La sosegada irreverencia de un hombre bueno
Era un hombre con la ira m¨¢s amable que se ha visto nunca. Pierre Bourdieu lo encontraba pr¨¢cticamente todo mal. Los periodistas ¨¦ramos una bullanga de tontos, encima, in¨²tiles; la gran mayor¨ªa de sus pares -que a ¨¦l le parec¨ªan impares- viv¨ªan subyugados por el brillo medi¨¢tico; lo que pasaba por filosof¨ªa contempor¨¢nea era un potaje incomestible al servicio de una variedad de Molochs entre bastidores o incluso a plena luz del d¨ªa; el arte, la literatura, lo que podr¨ªa llamarse velocidad de crucero de casi cualquier ocupaci¨®n intelectual, respond¨ªa en realidad a conspicuos intereses del m¨¢s rancio statu quo, o de la involuci¨®n m¨¢s desvergonzada. Y todo ello era misteriosamente compatible con la mayor dulzura de trato personal, con una extrema generosidad hacia el ser humano, no s¨®lo lejano como tanto intelectual dedicado a la firma de manifiestos, sino tambi¨¦n eminentemente pr¨®ximo. Era tan sosegada e irreverentemente cr¨ªtico que uno se sorprend¨ªa al comprobar que, pese a ello, siempre le deseaba a todo el mundo lo mejor, que su dur¨ªsima opini¨®n sobre el universo mundo era un particular sentimiento tr¨¢gico de la vida, pero nunca un planteamiento vital, en el terreno de los hechos.
Tuve la oportunidad de trabajar con ¨¦l con alguna regularidad durante unos a?os en un suplemento internacional de pensamiento al que podr¨ªa decirse que acab¨® fall¨¢ndole la intendencia. O sea, que todos ¨¦ramos muy buenos, pero el mundo no nos comprend¨ªa. Una vez os¨¦ decirle que a sus libros no les vendr¨ªa mal una correcci¨®n de estilo para humanizarlos en toda su desconstrucci¨®n, y estoy seguro de que el comentario no le molest¨® en absoluto. S¨®lo sonri¨® con reservada benevolencia.
Siempre sinti¨® un afecto particular por Espa?a, y hablaba nuestra lengua con razonable soltura y a¨²n mejor conocimiento, y en la galer¨ªa de personajes con los que se declaraba en deuda figuraba Julio Caro Baroja, de quien dec¨ªa que cuando ¨¦l, Bourdieu, era s¨®lo un joven soci¨®logo, t¨ªmido debutante en el foro de los seminarios internacionales, le hab¨ªa pastoreado de la mano por ese mundo, que ¨¦l luego juzgar¨ªa exhibicionista y algo casposo, para que no hiciera m¨¢s enemigos de lo estrictamente necesario. Lo suyo era decirnos con ternura y simpat¨ªa genuinas que las cosas no pod¨ªan ir peor. Y resultaba convincente.
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