La gente buena

Fue una primera comedia de un autor (que ya trabajaba en Broadway) con la que iniciaba una carrera en la que estar¨ªan todos los premios: el Tony, el de la Cr¨ªtica, el Pulitzer. Luego pas¨® al cine, y vino aqu¨ª y gust¨® mucho. Y tuvo un premio especial, compartido con otro autor, que los jud¨ªos conced¨ªan a quienes se aplicaran a denunciar la discriminaci¨®n racial en el Sur. Aqu¨ª queda ese problema un poco difuminado: la dama jud¨ªa y rica, solitaria y orgullosa, tiene que tomar un ch¨®fer negro: en un momento determinado alguien pone una bomba en la sinagoga, y el ch¨®fer cuenta a la dama c¨®mo vio ahorcar al padre de su mejor amigo en los a?os de los linchamientos.

Eso se difumina y un tema se hace central: la simpat¨ªa de la vieja dama -va envejeciendo en escena- y del ch¨®fer, la de dos clases sociales -m¨¢s que razas- que se aproximan y la de una amistad que parec¨ªa imposible pero que llega hasta el final de la vida.

Es, por lo tanto, una comedia simp¨¢tica y sentimental, m¨¢s que cualquier otra cosa, y tiene el agrado de ver a Amparo Rivelles segura, clara, capaz de hacer llegar sus frases bien dichas sin necesidad de alzar la voz; y la del buen actor de color Idelfonso Tamayo, que mantiene la entereza y la fuerza del personaje humillado y tierno. Sin desdoro del tercer actor, Mario Vedoya, en un papel de bisagra que es capaz de mantenerse a pesar de estar afligido por el disfraz que le coloca el figurinista con permiso del director: ¨¦ste asegura la circulaci¨®n de la obra, y es que gran parte de la acci¨®n se desarrolla en un autom¨®vil en movimiento mientras unas proyecciones fingen la carrera.