Motivaci¨®n e indiferencia
'Es una venganza de la historia en nosotros, los igualitaristas, que tambi¨¦n tengamos que v¨¦rnoslas con la obligaci¨®n de distinguir'. Quiz¨¢ en esta frase se condensa toda la pol¨¦mica perplejidad del ensayo de Peter Sloterdijk sobre las luchas culturales de la sociedad moderna, titulado El desprecio de las masas (Ed. Pre-textos). La gracia o la malicia de Sloterdijk es que siempre pone el dedo en la llaga, pero despu¨¦s se dedica a cualquier cosa menos a curar la llaga, lo cual produce en sus lectores una mezcla de inter¨¦s y desasosiego que intelectualmente resulta de lo m¨¢s estimulante. Los modelos sociales que nos precedieron no hace tanto privilegiaban la diferencia vertical en el mundo de la cultura: los sabios por encima de los ignaros, las 'autoridades' en cada materia sobre los 'legos o profanos', los irrefutables maestros sobrevolando a los aprendices y, desde luego, los civilizados abrumando desde las alturas a los salvajes. Sin embargo, ahora hemos pasado de la vertical a la horizontal: somos diferentes pero iguales, todos distintos aunque en el mismo plano, ef¨ªmeramente inconfundibles en el gesto, pero indiscernibles en el m¨¦rito. Cada cual tiene derecho a ser lo que es y como es, nadie tiene derecho a ser visto como mejor o superior a otros, s¨®lo peculiar en su estilo. La ignorancia es una sabidur¨ªa alternativa, la incompetencia es otra forma de hacer y lo correcto es suscribir el asombro de aquella se?ora porte?a que le comentaba a Bioy Casares: 'No s¨¦ a qu¨¦ se refieren cuando dicen que alguien es inteligente. ?C¨®mo lo saben?'. En la gama de distinciones horizontales en la que cada cual afirma su idiosincrasia antijer¨¢rquica como el derecho m¨¢s irrenuciable, no hay m¨¢s ¨¦xito ni fracaso que los que provienen del plebiscito popular que proclama vencedores ocasionales desde su inapelable capricho y simpatiza con los no menos epis¨®dicos vencidos: Operaci¨®n Triunfo. El ¨²nico ranking lo establece el dinero, como constataci¨®n mensurable de la aceptaci¨®n social. M¨¢s all¨¢ de la diferencia en acumulaci¨®n de euros que sobrenada la universal indiferencia s¨®lo queda la contraposici¨®n yuxtapuesta de las identidades, inconfundibles pero intercambiables.
En este campo de juego, la apuesta por la educaci¨®n no logra contabilizar nunca sus p¨¦rdidas y ganancias. Es imposible educar sin valorar, pero nadie se arriesga a valorar de verdad (ni siquiera a dejar claro que existen diferentes grados en lo estimable y no s¨®lo privilegios o prejuicios) y por tanto es improbable que nadie se comprometa demasiado a educar. Junto a la escasez de presupuesto para dotar a este servicio p¨²blico cada vez m¨¢s complejo y por tanto m¨¢s caro, tal es la principal raz¨®n del des¨¢nimo educativo imperante... y no s¨®lo en nuestro pa¨ªs. Como a cualquiera, me preocupa el veinticinco o treinta por ciento de fracaso escolar que padecemos entre los alumnos, pero a¨²n m¨¢s otro fracaso mayor: el confesado desaliento -'desmotivaci¨®n', en la jerga actual- del ochenta por ciento de nuestros ense?antes de bachillerato. Y eso por no hablar de la desmotivaci¨®n educativa de los padres, sobre la que hay menos datos estad¨ªsticos, aunque tampoco hacen demasiada falta: basta con ver que la mayor¨ªa de ellos culpa del botell¨®n o de cualquier otro comportamiento incivil de sus reto?os al ministerio, al ayuntamiento, a la globalizaci¨®n o a quien se tercie. ?Qu¨¦ abulia es peor, la de los educandos o la de sus educadores? Se deplora, con abundantes razones, el crecimiento de la indisciplina en las aulas y los correspondientes excesos autoritarios para remediarla al menos superficialmente, pero nadie explica c¨®mo puede lograrse ejercer una autoridad sin tiran¨ªa (disculpen el pleonasmo) cuando cualquier baremo para calibrar lo apreciable frente a lo insuficiente o lo nefasto parecen olig¨¢rquicos.
No faltan reservas argumentadas contra un futuro examen de estado o rev¨¢lida al final del bachillerato (entre las que no est¨¢n, desde luego, la acusaci¨®n rid¨ªcula de franquismo ni la queja por el triste destino de quienes hagan los cursos y no consigan aprobarla, criterio que obligar¨ªa a conceder el carnet de conducir a todo el que acredite haber pasado suficiente tiempo maniobrando en una academia). La principal sigue siendo la que exist¨ªa contra la selectividad: que acabe convertida no en una prueba para valorar la madurez y los conocimientos adquiridos, sino en el ¨²nico objetivo inteligible de la preparaci¨®n que reciben los bachilleres. Pero lo que no vale es calificar de 'elitismo' cualquier forma de valoraci¨®n o selecci¨®n entre esfuerzos desiguales. El verdadero elitismo perverso es el falso igualitarismo que hermana en una generosa mediocridad la pereza siempre respaldada por los pap¨¢s de los ni?os mimados con el esfuerzo de quienes se empe?an en mejorar la modestia de sus or¨ªgenes. Si ning¨²n derecho jer¨¢rquico se recibe en la cuna, tampoco el de ser bachiller superior o el de entrar como fuere en cualquier universidad... Confieso que miro con mucho recelo establecer distintos itinerarios en el ¨²ltimo tramo de la educaci¨®n obligatoria, porque puede suponer incitar al abandono temprano a los chicos con mayores problemas ambientales y servir de coartada no tanto a su incurable desmotivaci¨®n como a la apresurada renuncia de los adultos que debieron motivarles. Pero en cualquier caso, me rebelo contra que la ¨²nica forma de distinguir la excelencia sean las votaciones populares de Operaci¨®n Triunfo, con toda su estomagante parafernalia lacrimosa y sus ventajismos medi¨¢ticos. ?Va a ser ¨¦sa la ¨²nica 'rev¨¢lida' que cuente con el consenso de j¨®venes y adultos?
Pero quiz¨¢ lo primero sea preguntarse si de veras interesa fomentar educativamente la complejidad intelectual y la renovaci¨®n de las perspectivas problem¨¢ticas o preferimos atenernos al topicazo vacuo de uno u otro signo para no meternos en m¨¢s l¨ªos. Basta con ver lo que le ha ocurrido a Mikel Azurmendi por empe?arse en estudiar las cosas de la inmigraci¨®n personalmente y plantear sin remilgos temas que exigen debate, pero que por lo general se resuelven simplemente con ovaciones o anatemas. Enseguida ha pedido su cese el PSOE, que anda ¨²ltimamente sembrado en ideolog¨ªa y estrategia, apoyado por IU y por el partido que ha dado en el ¨²ltimo siglo mayor n¨²mero de autoridades en materia de xenofobia y racismo: el PNV. Sin embargo, la tierra sigue movi¨¦ndose, y si el multiculturalismo se entiende como el derecho a que coexistan en el mismo plano dentro de la democracia los criterios democr¨¢ticos y los que no lo son, el sistema se ir¨¢ corrompiendo m¨¢s y m¨¢s. Educar democr¨¢ticamente es formar futuros ciudadanos, es decir, futuros gobernantes. ?Nos ser¨¢ indiferente que crean en los derechos humanos o s¨®lo en los derechos masculinos, que veneren las monarqu¨ªas feudales o los sistemas parlamentarios, que respeten por igual las supersticiones y los criterios cient¨ªficos? Vivir en una sociedad igualitaria no quiere decir precisamente vivir en una sociedad en la que a todo el mundo le da todo igual. O elegimos y valoramos o cerramos las escuelas. El pa¨ªs que mira la televisi¨®n ve Operaci¨®n Triunfo, y los poquitos que miran hacia la educaci¨®n, ven m¨¢s bien acercarse la Operaci¨®n Fracaso.
Fernando Savater es profesor de filosof¨ªa de la Universidad Complutense.
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