El fracaso de la perversi¨®n italiana
Por segundo a?o consecutivo ning¨²n equipo italiano ha sido capaz de alcanzar los cuartos de final de la Copa de Europa, humillaci¨®n intolerable en un pa¨ªs que acepta todo menos la derrota. O al rev¨¦s, un pa¨ªs que siempre excusa cualquier perversidad si conduce a la victoria. La primera perversi¨®n pasa por considerar que el juego no interesa cuando se busca el triunfo. En la medida que los equipos italianos se han alejado del nudo central -el juego, la vieja relaci¨®n del jugador con la pelota, el disfrute de lo sutil, lo espont¨¢neo y diverso que surge de los futbolistas frente a la militarizaci¨®n castradora- han sido v¨ªctimas de su obsesi¨®n por un pretendido cientifismo. Digamos que el error capital es el exceso de atenci¨®n a los detalles. ?Cu¨¢les son los detalles? La conversi¨®n de la pelota en un elemento ¨ªnfimo, despreciable, frente a valores como la estad¨ªstica, el c¨¢lculo de porcentajes, el sometimiento a la tiran¨ªa de unos entrenadores que han llevado al f¨²tbol italiano a la podredumbre. Ellos son los que desde?an el bal¨®n, los que privilegian el despliegue atl¨¦tico de forma desaforada, los que consideran el centro del campo como una zona a evitar para limitar riesgos, los que afirman que los partidos se ganan en las dos ¨¢reas y lo dem¨¢s no importa, los que pretenden vivir del pelotazo y la ganancia de rechaces -imbecilidad que hace alg¨²n tiempo conden¨® al f¨²tbol ingl¨¦s a sus peores a?os-, los que condenan a excelentes futbolistas a penar en un juego demencial, los que hablan de la velocidad como valor supremo del juego. ?Qu¨¦ velocidad? ?La de los gattusos, di livios y tomassis, convertidos en h¨¦roes por entrenadores y periodistas? ?La de unos jugadores que no salen de su estupor cuando se enfrentan a equipos que les esconden el bal¨®n? En la medida en que han avanzado hacia esa perversi¨®n, supuestamente dirigidos hacia la modernidad y la victoria, se han encontrado con la respuesta del f¨²tbol, que se ha defendido inesperadamente: recuperando los viejos valores del juego. En ese sentido, al f¨²tbol espa?ol le cabe el honor de la resistencia a los mensajes que llegaban desde Italia, a aquello que se denominaba resultadismo, falacia maliciosa que se ha quedado en nada. Basta observar a sus infalibles ap¨®stoles: fuera de la Copa de Europa por segundo a?o consecutivo.
Al f¨²tbol espa?ol le cabe el honor de haber actuado de dique. Se resisti¨® durante a?os a un mensaje que invadi¨® al mundo, al mensaje que llegaba desde Italia. Los equipos espa?oles prefirieron atender al legado de Cruyff y al de todos aquellos que cuestionaban la aparente supremac¨ªa del calcio. Lo han hecho con inteligencia y sin ingenuidad a trav¨¦s de un equilibrio donde lo t¨¢ctico es importante pero no exclusivo, donde los buenos jugadores son esenciales para jugar -en el t¨¦rmino estricto de la palabra-, donde el buen uso del bal¨®n determina una suerte de superioridad moral que merece trasladarse al resultado, donde la victoria se respeta en lo que vale, pero sale discutida, y hasta rechazada, si se avala por un f¨²tbol miserable, el f¨²tbol que inexplicablemente se proclama en un pa¨ªs que siempre ha entendido la belleza como un motor de vida y progreso. Por ah¨ª deber¨ªan comenzar sus quejas. Porque el cataclismo de sus equipos s¨®lo es la consecuencia de una mirada mezquina y perversa. De su fealdad.
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