d¨ªa aparecieron rajadas las ruedas de los coches de dos de ellos. Desde entonces el aparcamiento est¨¢ vac¨ªo. Nunca se descubri¨® a los culpables, el miedo hizo que no se pusiera mucho inter¨¦s en ello. Con esta actitud, ?c¨®mo conseguir la disciplina necesaria para seguir un curso con normalidad?
Por eso, cuando le¨ª lo que hab¨ªa ocurrido en un instituto -un deplorable conjunto de barracones provisionales, en este caso- de un municipio de la provincia de Valencia recientemente, no me extra?¨® demasiado. Que un chaval violento de 14 a?os hubiera tenido en jaque al claustro de profesores, a los alumnos y a los padres y que hubiera provocado la soluci¨®n de contratar polic¨ªa privada para garantizar la seguridad de todos, es horroroso y pat¨¦tico. Deber¨ªa inducir a una mayor reflexi¨®n. Preguntarse por qu¨¦ en los institutos de ense?anza media las cosas marchan mal, por qu¨¦ los profesores est¨¢n acobardados y los alumnos que quieren estudiar bajo la dominaci¨®n de cabecillas indomables. El inter¨¦s por aprender y por ense?ar, se convierte, en estas circunstancias, en una proeza al alcance de un pu?ado de h¨¦roes. Y como la mayor¨ªa no somos h¨¦roes, el siguiente paso es sucumbir en la regresi¨®n cultural.
Mar¨ªa Garc¨ªa-Lliber¨®s es escritora.
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