Luz sobre Enron
Casi el 60% de los estadounidenses, seg¨²n las encuestas, creen que la Administraci¨®n de Bush oculta algo a prop¨®sito de Enron. Es dif¨ªcil no estar de acuerdo con ellos, vista la querencia de la Casa Blanca por el secretismo. Los interrogantes son mucho m¨¢s numerosos que las certezas a prop¨®sito de la mayor quiebra conocida, y sobre ellos va emergiendo imparable lo que parece un caso delictivo de libro sobre la perversa colusi¨®n entre grandes corporaciones y los poderes pol¨ªticos de turno, a los que cultivan para conseguir sus prop¨®sitos econ¨®micos.
El ¨²ltimo movimiento de la saga es el intento del brazo investigador del Congreso para forzar judicialmente a la Administraci¨®n a que haga p¨²blicos los documentos del comit¨¦ energ¨¦tico de la Casa Blanca, dirigido por el vicepresidente, Dick Cheney. Este selecto grupo dise?a la pol¨ªtica energ¨¦tica de la ¨²nica superpotencia del planeta, y sus miembros, comenzando por Cheney, se reunieron al menos media docena de veces el a?o pasado con directivos de Enron. El Parlamento cree que sus registros arrojar¨ªan luz sobre el papel desempe?ado por la hundida compa?¨ªa en la formulaci¨®n de las prioridades estadounidenses en la materia.
No parece ocioso recordar que los ejecutivos de Enron figuran entre los m¨¢s s¨®lidos apoyos pol¨ªticos del presidente Bush y que la megacompa?¨ªa ha donado millones de d¨®lares a la causa republicana. En la ¨²ltima d¨¦cada, las influencias y el dinero de Enron han ayudado a que legisladores y reguladores, no s¨®lo en EE UU, modificaran la industria de forma que la megacorporaci¨®n ahora quebrada se convirtiera en el sexto grupo energ¨¦tico mundial. Su generosidad no se ha circunscrito a EE UU, como lamenta estos d¨ªas el jefe del Gobierno brit¨¢nico. Un m¨¢s que azorado portavoz laborista ha admitido que ministros del ramo energ¨¦tico se reunieron varias veces con directivos de Enron al a?o siguiente de que Blair ganase las elecciones, y que el partido acept¨® patrocinios nada despreciables de la firma estadounidense.
Cheney, con el aval de Bush, se niega a facilitar al Congreso la informaci¨®n requerida. Alega que los encuentros con Enron est¨¢n protegidos por el llamado privilegio ejecutivo, una figura legal que permite al presidente o su entorno inmediato ser informado privadamente por expertos en diversos ¨¢mbitos, y que su divulgaci¨®n guillotinar¨ªa en el futuro la disposici¨®n de los vip a mantener una interlocuci¨®n directa con la Casa Blanca. El pretexto final, se trata adem¨¢s de una venganza pol¨ªtica, resulta especialmente inane dirigido contra el responsable de la oficina investigadora parlamentaria, un ex miembro de las Administraciones de Reagan y Bush padre.
Los argumentos del Gobierno estadounidense no se sostienen a estas alturas del esc¨¢ndalo, cuando hay miles de ruinas familiares de por medio, un suicidio, negativas a testificar y la evidencia de que, incluso tras la apertura de una investigaci¨®n formal por el organismo regulador del mercado, la Securities and Exchange Commission, tanto Enron como su auditor, Arthur Andersen, destruyeron documentos cruciales. En suma, fundadas sospechas de que en la formidable quiebra se han vulnerado todos los c¨®digos ¨¦ticos, empresariales y contables que las corporaciones y sus auditores proclaman como los diez mandamientos.
Watergate deber¨ªa haber ense?ado m¨¢s a los dirigentes estadounidenses. Los ciudadanos de ese pa¨ªs -y no s¨®lo ellos, dado el car¨¢cter tentacular de Enron- tienen derecho a todas las explicaciones sobre el esc¨¢ndalo. Las megacorporaciones tienen hoy poderes similares a los de muchos Gobiernos, pero, a diferencia de ellos, mucho de lo que les ata?e -en realidad nos ata?e a todos- permanece oculto. Nadie discute que una Administraci¨®n deba conocer qu¨¦ ocurre en el mundo de los grandes negocios o lo que preocupa a sus responsables, pero ese intercambio exige trasparencia cuando afecta a un plan nacional, en este caso el energ¨¦tico. El secreto, como sucede con Enron, autoriza a la opini¨®n p¨²blica a sospechar que se est¨¢ intentando pervertir el proceso democr¨¢tico.
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