La leyenda de un trauma
Hoy d¨ªa, al visitar un museo o una exposici¨®n, nadie pondr¨ªa en tela de juicio la fuerza pict¨®rica de Artemisia Gentileschi, una artista que sostiene las comparaciones con cualquiera de sus contempor¨¢neos y que a menudo se levanta sobre ellos como una r¨¢faga de lucidez y de audacia.
Sin embargo, el paseante apabullado por la belleza de los cuadros, oye por casualidad un comentario: 'Fue violada por un amigo del padre, ?sabes?'. Y all¨ª se pone en marcha un mecanismo de conclusiones apresuradas que nos define como colectividad: si la vida del / la artista no se ajusta a la 'norma', su diferencia, sea cual sea, debe estar presente en su producci¨®n. Nos entusiasma crear leyendas, sazonar las historias: Caravaggio, gay; Van Gogh, loco; Beethoven, sifil¨ªtico; Toulouse-Lautrec, lisiado; Artemisia, violada. La sospecha est¨¢ servida: ?podr¨ªa acaso derivar la fuerza de Gentileschi del episodio traum¨¢tico?
Naturalmente, eso es tan absurdo como decir que Toulouse-Lautrec pintaba bailarinas por tener dificultades de movimiento. Ser¨ªa m¨¢s exacto pensar que Artemisia pintaba lo que ve¨ªa. Y aquello a lo cual ten¨ªa acceso una mujer en su ¨¦poca era el propio cuerpo. Se conjetura incluso sobre la presencia de un gran espejo en la casa de los Gentileschi delante del cual la joven podr¨ªa haber posado desnuda, estudiando cada pliegue de su anatom¨ªa, viendo la carne como carne y no s¨®lo como convenci¨®n, tal y como la representara el padre.
Ser consciente de la propia fisicidad, de su textura, devolver la carne a la carne, es emprender, casi seguro, un camino sin retorno, aprender a mirar a los otros como carne tambi¨¦n. No hacen falta justificaciones, y mucho menos traumas, para comprender el erotismo de esas figuras femeninas y sus relaciones con los cuerpos de los hombres: deseados, confrontados, pose¨ªdos.
Secreto a voces
Esta aproximaci¨®n, que hubiera debido bastar para entender la pintura, acaba por desvanecerse en un secreto a voces. Artemisia, joven libertina para sus contempor¨¢neos, tiene algo que encubrir y ese mito -la artista intr¨¦pida que mira su cuerpo en un espejo- se convierte en la leyenda que ha servido como coartada a tantos. A la cr¨ªtica feminista, para convertirla en m¨¢rtir; a la mirada convencional, para justificar esa fuerza pict¨®rica que, en el caso de una mujer, tiene que estar ligada a un trauma.
La leyenda es conocida. En 1612, Orazio Gentileschi, el celoso y sol¨ªcito padre, acusaba a su amigo Tassi de estupro. Durante el juicio, una parte de cuyas actas fueron publicadas por Menzio en 1981, se tortur¨® a la joven con el fin de conocer la verdad. A juzgar por la descripci¨®n detallada de la mujer, la relaci¨®n debi¨® ser brutal en ese primer encuentro, si bien resulta complejo descifrar si hubo o no violaci¨®n t¨¦cnicamente hablando. El seductor y pendenciero Tassi, conocido por utilizar a las amantes para su ascenso, pudo haber engatusado a la hija de su socio con promesas de matrimonio. '?stas son tus promesas y ¨¦ste tu anillo', gritaba Artemisia en el juicio. Hubo, desde luego, un abuso de confianza: la peor de las violencias entonces, la social.
El ¨²nico dato objetivo es que, en un a?o, Tassi estaba libre y que poco despu¨¦s se reconciliaba con Orazio. Las malas lenguas cuentan que sus desavenencias fueron econ¨®micas. Artemisia, dejaba la casa familiar y se casaba apresuradamente. Se sum¨ªa en el misterio, como una leyenda conveniente para casi todos.
Ahora, por fin, se sospecha que las cosas pudieron ser as¨ª. Y se aprende a mirar una de sus m¨¢s contundentes aportaciones, Judith decapitando a Holofernes, no como el resultado de un trauma, sino como una innovaci¨®n iconogr¨¢fica; la obra de una mujer que lo sab¨ªa todo sobre la carne y las mujeres, en sus cuadros j¨®venes aliadas frente a las viejas alcahuetas de la tradici¨®n. Como dec¨ªa Freud, hay veces que una estatua es s¨®lo una estatua.
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