Una nueva pareja urbana
La historia del paisito est¨¢ llena de parejas c¨¦lebres: la pareja de la Guardia Civil, la pareja de novios, el cargo p¨²blico y su escolta... Mayor Oreja y Redondo Terreros formaron, a efectos electorales, pareja art¨ªstica, y en cierto modo Arzalluz y su correspondiente lehendakari (hasta ahora s¨®lo var¨ªa uno de los elementos del binomio) son desde hace tiempo otra renombrada pareja. Pero las calles de Euskadi han dado lugar, de un tiempo a esta parte, a una pareja in¨¦dita, una pareja que va tomando fuerza y lleva camino de entrar por derecho propio en nuestra galer¨ªa colectiva de retratos costumbristas.
El hecho pudo ser pintoresco la primera vez, pero ya no sorprende a nadie: las calles atestiguan una y otra vez el aumento de ejemplares que configuran y refuerzan la nueva tipolog¨ªa. Es una nueva pareja que camina lentamente, sin prisa alguna, por el decorado de cart¨®n-piedra de nuestra realidad: son una anciana vasca y, a su lado, una mujer sudamericana de mediana edad.
Quiz¨¢s esta Semana Santa, en la que por razones familiares me he quedado en casa, el fen¨®meno se me ha hecho a¨²n m¨¢s visible, m¨¢s com¨²n a lo largo y ancho del desertizado paisaje urbano. La ancianita en cuesti¨®n se encuentra destruida por las implacables leyes de la biolog¨ªa y de la edad. Va en silla de ruedas, o se sostiene en un bast¨®n, o se aferra al humilde brazo latinoamericano para seguir en pie. La mujer de Suram¨¦rica tiene la piel cobriza, parece algo distra¨ªda, quiz¨¢s piensa en regularizar sus papeles o en esa familia numerosa que dej¨® al otro lado del Atl¨¢ntico y a la que env¨ªa dinero con regularidad.
La pareja me inspira ternura, casi piedad. Pienso que en ning¨²n caso se trata de seres afortunados. Un buen poder adquisitivo permite a la familia vasca desprenderse de la tutela de la abuela, financiarle una inmigrante que se ocupe de sus paseos, de sus siestas, de sus cacas. Y mientras la abuela se aburre en la terraza, o merienda el taz¨®n de leche con galletas, sus nietos disfrutan del tiempo de ocio en las costas del sur, o prueban motos de agua, o cursan masters en Norteam¨¦rica. La suramericana, por su parte, dispone por fin de un sueldo en euros, un sueldo que env¨ªa a su familia, un sueldo que puede parecerle exorbitante, quiz¨¢s sin darse cuenta de que, en este pa¨ªs en que ahora vive, un salario como el suyo resultar¨ªa insultante a cualquiera de sus nuevos conciudadanos.
Los europeos hemos interiorizado en cuesti¨®n de un par de generaciones los modos y las costumbres de la familia anglosajona, de la familia anglosajona m¨¢s acomodada, m¨¢s cruel (en tanto que atareada y sin tiempo para los viejos, la familia se ha convertido en algo muy cruel). Ahora contamos, adem¨¢s, con mano de obra barata que suplica recibir algunas migajas de nuestra prosperidad. Gracias a su apremiante necesidad nosotros obramos con ventaja y podemos deshacernos de los trabajos m¨¢s ingratos. Hay miles, decenas de miles de mujeres latinoamericanas dispuestas a cuidar a nuestros ancianos por un sueldo que nosotros, ni en el paro, estar¨ªamos dispuestos a aceptar. Adem¨¢s, la vieja y la inmigrante hablan el mismo idioma. Y posiblemente las dos son muy religiosas y pueden ir juntas a misa. ?Qu¨¦ m¨¢s se puede pedir para descargar nuestras conciencias, para liberar al mismo tiempo nuestra agenda personal?
Las gentes con buen poder adquisitivo tienen un concepto de la vida m¨¢s bien conservador (uno se hace conservador a medida que tiene cosas que conservar) de modo que, muy posiblemente, los hijos de la anciana, los que delegan el cuidado de sus padres porque viven ya en un chalet del extrarradio, y trabajan demasiado entre semana, y financian a los chicos colegios extranjeros, y se van de vacaciones cada uno por su lado, tienen ahora tiempo (ahora que han concertado entre la anciana y la inmigrante una pareja de hecho) para ahormar su discurso pol¨ªtico y adecuarlo al sentido de los tiempos: ahora pueden, por ejemplo, hablar de las grandes virtudes de la familia y hablar al mismo tiempo de los grandes peligros que nos va a traer la inmigraci¨®n.
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