El obsceno p¨¢jaro del poder
Tal vez de la decisi¨®n del jurado de este V Premio Alfaguara de Novela 2002, presidido por Jorge Sempr¨²n e integrado, entre otros lectores juiciosos, por Carlos Monsiv¨¢is y N¨¦lida Pi?¨®n, a quien por cierto se lisonjea con razones sobradas en la p¨¢gina 55 de la propia novela, salgan beneficiadas ambas partes. En estos tiempos de premiados prematuros y exagerados ruidos para tan escasas nueces, la editorial parece afianzar la solidez de su premio enriqueciendo su cat¨¢logo con un autor que a¨²na buenas ventas y ganado prestigio; de otro lado, el argentino Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez (Tucum¨¢n, 1934), a caballo entre el periodismo y la literatura, popular¨ªsimo por sus dos novelas poco menos que legendarias en torno a dos mitos de la Argentina contempor¨¢nea, La novela de Per¨®n (1985) y Santa Evita (1995), y traducido hasta la saciedad, estar¨¢ en disposici¨®n de ganarse un poco m¨¢s la fidelidad de nuestros lectores.
EL VUELO DE LA REINA
Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez Alfaguara. Madrid, 2002 297 p¨¢ginas. 17,95 euros
La fuerza del libro reside en la habilidad con que la ficci¨®n novelesca se sirve de situaciones reales para generar una sensaci¨®n de veracidad
El pasado 25 de marzo, publicaba el autor su F¨¢bula de la cigarra y las hormigas en las p¨¢ginas de opini¨®n de este mismo diario, haci¨¦ndonos part¨ªcipes de la impotencia o de la inoperancia del presidente Duhalde, incapaz de evitar que algunas familias se repartan las basuras de un McDonald's para subsistir, dibujando un clima a la vez de negligencia y de corrupci¨®n del que son responsables la clase pol¨ªtica y sus desafueros, retratados una y otros desde los aleda?os del poder, desde la prensa, con precisi¨®n de reportaje y parecida vena sat¨ªrica a la que ya corr¨ªa por las p¨¢ginas de Santa Evita, en El vuelo de la reina. Eloy Mart¨ªnez construye su f¨¢bula sobre la soberbia, la tiran¨ªa del poder y el derrumbamiento moral de Argentina en torno a la figura de G. M. Camargo, el endiosado director del prestigioso Diario de Buenos Aires, un viejo zorro de la prensa, lujurioso, admirador de Mitchum y de W. G. Sebald o Ishiguro, voyeur y sesent¨®n chulesco de gemelos y camisa blanca almidonada, a un tiempo dispuesto a ventilar el tr¨¢fico de armamento en el que andan metidos el presidente, su hijo y un pu?ado de senadores, y a ejercer su poder tambi¨¦n sobre los sentimientos de Reina Remis, la joven y displicente redactora con la que Camargo quiso ejercer de Pigmali¨®n y que enciende en ¨¦l una absurda pasi¨®n que se agota en su propio orgullo.
En esta novela trufada de gui-
?os, no es de extra?ar que el boss Camargo se nos antoje muy pr¨®ximo a aquellos dictadores de novela que han seguido la estirpe del Tirano Banderas de Valle-Incl¨¢n (de hecho, sus iniciales G. M. esconden su significativo nombre de pila, Gregorio Magno Pont¨ªfice), individuos devorados por su propio poder que acaban destruyendo lo que jam¨¢s podr¨¢n conseguir: Camargo arruin¨® su matrimonio con Brenda y sus celos desquiciados lo llevan a dispararle dos tiros a Reina, en una escena ralentizada y bajo el sol que a m¨¢s de un lector le traer¨¢ a la memoria la de Meursault matando al ¨¢rabe en El extranjero, de Camus. En forma de mise en abime, la tragedia del protagonista ya se prefiguraba en el relato de c¨®mo Pimenta Neves, el director de un diario de S?o Paulo, tambi¨¦n asesina de dos balazos a su amante renuente. Periodistas lameculos del poder como Enzo Maestro o chivos expiatorios como el suicida senador Valenti dan pie a que se crucen reflexiones en torno al desmoronamiento de una Argentina 'que estaba enferma hasta los huesos' (pagina 30), a su idiosincrasia y a los entresijos del poder, si bien en realidad la fuerza de la novela reside en la habilidad con la que la ficci¨®n novelesca se sirve de datos y situaciones reales para generar una sensaci¨®n de veracidad cercana al reportaje, de tal modo que subvierte los t¨¦rminos del nuevo periodismo, vuelto aqu¨ª del rev¨¦s por cuanto no es la cr¨®nica la que se vuelve novela, ni es la persona la que adquiere el rango de personaje, sino la novela la que alcanza a leerse como reportaje biogr¨¢fico, y el personaje de Camargo el que adquiere la entidad de la persona que nunca ha sido sino en la imaginaci¨®n de su autor, como si su tragedia con Reina Remis la hubi¨¦semos le¨ªdo, por entregas, en el color¨ªn del Diario de Buenos Aires. Eloy Mart¨ªnez juega bien sus cartas a la hora de aproximarnos a la figura de Camargo concedi¨¦ndole carta de naturaleza como hipot¨¦tico ciudadano de la convulsa Argentina de nuestros d¨ªas: contamina la voz del narrador con la del protagonista por medio del estilo indirecto libre y el empleo de la segunda persona monol¨®gica; intercala fragmentos de reportajes publicados por Camargo; exacerba los detalles, a la manera de Mailer o de Wolfe, que se dir¨ªan extra¨ªdos del cahier de notes de un reportero, a?adiendo una nota final que nos advierte que cualquier parecido de los personajes con la realidad es mera coincidencia, disuadiendo al lector de toda interpretaci¨®n del relato como roman ¨¤ clef (cuando sabido es que lo mejor de la tentaci¨®n es dejarse caer en ella).
Habr¨¢, como siempre, quie
nes elijan echarle en falta a la novela lo que la novela no pretende, reprocharle que coquetea con el melodrama o que algunas apostillas culturalistas ('las noticias empezaron a repetirse como un canon de Bach', p¨¢gina 24, por ejemplo) est¨¢n de m¨¢s. Otros, en cambio, preferimos constatar que no hay aqu¨ª trampa ni cart¨®n, que no se desperdicia ni un ¨¢pice de la p¨®lvora novelesca en meras salvas de lucimiento, que si acaso le sobra oficio y, en fin, que esta historia un punto histri¨®nica resulta ser una cr¨®nica tan asombrosamente novelesca que no se dir¨ªa ficticia.
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