La relaci¨®n can¨ªbal
De todos los actos que el ser humano realiza habitualmente, es sin duda el de comer el que mejor simboliza su relaci¨®n con la realidad circundante. No ya porque el comer le sea imprescindible, sino porque ese acto se constituye en culminaci¨®n y modelo de los restantes. Bodas, convenciones, negocios, aniversarios no ser¨ªan lo mismo de faltar una comida elevada a la categor¨ªa de ceremonia ritual. Pero, m¨¢s all¨¢ de toda celebraci¨®n, la actitud del que devora es la que mejor define la conducta del ser humano respecto a su entorno. Desde la triunfal pedorreta que exhala el motorista en sus ansias de tragar distancias, a la conversi¨®n de un perro en chivo expiatorio de las carencias del amo, pasando por la mirada extasiada con que los directivos de una inmobiliaria contemplan la grandeza del paisaje que se van a cargar. Kaplan da cuenta, en una de sus cr¨®nicas, de la ceremonia de quemar unos cuantos neum¨¢ticos usados en el patio de atr¨¢s con que un alto oficial norteamericano celebra el D¨ªa Mundial del Medio Ambiente. Mala, muy mala relaci¨®n con la madre, que dir¨ªa Freud.
Lo cierto es que nadie ha maltratado tanto a sus semejantes, a los animales y plantas puestos a su servicio y al propio planeta, como el hombre. Los atropellos que contra este planeta y cuantos en ¨¦l habitan se cometen son la raz¨®n de ser del ecologismo. S¨®lo que los ecologistas, acertados en gran parte de los casos, suelen cometer el error de acabar sacralizando la naturaleza al convertirla en instancia suprema de nuestros desvelos, en centro en torno al cual gira la existencia de todos nosotros. Y el centro no est¨¢ en la naturaleza, sino en el yo, en el yo de cada uno de nosotros. Por eso el yo, igual que se maltrata a s¨ª mismo, maltrata a la naturaleza: porque, por debajo de los niveles de la conciencia, el mundo circundante es lo que se le ha dado al comienzo de su existencia, una existencia cuyo ideal consiste, precisamente, en hacerse con el dominio lo m¨¢s amplio y completo posible del entorno, en llevar los propios l¨ªmites todo lo cerca que se pueda de la l¨ªnea del horizonte. De ah¨ª que sea tan com¨²n compartir intelectualmente los criterios ecologistas y quebrantarlos sistem¨¢ticamente en la vida cotidiana. Si el ser humano no es m¨¢s consciente de estar maltratando el mundo que le rodea es porque, en su relaci¨®n con ese mundo, no hace sino reproducir el maltrato que inflige y sufre por el mero hecho de hallarse inserto en la sociedad a modo de simple cojinete de un engranaje mucho m¨¢s vasto.
?Qu¨¦ es en realidad ese yo tan imperioso a la vez que tan maltratado? ?En qu¨¦ punto del cuerpo reside su conciencia del ser? La historia de la filosof¨ªa es la recopilaci¨®n de respuestas que a lo largo de los tiempos se ha ido dando a estas preguntas. Pero la obra de los fil¨®sofos tiene en com¨²n con la creaci¨®n literaria su singularidad, lo que la hace irreductible a las obras de otros fil¨®sofos; habr¨¢ ideas compartidas, pero cada teor¨ªa es fruto de una construcci¨®n personal. De ah¨ª que en el terreno del pensamiento filos¨®fico no pueda hablarse no ya de progreso, sino ni tan siquiera de evoluci¨®n. De un modo general se ha venido a identificar el yo con el esp¨ªritu, un esp¨ªritu cuya existencia no es sino el aprendizaje de los propios l¨ªmites, el choque de esos l¨ªmites con los l¨ªmites de los otros. Lo de menos es determinar si ese yo de car¨¢cter espiritual reside en el cuerpo o si ese esp¨ªritu no es tambi¨¦n en s¨ª mismo un aspecto de la materia. ?No es materia incluso el vac¨ªo?
Heidegger advirti¨®, hace ya m¨¢s de setenta a?os, que si la ciencia no se toma en serio la nada, se convierte en poco m¨¢s que una broma. La ciencia seguramente desconoce la opini¨®n de Heidegger, pero cuando es algo m¨¢s que ciencia aplicada, de supermercado, guiada simplemente por la necesidad met¨®dica, ha terminado comport¨¢ndose como si la hubiera tenido en cuenta. Y eso en m¨¢s de un aspecto: no s¨®lo circunscribi¨¦ndose en cada caso a una peque?a parcela del saber antes de arriesgarse a la m¨¢s m¨ªnima conclusi¨®n general, sino, sobre todo, alejando cada vez m¨¢s al hombre del centro del universo. Es decir: no ya el hombre, sino tambi¨¦n el planeta, el sol, la galaxia y, finalmente, la materia, nuestra materia. Perdido el miedo a la constante rectificaci¨®n, a la provisionalidad del conocimiento, la ciencia parece haber perdido asimismo el temor a las propias limitaciones, acordes, por otra parte, con las limitaciones del cosmos. Sus hallazgos son, cada vez en mayor medida, verdaderas declaraciones de incertidumbre. Descendemos, en cuanto seres vivos, de un alga azul que a¨²n se encuentra en la humedad de los jardines, y poco m¨¢s sabremos al respecto en el futuro. Y en cuanto al vac¨ªo existente m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites del universo, se sabe que es m¨¢s pesado que la materia, o mejor, que nuestra materia es una variedad m¨¢s liviana que esa otra substancia. Y el mundo -el cosmos-, una imperfecci¨®n aleatoria que flota en la pureza del fluido universal, en palabras del astrof¨ªsico Michel Cass¨¦. Si es que podemos aplicar la palabra universal a lo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites del universo. Lo seguro es que no hay espejismo mayor que el de ese 'alg¨²n d¨ªa sabremos' que con tanta satisfacci¨®n y confianza se prodiga al referir el papel de la ciencia en el futuro. Porque, si bien quienes iban a saber ser¨ªan en todo caso otros, la realidad es que tampoco ser¨¢n as¨ª las cosas, la realidad es que nunca se llegar¨¢ a saber exactamente c¨®mo es el mundo y c¨®mo somos nosotros. ?Qu¨¦ clase de hecho nuevo iba a poner al alcance del hombre semejantes conocimientos?
Caso distinto es el de la creaci¨®n literaria. El equ¨ªvoco creado por la confusi¨®n entre el yo y el mundo, entre lo que conviene o se refiere a uno y otro, entre los l¨ªmites de uno y otro, constituye el n¨²cleo primigenio de los impulsos que rigen la conducta del ser humano, y es la creaci¨®n literaria -Cervantes, Tolst¨®i, Proust- la que mejor ha sabido expresarla como fen¨®meno a la vez que como caso concreto impecablemente definido por el fluir del relato. O mejor: como caso concreto cuya expresividad lo convierte en la mejor representaci¨®n del fen¨®meno, el mejor ejemplo, algo fuera de las posibilidades tanto de la ciencia como del pensamiento filos¨®fico que, al abstraer, sustraen aspectos esenciales de la manifestaci¨®n de ese fen¨®meno.
Luis Goytisolo es escritor.
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