Carteristas
En Madrid le robaron la bufanda a Tom, el teclado a Susi, la cantimplora a Junior, los billetes de avi¨®n a Tremp. Soy tan ordenada que guardo los detalles en mi ordenador: mientras Gloria visitaba el Guernica y Florence los servicios, los carteristas se llevaron las gafas de Gloria y la pomada de Florence. A¨²n fue m¨¢s r¨¢pido lo de Bush y Powell: cuando terminaron de besarse, les faltaba el malet¨ªn con el l¨¢tigo de Powell y las esposas de Bush. Esto sucedi¨® en las Vistillas, donde Tony se qued¨® sin pitillera, Peter sin corbata y Charly sin pasaporte. A Deborah, que iba descalza en la procesi¨®n de Medinaceli, le quitaron los leotardos. En Las Ventas se apoderaron del abanico de Nancy y de la chequera de Jack. Entre dos estaciones de metro, Clinton sinti¨® cosquillas, crey¨® que era pis, y salio del vag¨®n en calzoncillos. Algo parecido a lo de Rita, que perdi¨® el ba?ador mientras tomaba el sol en la piscina del hotel. Alega que estaba so?ando.
?Monipodio en Madrid? Me dicen que estos cacos son generosos y devuelven parte de lo que roban. Ni documentos ni dinero ni joyas. Pero entregan con un saluda la ropa ¨ªntima de mujer en un motel de la Casa de Campo. Hay que preguntar por uno que da masajes y rudimentos de cocina. A Winona le gust¨® que fuera partidario de la meditaci¨®n trascendental y en el contacto perdi¨® el anillo de casada. Afirma que limpiando el pescado, pero su marido tramita ya el divorcio.
Con estos antecedentes en mi ordenador port¨¢til, vuelo a la patria de los bandoleros rom¨¢nticos. Llevo grabadora, m¨®vil y preservativos para curarme en salud. No descansar¨¦ hasta encontrar el cuartel general de los ratas, desde Navacerrada hasta el Rastro los buscar¨¦ a pecho descubierto porque coleccionan sujetadores. Con la navaja en la boca y el coraz¨®n en la liga, vengar¨¦ a mis paisanos. Mi bisabuelo Frank, que luch¨® con las Brigadas Internacionales y se qued¨® sin piernas en el Campo del Moro, se enorgullecer¨¢ de m¨ª. Madrid, te lo aviso, quiero tener en mi disco duro a quienes dejan a los japoneses sin Polaroid. Dec¨ªa mi madre, de confesi¨®n mormona, que lo importante no es abrir la boca, sino aprender a cerrarla. Llegu¨¦ a Barajas y a nadie se le ocurri¨® atracarme con tanto taxi libre. Pero en la ciudad pas¨® de todo: en Cuchilleros me robaron la cartera de piel; en Preciados, el monedero de pl¨¢stico; en Ant¨®n Mart¨ªn, los pendientes de bisuter¨ªa, y en Neptuno, una gorra del Atleti. Record¨¦ lo que dec¨ªa mi madre: siempre hay oportunidad de abrir la boca. Yo la ten¨ªa desencajada del pasmo, ni me hab¨ªa enterado de sus manejos conmigo. Decid¨ª darme tiempo para pillarlos, y son tan galantes que no se hicieron esperar: a la puerta del Retiro me dejaron sin sortija, y en el estanque, sin reloj. Voce¨¦ en la grabadora: 'Dispongo de pruebas', y me qued¨¦ sin aliento cuando la vi desaparecer de mi mano. Enrabietada, agarr¨¦ el m¨®vil y al tercer n¨²mero tecleaba al aire.
La mormona de mi madre dec¨ªa a mi padre: en boca cerrada, no metes. Avis¨¦ a la comisar¨ªa desde el tel¨¦fono del hotel, que por ser armatoste es m¨¢s dif¨ªcil de desplazar. Dije que sab¨ªa de memoria la cara de mis ladrones. En ese instante la comunicaci¨®n se cort¨® y abrieron mi puerta. El mismo que me afan¨® el m¨®vil me lo restitu¨ªa. Un detalle de atenci¨®n al turista que no era gratuito: su jefe, el ilustre Luis Candelas, quer¨ªa conocerme. Ya dijo don Lucas Mallada que Espa?a es un presidio suelto. Soy m¨¢s calculadora que una Canon, por lo que fui a la entrevista con el ordenador y los preservativos. Tard¨® nuestra limusina en cruzar la Castellana m¨¢s que la diligencia desde Rota a Madrid. Para distraerme en los atascos de tr¨¢fico no abr¨ª el ordenador, pero s¨ª los preservativos. De modo que entr¨¦ en el despacho de Luis Candelas como si saliera de la ducha.
Es un entresuelo de trescientos metros cuadrados en la Puerta del Sol. Me hab¨ªa figurado a Luis Candelas con capa y antifaz, pero viste de tuno y canta como Armando Manzanero. Ante el jefe de los ladrones me quej¨¦ del trato dado a mis compatriotas, le¨ª en el ordenador los nombres de las v¨ªctimas y expuse mi caso: en mi primer d¨ªa de turista, ocho robos. Vencida por el llanto, saqu¨¦ el m¨®vil:
-Mr. Candelas -murmur¨¦-, voy a denunciarlo.
Con urgencia me facilit¨® los tel¨¦fonos de todas las polic¨ªas nacionales, municipales y auton¨®micas. No le mov¨ªa la arrogancia, sino el af¨¢n de ser reconocido. Y expresaba su frustraci¨®n en un bolero dedicado a las fuerzas del orden:
-M¨ªrame, m¨ªrame mucho -dec¨ªa el estribillo-. Ya no s¨¦ qu¨¦ hacer para que me mires.
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