El agua de los conejos
Los peri¨®dicos publican tesoros que se valoran cuando desaparecen, pero se quedan mejor en la memoria que los grandes acontecimientos de los que viven las primeras p¨¢ginas. Son peque?as obras maestras que pacientes artesanos del alma de los diarios elaboran a lo largo de a?os hasta que son ya nuestra vida cotidiana. A los que vivimos pendientes de la letra impresa de las ma?anas nos suceden milagros con los que ya convivimos siempre, y esos milagros no est¨¢n en las solemnidades editoriales, en las entrevistas grandiosas o en la explosi¨®n de las pol¨¦micas, sino que se hallan casi siempre en el tesoro marginal que alguien cultiva como si estuviera poniendo agua sobre flores secretas.
Ahora que ha muerto Carlos Casares, los que le le¨ªamos como si le estuvi¨¦ramos oyendo sabemos que har¨¢n falta a?os y poetas para que crezca otra vez una sensibilidad igual, capaz de contar que lo que se olvida de lo que pasa es casi siempre lo ¨²nico que importa de todo lo que sucede. Estaba mirando siempre, y miraba para contarlo.
Le estoy viendo: con su mano derecha dentro del pantal¨®n, caminando lentamente por las calles de su tierra, parado ante un escaparate en el que ya no hay nada, la tienda se est¨¢ cerrando para siempre y all¨ª vend¨ªan antes un pan que ¨¦l oli¨® de ni?o. De pronto sigue caminando y mientras habla en su mente callada se fabrica el art¨ªculo que luego va a dictar a su diario y que al d¨ªa siguiente reproducir¨¢ para nosotros c¨®mo se abr¨ªa el pan para que oliera. Otro d¨ªa llega en moto a la cita diaria, y veraniega, con su amigo Torrente Ballester, el viejo escritor le saluda con la mano, como si le indicara que tiene prisa para empezar a hablar, y mientras baja el ¨ªndice hasta posarlo otra vez sobre el bast¨®n, el Carlos Casares que escucha las historias como si fuera un ni?o de escuela sabe que mientras se quita el casco y los guantes esa mano temblorosa del maestro le ha dado el comienzo de su pr¨®xima f¨¢bula, le escucha y va pensando en el tiempo que tarda una mano en hacer el gesto de bienvenida y por esa vereda de las cosas peque?as transitaban sus art¨ªculos y sus conversaciones.
Estaba pendiente de la vida, era la vida; una semana antes de morir dej¨® dicho que estaba padeciendo con dolor e impotencia la enfermedad s¨²bita de una perra que les hab¨ªa hecho felices, a ¨¦l y a su gente, y narraba con la sencillez respetuosa con que los amigos cuentan sus dramas que ya todo depend¨ªa del veterinario. Era una columna sencilla de amor cotidiano por los que fueron fieles, y no hab¨ªa en esa ternura de Casares ni un atisbo de cursiler¨ªa, el m¨¢s m¨ªnimo, transitaba por el dolor, y por la felicidad, con la inteligencia sutil que da el humor a los que saben que todo en la vida es radicalmente relativo. Le llam¨¦ ese d¨ªa, para verificar una an¨¦cdota de Cunqueiro, en el que ¨¦l era tambi¨¦n especialista, y le pregunt¨¦ de entrada por la perra: 'Muri¨®'. Y despu¨¦s del vac¨ªo que se hace en el aire cuando la vida es tan tajante como la muerte se lanz¨® a contar aquel suceso de don ?lvaro cuando se hizo a s¨ª mismo premio Mark Twain de novela, un galard¨®n que nunca existi¨®. Cuando dio por terminado el episodio me se?al¨® al o¨ªdo: 'Pero no cuentes ese detalle que te dije porque a¨²n eso no lo tengo contrastado'. Luego me dijo que hab¨ªa terminado una novela.
La Voz de Galicia era el diario gallego en el que publicaba. Hizo muchos libros, que fueron acogidos con la atenci¨®n cultural que tanto merecieron; tambi¨¦n fue un hombre que le dio a su tierra una energ¨ªa intelectual cuyo derroche no le hizo parecer cansado, y es cierto lo que dice Manuel Rivas: no era capaz de estar triste. Ese d¨ªa que le llam¨¦, la ¨²ltima vez, estaba un poco sombr¨ªo, pero se repuso enseguida porque ¨¦l quer¨ªa alrededor la felicidad necesaria para seguir conversando. Su ¨²ltimo art¨ªculo era una discusi¨®n sobre si los conejos beben agua, un tema que ¨¦l hab¨ªa convertido por unos d¨ªas en una preocupaci¨®n del margen donde habitaban sus columnas. Muchos de nosotros viv¨ªamos de saber sobre qu¨¦ cosas fijaba su vista; no se puede explicar muy bien c¨®mo le echamos de menos.
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