Los estudiantes
Las discusiones, igual que los muebles de una casa, pueden cambiarse de lugar. Las artes de la manipulaci¨®n pol¨ªtica y social no s¨®lo se apoyan en la mentira, sino tambi¨¦n en el cambio de lugar de las discusiones, porque todo el mundo acaba opinando fuera de sitio, mientras olvidamos la verdadera ra¨ªz de los problemas. La vida espa?ola, con sus vertiginosas transformaciones sociales y sus antiguos progresistas metidos a pol¨ªticos conservadores o a simples cascarrabias, es un campo abonado para el cinismo y las estrategias de la confusi¨®n p¨²blica. Nos hacen discutir sobre lo que no queremos para mantener ocultas aquellas situaciones que desean defender o propiciar. El debate sobre la educaci¨®n de F¨¢tima, la ni?a marroqu¨ª que lleva la cabeza cubierta con un pa?uelo, ha dado pie para opinar sobre la dignidad de las mujeres, la cultura isl¨¢mica, el machismo, la ablaci¨®n, la tolerancia; y tanto ruido de peri¨®dicos y radios no ha supuesto una verdadera defensa de la dignidad de las mujeres, sino la ocultaci¨®n real del problema: el extra?o privilegio de los colegios concertados, que reciben dinero p¨²blico, pero se consideran con derecho a ejercer una ense?anza de intereses privados. Mientras muchos colegios p¨²blicos se est¨¢n convirtiendo en ghettos para inmigrantes, los colegios privados y concertados quieren mantener la pureza ¨¦tnica. La discusi¨®n del pa?uelo de F¨¢tima hace ruido sobre la dignidad de la mujer para ocultar la liquidaci¨®n paulatina de la ense?anza p¨²blica en Espa?a.
Creo que algo parecido est¨¢ ocurriendo con el implacable castigo social de los estudiantes sevillanos que entraron en la Universidad y rompieron las dos puertas. Su actuaci¨®n no fue acertada, ni es justificable. Cuando me enter¨¦ del suceso, por solidaridad sentimental con ellos, sent¨ª que hubieran cometido esa equivocaci¨®n, porque el acto de violencia s¨®lo iba a servir para borrar un esfuerzo muy loable de reivindicaciones acertadas y justas. Pero en este caso la significaci¨®n m¨¢s preocupante ni siquiera tiene que ver con las equivocaciones finales de los justos, sino con la dureza sorprendente de la polic¨ªa, la justicia y el delegado del gobierno. Que los estudiantes sevillanos sean criminalizados con una firmeza ejemplar, que a veces se diluye ante los violadores, los especuladores o los narcotraficantes, s¨®lo indica el papel que nuestro pa¨ªs ha decidido reservarle desde ahora a la juventud. En pocos conceptos hay tanto cambio de muebles para ocultar el sentido de las discusiones.
El concepto de juventud soport¨® necesariamente una sobrecarga ideol¨®gica en la cultura espa?ola de los dos ¨²ltimos siglos. El acartonamiento de la Espa?a oficial y la degradaci¨®n moral y econ¨®mica del pa¨ªs alent¨® en repetidas ocasiones la ilusi¨®n regeneradora de un cambio protagonizado por los j¨®venes. Desde los proyectos pedag¨®gicos del krausismo hasta la militancia antifranquista, ser joven en Espa?a signific¨® asumir la responsabilidad de modernizar intelectual, cient¨ªfica y pol¨ªticamente los tejidos de la naci¨®n. 'Mi juventud -escribi¨® Ortega y Gasset, en el pr¨®logo de sus Mocedades- se ha quemado entera, como la retama mosaica, al borde del camino que Espa?a lleva por la Historia'. En 1916 no sospechaba el fil¨®sofo madrile?o que su vejez arder¨ªa en un infierno personal y colectivo mucho m¨¢s duro, el infierno de una Espa?a humillada por la guerra civil. Las llamas fueron alargadas. Hasta bien entrados los a?os 80, posiblemente hasta el refer¨¦ndum sobre la OTAN, la juventud espa?ola vivi¨® identificada con una tarea de responsabilidad ideol¨®gica que un¨ªa los libros y la pol¨ªtica, la modernidad cient¨ªfica y la vinculaci¨®n ¨¦tica con la sociedad.
Pero, ya se sabe, Espa?a ahora va bien, las ideolog¨ªas han muerto, vivimos el final de la Historia, y los j¨®venes deben cambiar su conciencia cr¨ªtica por un curr¨ªculo acad¨¦mico que los haga competitivos en el mercado de trabajo. La despreocupada alegr¨ªa del botell¨®n durante los fines de semana no es m¨¢s que la otra cara de la moneda. Las plazas no son ya un lugar para inventarse el futuro, sino el vertedero en el que abandonamos los cascos vac¨ªos y los residuos de nuestro consumo. Cuando se ha alcanzado el reino del bienestar, resulta inc¨®moda una curiosidad capaz de descubrir las contradicciones de nuestras riquezas. A nueva Espa?a, nueva juventud, y todos los debates sobre la ense?anza, el rigor y el respeto, esconden entre sus muchos pliegues una voluntad social de anular las antiguas responsabilidades civiles del saber y de los estudiantes. Sumisa o impertinente, la juventud no tiene una misi¨®n ¨¦tica que cumplir, por lo que puede dedicarse a ganar el tiempo en su formaci¨®n personal o a pederlo en sus juergas nocturnas. La idea de una inteligencia vinculada moralmente con las carencias de la realidad desaparece entre el az¨²car suave de las gominolas o los cristales rotos de la mala bedida.
Aunque los partidarios del pragmatismo no est¨¦n dispuesto perder el tiempo en divagaciones te¨®ricas, las inercias ideol¨®gicas acaban demostrando sus pertinaces conexiones con la realidad. Los se?ores del neoliberalismo, que son tambi¨¦n se?ores de la guerra, van a celebrar pr¨®ximamente en Sevilla una nueva cumbre, acogidos por la hospitalidad gubernativa del Partido Popular. A la sombra de las palizas de G¨¦nova y del autoritarismo de Bush, no conviene que a la polic¨ªa espa?ola le tiemble el pulso. La dureza con la que est¨¢n siendo tratados los estudiantes de Sevilla es un aviso, un castigo ejemplar, un caso en el que se plasman duramente las exigencias de un nuevo cinismo legal.
Tal vez alguien se empe?e en leer este art¨ªculo como una justificaci¨®n de la ruptura de puertas y de la destrucci¨®n del patrimonio hist¨®rico. Ni hablando, ni escribiendo se entiende la gente, sobre todo cuando estamos interesados en cambiar las discusiones de lugar. Pero no me resigno a decir que, como profesor universitario, siento m¨¢s des¨¢nimo ante una masa gris de alumnos sin inquietudes ¨¦ticas, que ante un grupo de estudiantes movilizados y dispuestos a defender la necesidad de una conciencia cr¨ªtica inevitablemente unida a su juventud. Aunque lleguen a equivocarse en ocasiones.
Luis Garc¨ªa Montero es Catedr¨¢tico de Literatura Espa?ola de la Universidad de Granada
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