Una resurrecci¨®n
Sab¨ªamos muy poco de Joan Pon?, un nombre envuelto en una niebla apenas comprensible dada la importancia que acostumbra a concederse a su obra, un artista atrapado en el equ¨ªvoco denso e inquietante del rumor: rumores sobre sus amistades y enemistades, rumores sobre su locura, rumores sobre el oscuro paso de una parte de su vida que inclu¨ªa un manicomio en Brasil. Tambi¨¦n se nos dijo que ¨¦l mismo no era ajeno al cultivo de su malditismo, tan desaforado como calculado. Sab¨ªamos que, pese a todo, al final de su vida, ya enfermo, consigui¨® cierto ¨¦xito y algunas resonancias, sobre todo a ra¨ªz de una importante exposici¨®n en Par¨ªs.
Pero no sab¨ªamos mucho m¨¢s. Del ¨¦xito ya no se hablaba -como sucede con todos los ¨¦xitos, devorados por la distancia- y, lo que era peor, la resonancia se hab¨ªa desvanecido. Un caso ejemplar: durante las casi dos d¨¦cadas transcurridas desde su muerte, Joan Pon? ha sido escasamente desmentido como pintor y, no obstante, ha sido negado como recuerdo. Ha sido, por as¨ª decirlo, expulsado de nuestra memoria colectiva inmediata.
Por alguna raz¨®n oscura y terrible formamos parte de una sociedad experta en tales expulsiones. Si encumbramos es para precipitar los nombres desde lugares m¨¢s altos, y si citamos es para luego poder borrar. Ninguna de las grandes culturas europeas hubieran podido configurarse con tan violentas discontinuidades. La tradici¨®n es el respeto a la autoridad pero, sobre todo, la generosidad en la conservaci¨®n y cultivo de la memoria, independientemente de los vaivenes que puedan exigir ideolog¨ªa, moda o poder.
Nuestra sociedad, cada vez m¨¢s tradicionalista -en cuanto a pacata y retr¨®grada-, odia, no obstante, la tradici¨®n o, si se quiere, la lealtad con ella misma. No nos importa la autoridad intelectual o art¨ªstica de quienes ya no pueden participar en los dividendos del espect¨¢culo. Tampoco nos importa si concedimos un papel al personaje que no correspond¨ªa y lo negamos al que lo merec¨ªa, puesto que vamos a igualar a unos y a otros, silenci¨¢ndolos primero y despu¨¦s olvid¨¢ndolos.
En nuestro escenario tan propenso a la amnesia, la segunda mitad del siglo XX olvid¨® a la primera mitad y ahora nosotros conseguiremos olvidar al siglo entero. La habitual riqueza de la civilizaci¨®n en Francia, aun en per¨ªodo de declive como el actual, ha consistido en la capacidad de agrandar incluso lo peque?o. Nuestra sociedad, por el contrario, s¨®lo se siente tranquila cuando empeque?ece incluso lo grande.
La seguridad, o al menos la estabilidad, espiritual de una comunidad es el fruto del asentamiento de una tradici¨®n, de una continuidad que, en el territorio de la cultura, implica el reconocimiento cr¨ªtico del pasado. Mayor es la fuerza de creaci¨®n y experimentaci¨®n de un arte o una literatura cuanto mayor es la posibilidad de contrastar el presente con la memoria del pasado. Algo similar sucede, naturalmente, con la ciencia. Pero cuando un pa¨ªs es una maquinaria de amnesia estallan en pedazos la seguridad y la convicci¨®n, abri¨¦ndose, en consecuencia, la puerta al oportunismo y la demagogia. Su cultura son largas listas de olvidados.
Por eso, es motivo de alegr¨ªa que alguien sea s¨²bitamente rescatado de estas listas y devuelto art¨ªsticamente al mundo de los vivos. Debemos, por tanto, agradecerle a Arnau Puig la exposici¨®n -y el magn¨ªfico cat¨¢logo- Joan Pon? (Centro Cultural de la Fundaci¨®n La Caixa). Gracias a Puig ahora podemos saber algo m¨¢s de este gran pintor, compa?ero suyo en el grupo Dau al Set, y, aunque no rasguemos definitivamente la cortina de brumas y rumores que lo cubren, sumergirnos en un universo singular.
Hay una pintura de la d¨¦cada de 1970, Lluita interior, cortante y dura como lo son otras, en la que Joan Pon? parece resumir a la perfecci¨®n los constantes antagonismos que se suceden en su obra: la representaci¨®n de una realidad que quiere negar lo real, la obsesi¨®n por hacer visible lo que ¨¦l mismo considera invisible, la dificultad por fijar una forma ante el desbordamiento constante de las ideas. Por encima de todo, la voluntad ang¨¦lica, la pasi¨®n por la pureza, de quien, sin embargo, parece continuamente abocado a una pintura demoniaca llena de alucinaciones, pesadillas y delirios.
A este respecto, el espectador de la exposici¨®n dispone de una fuente de primera mano cuando asiste a la proyecci¨®n de una entrevista que Montserrat Roig le hizo al pintor en 1978. Joan Pon?, a quien no le desagrada aparecer como enigm¨¢tico y maldito, es de una lucidez implacable cuando se refiere al arte y a su arte, y pese al barroquismo alucinatorio de tantos de sus cuadros reivindica la austeridad, el equilibrio, el m¨¦todo, el despojamiento, la luz. Su est¨¦tica se concentra en la b¨²squeda del ¨¢ngel, aunque sea a trav¨¦s del infierno.
Arnau Puig indica el dato, aparentemente sorprendente, de que el Joan Pon? m¨¢s delirante, el de Brasil y el manicomio, tuviera como lecturas de referencia a Descartes, Leonardo da Vinci y Proust. Pero es una informaci¨®n que encaja bien con la po¨¦tica interna de toda su trayectoria. El orden de Descartes, la geometr¨ªa de Leonardo, la memoria de Proust sirven a Pon? para contrarrestar el caos, inmensamente fecundo, que crece en su imaginaci¨®n.
A medida que avanza en su itinerario, Joan Pon? demuestra una mayor potencia para educar su imaginaci¨®n a trav¨¦s de la forma. Ve el mundo como una constante metamorfosis, y al pintor como un art¨ªfice que en ocasiones, como tambi¨¦n dec¨ªa Paul Klee, observa con el telescopio y en otras act¨²a como el entom¨®logo, y de ah¨ª la cercan¨ªa de algunas de sus figuras a la del tambi¨¦n 'alucinado' Henri Michaux.
Medio alquimista, medio vidente, Pon? pose¨ªa una metodolog¨ªa personal extraordinariamente rica y una enorme destreza en la procreaci¨®n de formas fant¨¢sticas. Pero no era esteticista ni superficialmente barroco. Pintaba, seg¨²n sus propias palabras, como un acto m¨¢gico para sobrevivir, y ten¨ªa una idea arriesgada y llena de coraje acerca de su tarea: 'Lo importante es trabajar. Con fe y amor, con desesperaci¨®n y odio, tanto da, hace falta trabajar y mirar arriba. Tener temor del Conocimiento (Dios) es lo ¨²nico esencial. El resto es intrascendente'.
Ahora que le hemos recordado quiz¨¢ convenga no olvidarlo demasiado pronto.
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