Flautistas o pollinos
El Bar?a se somete a un tratamiento intensivo de analg¨¦sicos para eliminar el dolor de cabeza que le levantaron los tamborileros del Liverpool. Tiene algunos s¨ªntomas de anemia: debilidad ocasional, propensi¨®n al desmayo, falta de hierro y, en fin, la piel transparente que distingue a los seres con mand¨ªbula de cristal. Dicen algunos entrenadores que las consignas generales terminan disolvi¨¦ndose en la tensi¨®n del Campeonato. De pronto los jugadores no saben muy bien qu¨¦ tecla deben tocar; dudan entre marcar en zona, relevar al central, tirar el fuera de juego, llamar al masajista, pedir aumento de sueldo o discutir con el ¨¢rbitro. En esos casos conviene hacerles dos ¨²nicas recomendaciones: que se muevan y que jueguen la pelota.
As¨ª, pues, localizado el problema, los futbolistas del Bar?a deben hacer un ejercicio de amnesia y convertirse en implacables funcionarios del m¨²sculo. ?sta es una noche para tipos de una pieza, gente capaz de hinchar las venas de la garganta, lustrar los galones y ponerse el mundo por montera. Puyol, Sergi y Luis Enrique forman parte de esa tribu.
Hoy se enfrentar¨¢n al Madrid, un voluble club de malabaristas que, seg¨²n fases de la luna, rachas de viento, movimientos burs¨¢tiles y otras influencias inaprensibles, puede parecer una orquesta o una murga. Atrapado en un ciclo de altibajos y mareas ofrece a los espectadores dos versiones opuestas de s¨ª mismo: o es flautista o es pollino. En los minutos m¨¢s inspirados, sus figuras convierten cualquier problema en un juego. Con su tobillo de goma, Zidane, por ejemplo, violenta musculaturas, acorta distancias, establece conexiones imprevisibles y provoca efectos inexplicables; demuestra, en suma, la transparencia de los cuerpos opacos. A su lado, Ra¨²l suele hacer algunas demostraciones asombrosas; su repertorio incluye el truco m¨¢s valorado en el mundo de los magos y los goleadores: la facultad de desaparecer y aparecer a voluntad. En la tensi¨®n del partido, cuando el ¨¢rea se electrifica, logra esconderse en cualquier parte: se escabulle por el agujero del topo, debajo de una moneda o, si se tercia, detr¨¢s del bander¨ªn de c¨®rner. Due?o de un olfato especial, interpreta mejor que nadie los aromas del juego, se esfuma en el centro del campo y aparece con el cuchillo entre los dientes en el punto de penalti.
Sin embargo, sus colegas suelen ponerse la piel de asno, y entonces el equipo se embota, se atranca, se desfigura y convierte cualquier tr¨¢mite en un problema.
La suerte ha querido que los remedios del Bar?a coincidan con los remedios del Madrid: para afianzar su cr¨¦dito, Zidane y compa?¨ªa deben olvidar sus deliquios rom¨¢nticos y ponerse el chaleco antibalas bajo la camiseta.
Si quieren dar el zarpazo del campe¨®n, ¨¦sta es la noche.
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