Un editor ejemplar
Me apena la muerte de Jos¨¦ Ortega, que me acaban de notificar. Le conoc¨ª un a?o antes de la muerte de su padre. El primer favor que me hizo fue llamar a do?a Rosa, su madre, a la semana del fallecimiento de don Jos¨¦, para que me recibiera en su casa y me ense?ara su cuarto de trabajo, que estaba tal y como ¨¦l lo dej¨®, con su peque?o atril en donde a¨²n reposaba el ¨²ltimo libro que le¨ªa hasta poco antes de morir (Figuras femeninas de la Revoluci¨®n Francesa), su biblioteca y -lo que m¨¢s me interes¨®- una caja con muchas, muchas papeletas, en las que don Jos¨¦ tomaba sus notas o se las dictaba a la misma do?a Rosa, algunas de las cuales me ley¨® o me dej¨® leer. Fueron m¨¢s de dos horas inolvidables.
Luego, Pepe Ortega me edit¨® La culpa en Revista de Occidente, y m¨¢s tarde, fundada Alianza (todav¨ªa en Juan Bravo y con Javier Pradera como ¨²nico colaborador), algunos libros m¨¢s. Lo que me llam¨® la atenci¨®n de ¨¦l fue su carencia de prejuicios en su funci¨®n de editor. ?l pod¨ªa disentir de las tesis de algunos de sus autores, pero consideraba que deb¨ªa editarlos, y no tanto por razones comerciales, sino como manera de contribuir al libre mercado de ideas que tanto necesitaba la Espa?a de entonces. Fue un editor ejemplar. A quienes hab¨ªamos descubierto en ¨¦l su sagacidad para detectar lo que demandaba nuestro pa¨ªs no nos sorprendi¨® su idea de fundar EL PA?S, que fue un ¨¦xito inmediato y que convirti¨® en adictos a millares de lectores. Ambas empresas le sirvieron, creo yo, para adquirir identidad propia y para que dejara de gravitar tanto sobre ¨¦l ser el hijo de don Jos¨¦ Ortega y Gasset. Por ellas ser¨¢ recordado, porque son parte importante de nuestra historia contempor¨¢nea.
Jos¨¦ Ortega era consciente de su papel de mediador en empresas intelectuales. Escrib¨ªa muy bien, con una gran pulcritud, y era, por descontado, un magn¨ªfico lector. Aunque t¨ªmido, nada le imped¨ªa mostrar su punto de vista cuando era necesario hacerlo, aunque fuese disonante en el grupo en el que se hallaba. Nunca me encontr¨¦ con su mirada, porque rehu¨ªa la m¨ªa (y no s¨¦ si tambi¨¦n la de otros). Y aunque esto dificultaba el ir y volver de la comunicaci¨®n entre ¨¦l y yo, confi¨¢bamos rec¨ªprocamente sin reservas.
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