Un tremendo negocio
?Quiere la m¨²sica de La bella durmiente del bosque para su m¨®vil? S¨®lo tiene que marcar el XXX, seguido de la palabra 'durmiente', y recibir¨¢ en el peor de los casos una complicada ecuaci¨®n en clave que tendr¨¢ que intentar descifrar antes de darse cuenta de que su tel¨¦fono m¨®vil no es de ¨²ltima generaci¨®n y no coge a Tchaikovsky. De acuerdo, tal vez Tchaikovsky era demasiado cursi para el m¨®vil, quiz¨¢ le hubiera ido mejor algo de Stravinsky, pero usted se acaba de gastar in¨²tilmente un mensaje que no ha dado los resultados apetecidos, uno de los millones de mensajes que ped¨ªan Tchaikovsky y han recibido una serie cr¨ªptica de signos, que, se miren por donde se miren, no son nada musicales. Por doquier suenan melod¨ªas de m¨®viles m¨¢s sofisticadas cada vez: los Conciertos de Brandeburgo, la ¨®pera Turandot, los Arabescos de Debussy, la Quinta de Mahler. El que tiene un tel¨¦fono que suena como un tel¨¦fono mira a su alrededor con cara de excusa, como disculp¨¢ndose por su vulgaridad.
Se siente culpable porque su m¨®vil no est¨¢ personalizado: ha ca¨ªdo en la cuenta de que le falta algo y est¨¢ a punto de sucumbir al negocio m¨¢s floreciente de los ¨²ltimos tiempos, que consiste en instalar toda clase de sonidos, saludos, personalizaciones, melod¨ªas, y dem¨¢s serie de recursos y oropeles decorativos a los que se puede recurrir para vestir el tel¨¦fono m¨®vil. Grandes cantidades de euros se mueven en este negocio que le propone, por ejemplo, que sea la pitonisa Lola, Dinio, Torrente o Carlos el de las yoyas el que atienda su buz¨®n de voz, o que en la pantalla de su m¨®vil ponga 'Serapio', por ejemplo, si es que usted tiene el atrevimiento de atender a tal nombre. Es una forma de adocenarse en la personalizaci¨®n del m¨®vil, al fin y al cabo, intentando diferenciarse. Una vez personalizado y distinguido, podemos utilizar el m¨®vil para toda clase de concursos televisivos, encuestas, juegos y chats.
En el negocio de la compulsi¨®n por el tel¨¦fono m¨®vil se ganan cifras millonarias de dinero, tremendos beneficios acumulados gracias a la dependencia del cliente a los mensajes o al chateo. Para los empresarios est¨¢ claro que cualquier cosa relacionada con el m¨®vil, por est¨²pida que parezca, sirve para ganar dinero o es susceptible de ser vendida. Para el usuario -que es como se debe llamar al ciudadano en estos casos-, no importa en qu¨¦ se gaste el dinero, la cuesti¨®n es gastarlo, eso s¨ª, con entera libertad. Recordemos cuando salieron los tel¨¦fonos 906 y hubo gente que tuvo que pagar facturas millonarias. En estos negocios se sintetiza la concepci¨®n mercantil del mundo. Son algo as¨ª como la comida r¨¢pida. Quieren hacernos pensar que la libertad consiste en eso: poder escuchar los conciertos para viol¨ªn opus 64 de Mendelssohn en el m¨®vil, participar en concursos televisivos con grandes premios o chatear con una rubia a la que le va la marcha. Es muy dif¨ªcil renunciar.
Llegados a este punto, considerando la sospecha de que el librecambio puede confundirse con la democracia, la premisa nos lleva a pensar que la libertad es una especie de chucher¨ªa y que nuestro sistema de valores se empieza a parecer a una gran superficie comercial. Le dicen a Jos¨¦ Bov¨¦ que no tiene una alternativa clara ni ¨²nica a la globalizaci¨®n, pero aun as¨ª ¨¦l responde que no puede dejar de protestar y que volver¨ªa a desmontar un McDonald's. ?Qu¨¦ opinar¨ªa Bov¨¦ de desmontar m¨®viles? ?Existe cierta analog¨ªa entre un m¨®vil y una hamburguesa? En cualquier caso, el consumo es tambi¨¦n una cuesti¨®n de educaci¨®n, que dir¨ªa Bov¨¦. Generaciones de ni?os han crecido dentro de una din¨¢mica de consumo sistem¨¢tico. No es de extra?ar que el universo de los m¨®viles sea un gran negocio. Sobre todo, cuando un adolescente oye por la televisi¨®n que lo que salva la econom¨ªa es precisamente el consumo. Pregunta inquietante: ?es necesario proteger al consumidor del sistema, e incluso de s¨ª mismo?
Los usuarios -las personas que usamos- no albergamos ning¨²n remordimiento por el derroche: tenemos lo que nos merecemos. Las propias multinacionales se encargan de que pensemos, con absoluta libertad, que somos responsables de gastarnos nuestro dinero como queramos. Y adem¨¢s aseguran que nuestro dinero nos har¨¢ libres, a nosotros y a ellos. Como dec¨ªa Bernard Lafourcade: 'Es usted totalmente libre de ser imb¨¦cil'.
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