Posmodernos y afines
Algo es seguro: cuando se trata de definir la posmodernidad, los conceptos rigurosamente est¨¦ticos no abundan entre sus defensores. En cambio, las consideraciones hist¨®ricas, sociol¨®gicas, pol¨ªticas, period¨ªsticas, culturales, pululan, y el justificativo principal de la actitud posmoderna vendr¨ªa de un diagn¨®stico inapelable: la muerte de las vanguardias. Otros planteamientos que caracterizan al posmodernismo son el argumento cuantitativo aplicado a la difusi¨®n y a la recepci¨®n de una obra art¨ªstica, y la reivindicaci¨®n, como ant¨ªtesis de las vanguardias, de una supuesta diversidad cultural, representativa del aut¨¦ntico gusto de las masas en oposici¨®n al elitismo vanguardista. Hace poco, un ataque contra Pierre Boulez y la m¨²sica contempor¨¢nea, se basaba en el argumento de que la producci¨®n de esa m¨²sica era escasa y dirigida a un peque?o grupo de fan¨¢ticos, y que en cambio, la verdadera contemporaneidad inclu¨ªa todo lo dem¨¢s, en una lista heter¨®clita donde figuraban Ravel y la salsa, Francis Poulenc y la canci¨®n popular francesa, Richard Strauss y John Coltrane, etc¨¦tera. Ese argumento contra la vanguardia musical pod¨ªa reducirse a un sofisma economicista: teniendo en cuenta el costo que supon¨ªa la experimentaci¨®n musical, en instalaciones sonoras, computadoras, personal, etc¨¦tera, las escasas horas de creaci¨®n anuales, y el poco p¨²blico elitista interesado en ellas, esa m¨²sica no era competitiva y resultaba por tanto antiecon¨®mica.
En el posmodernismo, el artista deja de ser artesano para volverse una especie de peque?o empresario
El estalinismo, el capitalismo y el nazismo aportaron su colaboraci¨®n a la condena de las vanguardias
El posmodernismo considera las vanguardias como un movimiento dogm¨¢tico, y con la restauraci¨®n de cierto conformismo est¨¦tico parece significar m¨¢s o menos lo siguiente: puesto que las obligaciones que nos impon¨ªan las vanguardias ya no tienen vigencia, hemos decidido recuperar nuestra libertad. El posmodernismo es como un se?or divorciado que, por no sentirse ya obligado a serle fiel a una esposa exigente, se lanza sin escr¨²pulos a frecuentar cabareteras. Semejante al agujero negro de los astrof¨ªsicos, su vac¨ªo te¨®rico absorbi¨® vertiginosamente los academismos y los resentimientos que hab¨ªan sido relegados por el desenvolvimiento de las vanguardias a lo largo del siglo XX. Y si estamos obligados a referirnos al posmodernismo por medio de met¨¢foras y de comparaciones, es justamente porque se trata de un fen¨®meno inasible desde el punto de vista conceptual. Su esencia misteriosa s¨®lo es reconocible a trav¨¦s de sus rechazos y de sus efectos.
Su oposici¨®n a las vanguardias no es art¨ªstica, sino supuestamente ¨¦tica, pol¨ªtica, cultural: a la tiran¨ªa irrazonable de las vanguardias, opone el democratismo posmoderno. En su chirle relativismo, los contrarios, si no siempre se reconcilian, existen en un plano de igualdad, de tal manera que, en su opini¨®n, Isabel Allende y Juan Carlos Onetti, por ejemplo, son igualmente novelistas, y dentro de la l¨®gica democratista que hace del p¨²blico la instancia decisiva del proceso creador, la supremac¨ªa le corresponde al m¨¢s votado, o sea, en el crudo lenguaje economicista que prevalece hoy d¨ªa, al m¨¢s vendido. La prioridad en arte del valor de cambio sobre el valor de uso define bastante claramente la concepci¨®n posmoderna.
Hacia 1840, Charles Fourier afirmaba ya que la civilizaci¨®n, etapa a la que ha llegado la sociedad moderna, no es m¨¢s que la ¨²ltima forma, insidiosa y omnipresente, que asume la barbarie. Inversamente, el democratismo pretende hoy d¨ªa que nuestra sociedad encarna el mejor de los mundos posibles. La tendencia posmoderna es un epifen¨®meno de la ideolog¨ªa ultraliberal, que a mediados de los a?os setenta subvencion¨® a ciertos historiadores para incitarlos a denigrar la Revoluci¨®n Francesa o los movimientos tercermundistas, que no por haberse extraviado en estrategias equivocadas dejan de tener raz¨®n, como est¨¢ poni¨¦ndolo otra vez en evidencia la as¨ª llamada mundializaci¨®n, de la que Argentina podr¨ªa ser uno de los m¨¢s tristes ejemplos. Los ide¨®logos del ultraliberalismo pretendieron durante algunos a?os que hab¨ªamos llegado al fin de la historia. El democratismo posmoderno es la expresi¨®n de esa ideolog¨ªa trasladada a la cultura.
A pesar de su reivindicaci¨®n de la libertad en arte, el posmodernismo est¨¢ estrechamente ligado a la ideolog¨ªa oficial de los ultraliberales. Su democratismo -que no tiene nada que ver con la verdadera democracia, cuyas exigencias y responsabilidades ¨¦ticas y sociales son irreconciliables con el liberalismo salvaje- se contenta con reivindicar las m¨¢s blandas y vagas categor¨ªas del consenso, para el cual toda tentaci¨®n de ruptura es inmediatamente excluida del debate. As¨ª, por ejemplo, del mismo modo que el p¨²blico -l¨¦ase el cliente- es el juez supremo de la pertinencia art¨ªstica, el academicismo se presenta como un nuevo clasicismo, y el discurso art¨ªstico se confunde con los valores de la opini¨®n, de modo que, si tomamos como ejemplo a la literatura, los novelistas ya no necesitan buscar nuevos caminos formales o una visi¨®n in¨¦dita del mundo para ejercer su arte, sino que les basta con limitarse a reproducir la ideolog¨ªa, los valores y la situaci¨®n social, ¨¦tnica o cultural de su p¨²blico. Los g¨¦neros cumplen en ese sentido el mismo papel que el envoltorio invariable de una marca de caf¨¦: su finalidad es permitirle al cliente identificar claramente el producto que est¨¢ buscando. La famosa emancipaci¨®n posmoderna de la tiran¨ªa de las vanguardias no es m¨¢s que la libertad de comercio ultraliberal que quiere eliminar todas las barreras que podr¨ªan obstaculizar la m¨¢s salvaje competencia. Esa competencia, por otra parte, no se atiene a ning¨²n c¨®digo; las reglas mundiales del comercio s¨®lo benefician a los que ya gozan en el mercado de una posici¨®n de privilegio.
En el posmodernismo, el artista deja de ser el artesano en que lo hab¨ªa transformado la era industrial para volverse una especie de peque?o empresario. Ya no hay movimientos literarios reunidos en torno a una filosof¨ªa o a una est¨¦tica, como el romanticismo, el expresionismo, el surrealismo, etc¨¦tera, sino s¨®lo cuentapropistas aislados que suministran su mercanc¨ªa de acuerdo con las demandas del mercado -lo que se vende en el momento o lo que perpet¨²a la imagen de marca de tal o cual autor- y que producen varias mercanc¨ªas diferentes, seg¨²n los destinatarios, como por ejemplo los diarios o las colecciones especializadas en distintos g¨¦neros (hist¨®rico, policial, er¨®tico, etc¨¦tera), e incluso hasta trabajan sin firmar, como guionistas, adaptadores o escritores fantasmas que les venden materia prima literaria a todos aquellos que, sin saber escribir, quieren tambi¨¦n producir literatura. Lo que no les impide, si el trabajo por encargo se vuelve superior a su capacidad de producci¨®n, contratar a su vez personal suplementario para que lo realice en su lugar.
Es obvio que este estado de cosas, propio de la sociedad mercantil, es anterior a la ola posmoderna: lo que ocurre simplemente es que, lo que antes era considerado como envilecedor para la actividad literaria, con su religi¨®n del p¨²blico, su rechazo de la oscuridad y de la complejidad formal, el posmodernismo de hecho lo legitima. En realidad, cada vez que una supuesta teor¨ªa exalta al p¨²blico y exige su respeto por parte del artista, lo m¨¢s probable es que s¨®lo se trate no de un alegato est¨¦tico, sino de una actitud demag¨®gica tendente a justificar alguna inconfesable tergiversaci¨®n. Porque en definitiva, aunque simule liberar al p¨²blico de la tiran¨ªa de las vanguardias instaurando una libertad est¨¦tica que decrete abolida de una vez por todas, en la glaciaci¨®n final de la historia, la querella de los cl¨¢sicos y los modernos, la propaganda posmoderna no es m¨¢s que una tentativa de normalizaci¨®n.
No fue ni la primera ni la ¨²nica
durante el siglo XX: el estalinismo, el capitalismo y el nazismo aportaron en su momento su colaboraci¨®n a la condena de las vanguardias. En los a?os que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, el proceso de normalizaci¨®n es evidente. Despu¨¦s de la brillante eclosi¨®n vanguardista durante la Revoluci¨®n rusa de 1917, la grotesca planificaci¨®n seudo art¨ªstica del realismo socialista lleg¨® para acabar con toda tentativa de diversidad filos¨®fica y est¨¦tica; con su innoble elucubraci¨®n sobre el arte degenerado, los nazis pretendieron condenar las m¨¢s importantes creaciones art¨ªsticas, cient¨ªficas y filos¨®ficas del primer tercio de siglo, y, por los mismos a?os de la d¨¦cada de los treinta, un complicado y f¨¦rreo sistema de censura transform¨® al cine norteamericano en un d¨®cil instrumento de propaganda haci¨¦ndole adquirir h¨¢bitos que ni siquiera hoy, treinta a?os despu¨¦s de haberse liberado de esos c¨®digos, la industria de Hollywood, a pesar de su presunto desparpajo pol¨ªtico, moral y sexual, ha sido capaz de superar.
Esos actos terroristas disfrazados de teor¨ªas est¨¦ticas tambi¨¦n eran posmodernos: llegaban para combatir todo lo nuevo en el arte y en el pensamiento invocando una supuesta orientaci¨®n que la mayor¨ªa reclamaba, y para restaurar valores pretendidamente populares, basados en la tradici¨®n, en la claridad, en el mensaje positivo, en el folclore.
En el democratismo no se proh¨ªbe nada o casi nada: se aplasta toda tentativa de independencia a partir de una posici¨®n de predominio econ¨®mico, informativo, institucional. El arte es marginalizado, y para los productos industriales, la publicidad masiva y omnipresente y la comunicaci¨®n empresarial dirigida a los medios, donde ya est¨¢ sugerido de antemano lo que hay que decir del producto, vuelven superflua a la cr¨ªtica.
La inutilidad de establecer las distinciones apropiadas, los posmodernos quieren trasladarla al plano art¨ªstico propiamente dicho. Impl¨ªcitamente, para ellos, para volver al ejemplo utilizado m¨¢s arriba, Isabel Allende y Juan Carlos Onetti son igualmente novelistas. Esa identificaci¨®n notoriamente inadecuada quiz¨¢ no sea una grosera tentativa de nivelaci¨®n, sino apenas un s¨ªntoma de impotencia: el sumario alegato que contiene en favor de una mayor¨ªa fantasmal llamada p¨²blico revelar¨ªa en ellos la ausencia de los conceptos necesarios para permitirles aprehender las evidentes diferencias.
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