36 millones de argentinos
?C¨®mo un pa¨ªs de notable nivel cultural y sumamente rico en recursos naturales puede entrar en el a?o 2002 en situaci¨®n de quiebra t¨¦cnica sin haber sido devastado por ninguna guerra ni haber sido v¨ªctima de una generalizada y catastr¨®fica crisis econ¨®mica mundial? He aqu¨ª el siniestro enigma que prevalece, pese a las mil explicaciones circulantes. Nunca faltan cientos de argumentos inconsistentes para explicar aquellos fen¨®menos que carecen de una explicaci¨®n fehaciente.
Agricultura, ganader¨ªa, miner¨ªa, petr¨®leo, recursos pesqueros, gran extensi¨®n territorial, una privilegiada variedad de ambientes clim¨¢ticos, escasa densidad de poblaci¨®n, son las potentes y envidiables cartas credenciales de la Rep¨²blica Argentina en el ¨¢mbito internacional. Pero tiene un serio problema, seg¨²n nos explic¨® un argentino: est¨¢ habitada por argentinos. A ra¨ªz de los dram¨¢ticos disturbios del pasado d¨ªa 20 de diciembre, un canal espa?ol de televisi¨®n entrevistaba a varios ciudadanos de aquel pa¨ªs afincados en Espa?a. A la pregunta de qui¨¦n ten¨ªa, a su juicio, la culpa de tan grave desastre, uno de los entrevistados contest¨® con absoluta serenidad y realismo, en unos t¨¦rminos tan escuetos, exactos y contundentes que hizo pr¨¢cticamente innecesarias las respuestas de los dem¨¢s: 'La culpa de lo que ocurre en Argentina la tenemos los argentinos', afirm¨®. As¨ª, con un par. Ni Banco Mundial, ni FMI, ni insolidaridad internacional, ni ninguna otra salida tangencial. A su vez, el gran actor argentino Federico Luppi manifiesta: 'Culmina malamente una fantas¨ªa, que fue la de una Argentina prepotente, interminable y rica'.
En cierta ocasi¨®n, hall¨¢ndonos en Buenos Aires con un grupo de amigos porte?os, uno de ellos pregunt¨® lo siguiente: '?Se os ha ocurrido pensar lo que ser¨ªa la econom¨ªa de este pa¨ªs si estuviera habitado y administrado por japoneses?'. ?l mismo se respondi¨®: 'Un pa¨ªs como Jap¨®n, muy escaso de recursos naturales y m¨ªnimo en territorio, mantiene unos niveles alt¨ªsimos de renta y bienestar. Si este pa¨ªs nuestro, con nuestro territorio, clima, extensi¨®n y ubicaci¨®n geogr¨¢fica, estuviera poblado por 36 millones de japoneses, suecos o canadienses, sus par¨¢metros de desarrollo, calidad de vida, producci¨®n y renta per c¨¢pita lo situar¨ªan sistem¨¢ticamente entre los m¨¢s aventajados puestos de la econom¨ªa mundial. Pero el hecho es que est¨¢ poblado por 36 millones de argentinos, y as¨ª nos ocurre lo que nos ocurre, para bien y para mal'. Y concluy¨®: 'Poblado por japoneses o canadienses, este pa¨ªs no ser¨ªa la Argentina: ser¨ªa otra cosa que yo no quiero para m¨ª. Pero ello no me impide constatar que esa 'otra cosa', al estar bien administrada, tendr¨ªa un nivel econ¨®mico espectacular'. L¨²cida constataci¨®n, totalmente compatible con el deseo de seguir siendo argentino y no canadiense ni japon¨¦s.
En estas ¨²ltimas semanas, ante las dram¨¢ticas noticias de Argentina -hambre, desempleo, desesperaci¨®n y 29 muertos-, aquella comparaci¨®n, odiosa o no, golpea nuestra memoria con especial intensidad.
Como interpretaci¨®n de este lamentable fen¨®meno -tan irritante y desalentador para quienes conocemos y queremos a la Argentina- cabr¨ªa formular prima facie, en el plano te¨®rico, dos distintas explicaciones. La primera, tan implacable como reduccionista -si tuvi¨¦ramos que aceptar el diagn¨®stico de los argentinos anteriormente citados-, ser¨ªa de este corte: los economistas argentinos ser¨ªan malos economistas, los pol¨ªticos argentinos ser¨ªan corruptos y calamitosos, los banqueros ser¨ªan desastrosos, los militares ser¨ªan unos militares pat¨¦ticos, los empresarios, los administradores, los gerentes, los profesores universitarios, los maestros de escuela, los obispos, todos oscilar¨ªan entre la mediocridad y la m¨¢s escandalosa nulidad. As¨ª, con este material humano y social, no resultar¨ªa extra?o que incluso el pa¨ªs m¨¢s rico en recursos que quepa imaginar tuviera que arrastrar sus traumas y sus carencias a lo largo de las d¨¦cadas, en un espect¨¢culo que oscilar¨ªa entre la comedia y la m¨¢s dolorosa tragedia.
La segunda versi¨®n ser¨ªa de este otro tipo: algunos economistas argentinos son excelentes economistas, algunos pol¨ªticos argentinos son honrados e inteligentes, algunos banqueros son sumamente competentes, algunos militares son ejemplares profesionales, etc. Pero, por desgracia, la pol¨ªtica y la econom¨ªa argentinas no est¨¢n nunca en manos de esos argentinos honestos y altamente cualificados, sino en manos de otros argentinos muy concretos, o bien penosamente ineptos o bien fervorosos partidarios de la econom¨ªa ultraliberal, de las formas m¨¢s h¨¢biles y directas de enriquecimiento personal, de las privatizaciones salvajes, de la fuga de capitales falsamente contabilizados como deuda externa, mediante ingeniosos alardes de ingenier¨ªa financiera que permiten incorporar a esa deuda el resultado de ping¨¹es operaciones de lucro empresarial o personal, etc¨¦tera. En una palabra: el pa¨ªs tendr¨ªa excelentes pol¨ªticos y t¨¦cnicos, pero nunca ser¨ªan ellos los que ejercen el poder y la administraci¨®n, sino otros pol¨ªticos y administradores incompetentes y dirigentes sin escr¨²pulos que -encaramados por v¨ªa golpista o por v¨ªa electoral- protagonizan o permiten, entre otros desastres, la acumulaci¨®n imparable de una deuda impagable, que no les importa demasiado, pues mientras el pa¨ªs se endeuda y se destroza, ellos se enriquecen o permanecen en el poder.
Digamos que esta segunda versi¨®n -la menos negra- nos parece m¨¢s pr¨®xima a la realidad que la primera. Pero obs¨¦rvese que tampoco es una versi¨®n tranquilizadora, pues, en definitiva, es la propia sociedad argentina la que, por unos u otros mecanismos y a trav¨¦s de unos u otros estamentos, coloca en el poder a esos grupos dirigentes, sea a trav¨¦s de las armas o de las urnas. ?sta es la inmensa desgracia: que, con una u otra versi¨®n, el poder en aquel gran pa¨ªs tenga que oscilar entre las manos -sin urnas y con picana- de sujetos como Videla, Massera y compa?¨ªa, y las manos -con urnas, pero con abismal corrupci¨®n e incompetencia- de pol¨ªticos como Carlos Menem o Fernando de la R¨²a (designado este ¨²ltimo, en el c¨¢ustico lenguaje porte?o, como 'el prescindente Frenando de la Duda', concentrando en una misma persona, en grado agudo, las caracter¨ªsticas de prescindir, frenar y dudar).
Conocemos personalmente -y queremos entra?ablemente- a admirables abogados argentinos, a insobornables fiscales argentinos, a eficaces ingenieros, a infatigables defensores de los derechos humanos, a grandes periodistas y a magn¨ªficos escritores de aquella tierra. Incluso -por inaudito que pueda parecer- a intachables militares tambi¨¦n argentinos, de hondas convicciones democr¨¢ticas, que abominan de la represi¨®n ejercida por sus colegas de las Juntas. Reconocemos, por otra parte, que la situaci¨®n actual es muy compleja, y que importantes factores ex¨®genos han contribuido a su gestaci¨®n. Pero tambi¨¦n nos consta que la sociedad argentina padece a¨²n de muchos malos h¨¢bitos pol¨ªticos y econ¨®micos, de una muy insuficiente recaudaci¨®n fiscal, de muchas nocivas inercias, de mucha mala pr¨¢ctica -todav¨ªa- en materia de gesti¨®n econ¨®mica, administraci¨®n, derechos humanos, cultura policial y funci¨®n p¨²blica en general.
?Qu¨¦ resulta m¨¢s acertado a estas alturas, decir que la Argentina no se merece los malos dirigentes que tiene o decir, por el contrario, que la Argentina -como la mayor¨ªa de los pa¨ªses- tiene precisamente a los dirigentes que se merece? Cualquiera de estas dos afirmaciones contradictorias, en caso de ser cierta, reflejar¨ªa una realidad indeseable para aquel pa¨ªs. Pero la primera nos parece menos indeseable, m¨¢s esperanzadora y algo m¨¢s verdadera que la segunda.
Afirm¨¦monos, pues, en la esperanza de que la sociedad argentina podr¨ªa y deber¨ªa tener -y podr¨¢ tener en el futuro- unos dirigentes honrados, austeros, l¨²cidos y altamente competentes, capaces de sobreponerse a los viejos y nuevos intereses olig¨¢rquicos; unos empresarios y unos t¨¦cnicos capaces de proyectar y ponerse a producir unos bienes y servicios de adecuada altura tecnol¨®gica y fuerte nivel competitivo en el mercado nacional y mundial, y una sociedad, en su conjunto, capaz de ir limpiando el pa¨ªs del mucho lastre que todav¨ªa lo tara en materia de democracia, derechos humanos y comportamientos econ¨®micos, especialmente en cuanto a subdesarrollo fiscal, administrativo y distributivo.
Recordemos, como espa?oles, que en su d¨ªa fue la Argentina quien nos ayud¨®, acogiendo a nuestros emigrantes y paliando el hambre de nuestra posguerra. En consecuencia, hoy se merece nuestra ayuda. Ayud¨¦mosla, pues, a salir de este trance y a crear una sociedad impulsada por unos dirigentes capaces de avanzar hacia una m¨¢s justa distribuci¨®n de la riqueza, fortalecer las econom¨ªas p¨²blicas y privadas y situar progresivamente a la Rep¨²blica Argentina en los altos niveles que le corresponden en cuanto a democracia, estabilidad pol¨ªtica, renta, bienestar y desarrollo general.
Ello tendr¨¢ que significar, probablemente, la liquidaci¨®n de toda una clase pol¨ªtica, habituada a desenvolverse entre la corrupci¨®n y la ineptitud. Una vieja clase de pol¨ªticos argentinos tendr¨¢ que ceder paso a una nueva generaci¨®n bien preparada, aunque relativamente inexperta, pero libre de las taras heredadas de d¨¦cadas atr¨¢s. Visto lo que da de s¨ª la clase dirigente 'experta', que llegue cuanto antes la inexperta, y que asuma plenamente sus responsabilidades, con todo su bagaje de ilusi¨®n, preparaci¨®n t¨¦cnica, honradez y austeridad.
Prudencio Garc¨ªa es consultor internacional de la ONU e investigador del INACS. Premio Justicia Universal 2002, de la Asociaci¨®n Argentina pro Derechos Humanos (Madrid).
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