Emplazados
Vecinos de la plaza del Dos de Mayo repartieron flores y caramelos entre los polic¨ªas municipales y nacionales que vinieron a salvarles del botell¨®n salvaje, de los ruidos y de las heces que una turba adolescente ven¨ªa depositando con impunidad, nocturnidad y alevos¨ªa los fines de semana a los pies de los heroicos y sufridos h¨¦roes locales, Daoiz y Velarde, impotentes con su ca?¨®n de juguete y sus rid¨ªculas espadas para hacer frente a la avalancha. Desde que los mencionados artilleros, inmortalizados para mayor escarnio con togas y faldellines de remota adscripci¨®n cl¨¢sica, combatieron a sangre y fuego a los franceses de Murat en 1808, la plaza del Dos de Mayo ha sido escenario y campo de otras batallas menos sangrientas, motines, revueltas y algaradas estudiantiles y juveniles, manifestaciones vecinales y fiestas espont¨¢neas y multitudinarias como las que marcaron los inicios de la c¨¦lebre movida urbana.
Cuando las autoridades franquistas se llevaron la Universidad de la calle ancha de San Bernardo a las planicies de La Moncloa para mantener a raya y lejos del centro a los estudiantes, el barrio de Maravillas a¨²n no se llamaba de Malasa?a, aunque pronto empezar¨ªa a hacer m¨¦ritos para ganarse el nombre. Maravillas hab¨ªa sido durante un siglo m¨¢s o menos el Barrio Latino de Madrid, sembrado de pensiones estudiantiles, restaurantes econ¨®micos, salones de billar, bares y cafeter¨ªas, librer¨ªas, talleres de imprenta, confiter¨ªas y sastrer¨ªas a la medida. La poblaci¨®n universitaria daba vida y recursos a un barrio que hab¨ªa sido de menestrales y artesanos, reducto de calles empinadas y estrechas que confluyen en el hond¨®n de la plaza cuadrangular donde los h¨¦roes montan guardia bajo el tejadillo del Arco de Montele¨®n, que es lo ¨²nico que se conserva del legendario cuartel sublevado contra la invasi¨®n napole¨®nica.
Desprovisto de su principal fuente de ingresos con el traslado de la Universidad, el barrio de los 'majos', castiza y aguerrida tribu urbana nacida en el Madrid del siglo XVIII, estaba a punto de sucumbir en manos de una raza de especuladores inmobiliarios crecidos despu¨¦s de la guerra civil y alimentados generosamente por el r¨¦gimen con los despojos de la ciudad vencida. Los depredadores ten¨ªan en su punto de mira la jugosa pieza de este barrio c¨¦ntrico y decadente desde los a?os cincuenta, cuando urdieron un desprop¨®sito urban¨ªstico sin parang¨®n, aprovech¨¢ndose del forzoso silencio de los corderos impuesto a toque de corneta en todo el pa¨ªs. Con la coartada de abrir una 'Gran V¨ªa Diagonal', los especuladores pretend¨ªan hacer tabla rasa de un barrio hist¨®rico y plagado de notables y notorios edificios y monumentos. La tozuda resistencia pasiva de sus vecinos y la divulgaci¨®n p¨²blica del plan con las secuelas de toda clase de comentarios negativos en nombre del arte, la historia y el sentido com¨²n hicieron naufragar tan ambicioso y codicioso proyecto.
Pero ahora ha llegado el momento, corren los primeros a?os setenta y queda poco tiempo para cometer desmanes impunemente, la lucecita del palacio de El Pardo se extingue y el barrio cercado sigue resisti¨¦ndose a la piqueta. Sin coartada ninguna, el Ayuntamiento ordena derribar el viejo y ¨²nico mercado de la zona para sitiarla por hambre, los pisos se vac¨ªan, los edificios se apuntalan y los comercios que atend¨ªan a los estudiantes han echado el cierre; pero llovidos de alguna parte empiezan a llegar nuevos inquilinos atra¨ªdos por los bajos alquileres y el encanto humilde de las buhardillas y los sotabancos: j¨®venes parejas de hecho o de derecho, j¨®venes inmigrantes que comparten piso e ilusiones, artistas y camareros, comunas vagamente hippies y colectivos de artesanos, m¨²sicos o actores. Maravillas recupera su aire bohemio y desastrado, y las nuevas oleadas se al¨ªan con los antiguos pobladores frente al ¨²ltimo intento de los especuladores, el 'Plan Malasa?a', que no se llevar¨ªa a cabo pero marcar¨ªa al barrio con su nombre. Algunos de esos vecinos que repartieron flores y caramelos a las fuerzas del orden y la higiene son los mismos que repoblaron el barrio a finales de los a?os sesenta y le dieron sus se?as de identidad y libertad enfrent¨¢ndose muchas veces a la polic¨ªa. La turba del botell¨®n, nada reivindicativa, con sus excesos, ha conseguido esta milagrosa tregua.
La moraleja queda para otro d¨ªa.
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