?Viva el mandar!
Hace unos a?os hac¨ªan furor en ambientes intelectuales las t¨¦cnicas de an¨¢lisis ling¨¹¨ªstico. La cosa sol¨ªa consistir en examinar al microscopio determinados textos, representativos de una ideolog¨ªa, una actitud o lo que fuera, para descubrir, a trav¨¦s de sus falacias ling¨¹¨ªsticas, las enga?ifas y las inconsistencias de su contenido. Incluso en tiempos no muy ilustrados, como los primeros a?os de la democracia, los que asom¨¢bamos entonces al mundo pudimos aprender en nuestros libros de texto, de la mano de L¨¢zaro Carreter, a diseccionar los enga?os y las trampas de la publicidad. Se dir¨ªa que las cosas deber¨ªan haber ido a m¨¢s de eso. Pero no lo hicieron, porque lo de la democracia, en m¨¢s de un aspecto -por ejemplo en el de la ense?anza-, nos ha salido un poco aguado.
La ense?anza ¨²ltimamente ocupa bastante el candelero informativo, sobre todo a ra¨ªz de las medidas que nuestros gobernantes piensan poner en pr¨¢ctica para remediar los males que la aquejan. Nuestra ense?anza, al parecer, es de baja calidad. No dudo de que eso sea cierto, pero de creer lo que cuentan los ense?antes, casi un¨¢nimes en esta cuesti¨®n, no es eso lo ¨²nico que le sucede: la indisciplina, dicen, campa por sus respetos, los profesores sufren de una falta estructural de autoridad, ense?ar se est¨¢ convirtiendo en una profesi¨®n para superhombres, un constante y diario sufrimiento, lo cual lleva a los profesores al des¨¢nimo cuando no a la depresi¨®n, y ha colocado a la profesi¨®n en el punto m¨¢s bajo de prestigio social que se le ha conocido.
Todo esto, dicen nuestros gobernantes, lo van a arreglar. Bien. Quiz¨¢s convenga no extremar el escepticismo, al menos no desde el principio, y dejarles cierto margen de confianza. Sin embargo, por lo que se va publicando en los medios, da la impresi¨®n de que las medidas que piensan tomar se refieren sobre todo a aspectos de organizaci¨®n, cuando la ra¨ªz del problema, o una de sus ra¨ªces, quiz¨¢s est¨¦ en otra parte, en algo m¨¢s fundamental y m¨¢s insidioso, y que puede perfectamente sobrevivir a las medidas de reforma. La innegable degradaci¨®n de la ense?anza, en mi opini¨®n, quiz¨¢s se explique -adem¨¢s de, claro est¨¢, por la falta de medios y los defectos organizativos-, por cierta actitud esquizofr¨¦nica y vergonzante de la pedagog¨ªa ante el papel de la autoridad en la educaci¨®n, actitud que ha dominado toda la segunda mitad del siglo XX. Esto se ve claramente, y enlazo con los an¨¢lisis ling¨¹¨ªsticos de que hablaba, en ciertos tics verbales, verdaderos estilemas del g¨¦nero, que corren en los textos de pedagog¨ªa (de los que, por obligaci¨®n profesional -para traducirlos-, he tenido que leer una considerable cantidad). Uno de los m¨¢s irritantes es el uso sistem¨¢tico, ubicuo y constante del verbo 'proponer', que ha sustituido casi sin residuo a 'ordenar', 'mandar', 'poner', 'decidir', etc¨¦tera. Los ex¨¢menes ya no se ponen, se 'propone' al alumnado realizar una prueba. Los ejercicios o problemas, en opini¨®n del timorato pedagogo, debe 'propon¨¦rselos' el profesor a sus alumnos. No se echa a nadie de clase; se le 'propone' abandonar el aula, etc. En el empalagoso bel¨¦n verbal del pedagogo, toda acci¨®n educativa, sea cual sea, se reduce a 'proponer'.
?Es esto realmente cierto? se pregunta uno. Huelga decir que no: el alumno, hoy como ayer, tiene que hacer lo que le dicen, tiene que hacer el examen, tiene que hacer los ejercicios, tiene que irse de clase, tiene que..., sin que nadie le pida su opini¨®n y sin que pueda declinar la propuesta. La autoridad se sigue ejerciendo, naturalmente, como que es la ¨²nica forma posible de que funcione un sistema educativo; pero al mismo tiempo, y esto es lo enfermizo, constantemente se niega y disimula, con diversos malabarismos, que se la est¨¦ ejerciendo.
Fuera de la pura an¨¦cdota, esto es significativo como exponente de una serie de actitudes concordantes de devaluaci¨®n y ocultaci¨®n, casi clandestinizaci¨®n, de la autoridad, actitudes que han sido y son muy frecuentes, incluso oficiales en la organizaci¨®n te¨®rica de nuestra educaci¨®n y que han tenido graves consecuencias: En primer lugar, el despiste cr¨®nico de muchos alumnos, que, ante la ambig¨¹edad de los mensajes, en realidad ya no saben si se supone o no que deben obedecer lo que se les manda, ya que en realidad ni siquiera saben si se les manda o no; y tambi¨¦n, la conclusi¨®n, err¨®nea pero comprensible, de otra parte de ellos de que no tienen por qu¨¦ obedecer a nada, porque eso de mandar es una cosa tan horrible y criminal que, cuando se hace, hay que ocultarlo bajo toneladas de ?o?ez y de hipocres¨ªa verbal.
Ante las incontables faltas de respeto que han de soportar los ense?antes en sus clases, desde la simple insolencia, el insulto, el desprecio, hasta la pura intimidaci¨®n, como la de aquellos carteles de 'Irakasle Faxistak' y similares, uno se pregunta de d¨®nde habr¨¢n sacado estos alumnos la idea de que todo el que les ordena algo que no les gusta o no les apetece, o con lo que no est¨¢n de acuerdo, es un fascista y un carcelero. La respuesta es ir¨®nica: se lo han ense?ado, de palabra y obra, sus propios profesores. Mejor dicho: no sus profesores, sino sus pedagogos, su sistema educativo; en estrecha colaboraci¨®n muchas veces con sus padres, partidarios tambi¨¦n no pocos de ellos de la propuesta universal, avergonzados y asustados que est¨¢n por una autoridad que les toca pero que prefieren sencillamente no ejercer.
Y es que esta es la segunda parte del problema (mejor dicho, cronol¨®gicamente, la primera), y tampoco esta la van a poder corregir f¨¢cilmente las medidas administrativas: la educaci¨®n familiar, que tambi¨¦n ha cambiado, y en parecido sentido al de la institucional, es decir hacia el miedo a mandar nada. Esta forma de educar sol¨ªa llamarse hasta hace poco 'consentir', y el as¨ª educado, un 'consentido'. Me da la impresi¨®n de que el t¨¦rmino se oye cada vez menos, quiz¨¢s porque al hacerse condici¨®n bastante general ha dejado de necesitarse el concepto. Ahora har¨ªa quiz¨¢s m¨¢s falta el t¨¦rmino contrario, para distinguir en la muchedumbre de los consentidos a los pocos educados.
Me interesa precisar que todo lo que vengo diciendo no tiene nada que ver con ninguna nostalgia de la brutalidad pedag¨®gica, de la que he sido buen testigo, ni supone ninguna reivindicaci¨®n del hosti¨®n did¨¢ctico tradicional. Nadie duda de que la autoridad debe tener l¨ªmites y mecanismos correctores. Comprendo tambi¨¦n que la aversi¨®n al ejercicio de la autoridad, en casa o en la escuela, procede de una reacci¨®n justificada a una amarga experiencia del autoritarismo. Pero, para no caer en el marasmo, quiz¨¢s habr¨ªa tambi¨¦n que entender y decir claramente, y transmitirlo a los alumnos, que el hecho de que en este mundo en en determinadas situaciones alguien ordena y alguien obedece, no es por definici¨®n un crimen ni un abuso, sino que, cuando la autoridad es leg¨ªtima, es sencillamente justo y necesario. Si no, la falta de claridad en los planteamientos, los comportamientos vergonzantes, las actitudes equ¨ªvocas, llevan a situaciones en las que nadie sabe a qu¨¦ juego se est¨¢ jugando, y de ah¨ª a la degradaci¨®n del sistema.
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