Prodigios
A Isabel la Cat¨®lica quieren hacerla santa. Para eso deber¨¢ realizar primero un milagro, aunque sea curarle un saba?¨®n a cualquier acad¨¦mico de la Historia, porque pedirle que libere a la mayor¨ªa de los espa?oles de esa empanada mental que por su culpa se ha hecho con Espa?a, ser¨ªa demasiado prodigio. Fundadora de nuestra Inquisici¨®n, despu¨¦s de hacer llorar a Boabdil en Granada, carboniz¨® a innumerables herejes y si no los convirti¨® en jab¨®n fue porque esa reina no se lavaba. Interesada s¨®lo en bautizar infieles con taparrabos, llev¨® la fe hasta Am¨¦rica a trav¨¦s de mares nunca antes navegados y a cambio se trajo todo el oro que hab¨ªa all¨ª abriendo muchas fuentes de sangre con una espada todav¨ªa medieval mientras su marido Fernando levantaba la falda a sucesivas princesas con alegr¨ªa ya renacentista y posaba para el retrato que Maquiavelo estaba realizando del pr¨ªncipe moderno. Antes de trasladar a esta reina desde el pedestal al altar habr¨¢ que abrir su sepulcro para saber qu¨¦ contiene, como manda el canon. La historia no es m¨¢s que polvo de h¨¦roes y villanos, mezclado con excrementos de rata, que los pol¨ªticos convierten siempre en ideolog¨ªa adaptada a los intereses de cada momento. En el libro de firmas del sepulcro de Isabel la Cat¨®lica, Franco dej¨® escrito: 'Aqu¨ª donde empez¨® un imperio, con la promesa de otro'. ?No es un portento? A Marcelino Men¨¦ndez Pelayo tambi¨¦n quieren hacerlo santo. Este gran erudito gustaba de las se?oritas y llevaba siempre un botell¨ªn de co?¨¢ en el bolsillo de su desvencijada chaqueta, pero escribi¨® la Historia de los Heterodoxos y su milagro consiste en que gracias a la refutaci¨®n de sus doctrinas supimos que esas figuras fueron las m¨¢s excitantes, inteligentes, m¨¢gicas y extra?as de nuestra cultura, unas ahogadas bajo la caspa ib¨¦rica, otras abrasadas en la hoguera. Tanto Isabel la Cat¨®lica como Men¨¦ndez Pelayo han tardado siglos en conseguir que les pongan un cirio; en cambio Escriv¨¢ de Balaguer va a alcanzar la santidad, con asiento de tribuna en el para¨ªso, en menos tiempo que tarda la Audiencia en resolver un pleito de arrendamiento. De hecho ya fue un santo en vida y sus devotos se guardaban todo lo que de monse?or se desprend¨ªa. El dentista se quedaba con una muela, el peluquero con un mech¨®n de cabellos, el analista con un poco de sangre o de orina, un desguace que pronto entrar¨¢ en el mercado de reliquias. ?Habr¨¢ curado alg¨²n panadizo? Su prodigio ha sido pasar al famoso camello por el ojo de una aguja.
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