El bloqueo de la emancipaci¨®n juvenil
Por dudosos que sean sus m¨¦todos, la pol¨ªtica econ¨®mica del Gobierno parece constituir un ¨¦xito. Pese a la recesi¨®n internacional, agravada por la crisis del 11-S, el PIB espa?ol sigue creciendo por encima del promedio europeo. No obstante, bajo este escenario color de rosa subyacen ominosos indicadores bastante m¨¢s preocupantes. Es verdad que, en el d¨ªa a d¨ªa, la renta familiar crece a ritmo aceptable; sin embargo, contin¨²a estancado el proceso de formaci¨®n de nuevas familias como consecuencia de la grave precariedad del empleo juvenil y de la rampante carest¨ªa de la vivienda, que impiden a las parejas j¨®venes emanciparse de sus familias de origen para formar hogar propio instal¨¢ndose por su cuenta. As¨ª se da la paradoja de que la natalidad espa?ola es la m¨¢s baja del mundo cuando la cantidad de j¨®venes en edad de procrear es la m¨¢s elevada de la historia, tras haber cumplido 25 a?os la generaci¨®n del baby boom, nacida entre 1960 y 1975. A corto plazo, Espa?a va bien, pero a largo plazo no marcha, pues no puede proveer el futuro de nuestros j¨®venes, obligados a seguir dependiendo indefinidamente de la protecci¨®n paternalista de sus familias. Y por eso los padres actuales se ven obligados a hacer de Reyes Magos de sus hijos hasta edades cada vez m¨¢s tard¨ªas, condenados a una eterna puerilidad interminable.
Espa?a es el pa¨ªs europeo en que los j¨®venes retrasan su eman-cipaci¨®n en mayor medida, permaneciendo domiciliados en la vivienda de sus padres y aplazando la decisi¨®n de casarse y tener hijos indefinidamente. Y esto sucede as¨ª tanto en cifras oficiales de nupcialidad institucional como en las parejas informales de cohabitantes, pues mientras en el resto de Europa siguen creciendo las uniones de hecho y los nacimientos extramatrimoniales, aqu¨ª no ocurre lo mismo. Nuestros j¨®venes reh¨²yen la cohabitaci¨®n y la independencia domici-liaria, prefiriendo permanecer sine die en el domicilio paterno incluso en el caso de que ya trabajen. Lo cual es en parte atribuible a los dos factores antes citados: la precariedad laboral y la carest¨ªa de la vivienda, que adem¨¢s se prefiere en propiedad, a diferencia de cuanto sucede en Europa, lo cual dificulta y obliga a aplazar todav¨ªa m¨¢s la emancipaci¨®n juvenil. Pero eso no lo explica todo, pues, una vez neutralizada la influencia de ambos factores (empleo y vivienda), la extraordinaria dependencia familiar de nuestros j¨®venes contin¨²a sin explicar en buena medida. ?A qu¨¦ se debe?
Al margen del mercado (laboral e inmobiliario), nos quedan otras dos instituciones a las que atribuir la prolongaci¨®n de la dependencia de los j¨®venes. Son el Estado y la familia. Aparece as¨ª la responsabilidad del Gobierno, cuya pol¨ªtica tiene un claro sesgo antijuvenil, pues no ha aprovechado la bonanza econ¨®mica para facilitar la emancipaci¨®n de los j¨®venes. Como cre¨ªa contar con el voto de los babyboomers (a los que se atribuye una actitud reaccionaria de rechazo al progresismo trasnochado, y adem¨¢s no leen prensa seria de referencia), Aznar prefiri¨® gobernar para los adultos de clase media (con su pol¨ªtica fiscal) y para las personas mayores (con su pol¨ªtica de rentas). Pero como los recursos son escasos, ello s¨®lo fue posible en detrimento de las pol¨ªticas de inserci¨®n juvenil (reducci¨®n del coste de acceso a la vivienda y creaci¨®n de empleo estable mediante el recorte de las cotizaciones que lo gravan), que se vieron penalizadas en consecuencia. En suma, para comprar el voto de padres y abuelos hubo que gobernar contra sus hijos y nietos, abandon¨¢ndolos a su suerte frente a las inclemencias del mercado.
Pero el Estado no es el ¨²nico responsable de la prolongaci¨®n de la dependencia juvenil. Adem¨¢s interviene la otra instituci¨®n estrat¨¦gica, que es la familia. La inhibici¨®n del Estado para fomentar la inserci¨®n de los j¨®venes combatiendo su precariedad laboral ha sido suplida por la protecci¨®n familiar, que corre a fondo perdido con todos los gastos que origina la prolongaci¨®n de la dependencia juvenil. Ya se sabe que los fallos del mercado han de ser corregidos por la subsidiariedad del Estado, cuya providencia universal debe proteger igualitariamente las carencias ciudadanas. Pero lo que no se reconoce es que los fallos del Estado son suplidos a su vez por la red familiar, que no es universalista, pues algunas familias protegen a sus miembros con m¨¢s constancia e intensidad que otras, ni mucho menos igualitaria, dada la dispar distribuci¨®n de la riqueza entre unas familias y otras. De ah¨ª que la prolongaci¨®n de la dependencia familiar de los j¨®venes sea tan desigual, pues mientras hay algunos cuya red familiar les proporciona unas oportunidades de emancipaci¨®n personal muy competitivas, otros en cambio se ven obligados a depender indefinidamente de la precariedad de su familia.
Lo cual ha generado un clima de opini¨®n antijuvenil, como si los hijos fueran unos interesados par¨¢sitos ego¨ªstas, capaces de explotar a sus familias. Y esto equivale a culpar a los j¨®venes de la propia exclusi¨®n social de la que son v¨ªctimas. As¨ª ha surgido un cierto costumbrismo reaccionario que caricaturiza a esos padres que ya no saben qu¨¦ hacer para echar a sus hijos de casa, los cuales se eternizar¨ªan en el dolce far niente sin esforzarse en absoluto por emanciparse. Pero esta caricatura es una falacia, pues no existe tal conflicto de intereses entre padres e hijos. Por el contrario, padres e hijos comparten el mismo inter¨¦s com¨²n, que es el de emancipar a ¨¦stos en las mejores condiciones que resulten posibles. Y cuando no resulta posible emanciparse adquiriendo una posici¨®n social equiparable a la que se disfruta dependiendo de la familia, entonces parece m¨¢s racional aplazar la decisi¨®n de emanciparse, adquiriendo mientras tanto mayor experiencia laboral o una formaci¨®n superior, a fin de mejorar las oportunidades de emancipaci¨®n futura. Lo cual no es tanto una muestra de familismo (o sobreprotecci¨®n paternalista de los hijos) como una pura estrategia familiar de ascensi¨®n social, que practican tanto las familias acomodadas como las desfavorecidas. Y al actuar as¨ª, unas y otras familias no hacen sino cumplir con su deber institucional que les obliga a ser los Reyes Magos de sus hijos, regal¨¢ndoles a fondo perdido una mejor emancipaci¨®n en el futuro.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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