El miedo del poder
?Qui¨¦n habr¨ªa imaginado, hace tan s¨®lo un par de a?os, que la celebraci¨®n de una cumbre de altos mandatarios internacionales dejar¨ªa de ser un sue?o acariciado por toda ciudad con ansias de reconocimiento y proyecci¨®n internacional para convertirse en una aut¨¦ntica pesadilla? ?Una pesadilla para qui¨¦n? Pr¨¢cticamente para todos los directa o indirectamente implicados en el asunto. En primer lugar, para muchos ciudadanos, sometidos durante semanas a una psicosis colectiva de inseguridad, as¨ª como seriamente afectados en su libertad y capacidad de movimiento por unas medidas preventivas propias de un estado de sitio. Tambi¨¦n para el gobierno de la ciudad, invadido en sus competencias y, al mismo tiempo, obligado a resolver los problemas creados por las propias medidas de seguridad. Tambi¨¦n, incluso, para los te¨®ricos protagonistas del evento -jefes de Estado y de gobierno, ministros, consejeros, expertos de todo tipo-, degradados, de hecho, a figurantes de una dramaturgia y una escenograf¨ªa del miedo dise?adas y controladas por los responsables de seguridad.
?A qu¨¦ viene tanto miedo? ?No era Barcelona un oasis, un remanso de paz y convivencia en un mundo azotado por todo tipo de tempestades? ?Tenemos, sin saberlo, a Bin Laden entre nosotros? En fin, no se trata de frivolizar asuntos como la violencia y el terrorismo, pero est¨¢ claro que la cuesti¨®n no es ¨¦sta. El creciente miedo de los gobernantes europeos, y en general de los poderosos de este mundo, es del orden del que el gran Valdano definiera brillantemente como 'miedo esc¨¦nico'. Miedo, en este caso, a la escenificaci¨®n de la falta de credibilidad que entre amplios sectores de la poblaci¨®n, y en especial entre los m¨¢s j¨®venes, suscitan, en su conjunto, los l¨ªderes europeos y sus pol¨ªticas. Miedo a la reedici¨®n de una situaci¨®n en la que, como ya ha ocurrido en otros encuentros similares, el protagonismo medi¨¢tico se traslade del lugar oficial de reuni¨®n al espacio p¨²blico donde se expresa el rechazo a lo que se cuece privadamente, intramuros. Atenazado por el miedo, el poder no s¨®lo se atrinchera, sino que secuestra el espacio p¨²blico no para proponer un nuevo uso, sino simplemente para negarlo, para vaciarlo, en un vano intento de hacer invisibles e inaudibles los rostros y las voces discrepantes. Vaya paradoja. ?C¨®mo hacer cre¨ªble el avance hacia una constituci¨®n democr¨¢tica y una ciudadan¨ªa europea cuando los responsables de dirigir el proceso bloquean calles y avenidas, pretenden cerrar universidades, erigen murallas y barricadas alrededor de sus concilios para aislarse de la ciudadan¨ªa? Si alg¨²n progreso ha existido en la historia pol¨ªtica ¨¦ste siempre ha tenido que ver con la constituci¨®n y vitalidad de un espacio p¨²blico accesible a todos por igual, ricos y pobres, poderosos y humildes, lugar de encuentro y de disidencia, de fiesta y de rebeld¨ªa.
Un espacio p¨²blico que halla en la ciudad, y Barcelona ha sido en sus mejores momentos un buen ejemplo de ello, su escenario privilegiado. De hecho, sin espacio p¨²blico, sin dominio p¨²blico, no hay ni ciudad ni ciudadan¨ªa democr¨¢tica. Pero la construcci¨®n de Europa no parece ir por ah¨ª, ni en el interior de la Uni¨®n Europea ni mucho menos en su pol¨ªtica exterior. M¨¢s all¨¢ del establecimiento de un mercado y de una moneda ¨²nicos, el proceso de unificaci¨®n siempre ha arrojado un preocupante d¨¦ficit en todo lo relacionado con los derechos de ciudadan¨ªa y, con ello, en todo lo que implica una profundizaci¨®n del dominio p¨²blico. En el ¨¢mbito internacional, la ardorosa defensa por parte de los dirigentes europeos de la globalizaci¨®n econ¨®mica, del libre tr¨¢nsito mundial de mercanc¨ªas y flujos financieros, no encuentra correspondencia alguna en acciones pol¨ªtico-institucionales a favor de una globalizaci¨®n efectiva de la ciudadan¨ªa, de los derechos humanos, del mundo como espacio p¨²blico, compartido en igualdad de condiciones y, por tanto, potencialmente equilibrado. Ahora, este ya tradicional d¨¦ficit democr¨¢tico empieza a revelarse como una aut¨¦ntica alergia a la democracia. No se trata, claro, de un fen¨®meno espec¨ªficamente europeo, sino com¨²n a todas las grandes potencias. Tampoco es un fen¨®meno nuevo, aunque hoy se manifieste de forma m¨¢s espectacular. De hecho, los Aznar, Blair, Berlusconi y tantos otros se atienen al pie de la letra a las observaciones y los consejos que ya en 1949 formulara en un memor¨¢ndum interno del Departamento de Estado, con una sinceridad y claridad totalmente alejadas de la ret¨®rica oficial, el analista y diplom¨¢tico norteamericano George Kennan, uno de los grandes estrategas de la guerra fr¨ªa: 'Tenemos alrededor del 50% de la riqueza mundial, pero s¨®lo el 6,3% de la poblaci¨®n. (...) En esta situaci¨®n, no podemos dejar de ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra tarea real en el periodo que se abre ante nosotros es construir un sistema de relaciones que nos permita mantener esta disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional. Para conseguirlo, ser¨¢ preciso renunciar a todo sentimentalismo y a toda enso?aci¨®n' y, en especial, prosigue Kennan, 'dejar de lado objetivos irreales como los derechos humanos, el elevamiento de los niveles de vida o la democratizaci¨®n' a escala mundial. La diferencia entre 1949 y la actualidad es que, ahora, una buena parte de los europeos hemos vuelto a formar parte de ese n¨²cleo de privilegiados que vivimos a costa de la miseria del mundo. Lo cual no es ¨®bice para que otra buena parte de europeos, y de norteamericanos, sufran en sus carnes las mil miserias cotidianas de un modo de vida que, parafraseando a Oscar Wilde, atribuye un precio a cada cosa y a cada persona, pero ignora el valor de todas ellas. La dramaturgia que estos d¨ªas se ha escenificado en Barcelona no es la de una defensa de la democracia frente al terrorismo, sino justamente la del miedo del poder a la democracia, a los espacios abiertos, al sentido de lo p¨²blico, la del miedo a un escenario europeo y mundial, propiciado por ellos mismos, en el que la insatisfacci¨®n, la envidia y el resentimiento no dejan de crecer. En cierto modo, la miseria del mundo es, tambi¨¦n, la miseria del poder.
Pep Subir¨®s, es escritor y fil¨®sofo.
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