Al¨®, presidente
La ca¨ªda del presidente Hugo Ch¨¢vez y su restituci¨®n tras los dram¨¢ticos sucesos que vivi¨® recientemente Venezuela ponen de relieve una serie de circunstancias a las que en adelante habr¨¢ que prestar atenci¨®n, porque en Am¨¦rica Latina, ya sabemos, pesan mucho los precedentes, dado que vivimos en una bulliciosa vecindad pol¨ªtica en la que abundan los contagios.
En primer lugar, y por mucho que la acumulaci¨®n de arbitrariedades y desplantes del propio Ch¨¢vez haya dividido gravemente a su pa¨ªs -divisi¨®n que no habr¨¢ de cesar de manera m¨¢gica con su regreso al poder- no hay duda de que un sector de la c¨²pula militar fragu¨® en su contra un verdadero golpe de Estado. Ten¨ªamos tiempos de no ver a los altos mandos castrenses convertidos en ¨¢rbitros pol¨ªticos, con lo que resucita un peligroso fantasma del pasado.
Si es cierto que con su ret¨®rica pirot¨¦cnica y sus experimentos populistas obsoletos Ch¨¢vez ha venido malversando el apoyo popular abrumador de que goz¨® al principio, quien debe determinar si ese apoyo ya no es mayoritario son los mismos ciudadanos en las urnas, y no la casta militar. El golpe de Estado ni siquiera abri¨®, al principio, una sucesi¨®n constitucional, sino que oper¨® bajo el nombramiento de dedo de un presidente de facto, mientras las instituciones constitucionales eran canceladas de un solo plumazo, en contra de la Carta Democr¨¢tica de la OEA, firmada en Lima apenas el a?o anterior.
Ch¨¢vez, sin embargo, prob¨® una amarga cucharada de su propia medicina. Se erigi¨® en un l¨ªder de incontrastable fuerza y carisma, gracias a que en el pasado encabez¨®, desde los rangos subalternos del Ej¨¦rcito, una rebeli¨®n en contra de un Gobierno que era tambi¨¦n constitucional, aunque carcomido por un sistema pol¨ªtico ya agotado. Pero fue un golpe de Estado el suyo, aunque fracasado, y entonces corri¨® sangre porque quiso aquella vez entrar a balazos al palacio de Miraflores antes de que lo llevaran all¨ª los votos. Ahora, otra vez volvi¨® a correr la sangre porque una multitud adversa quiso sacarlo de ese mismo palacio, mientras otros miles acud¨ªan a defenderlo. Algo que hasta un ciego puede ver es que la sociedad venezolana est¨¢ peligrosamente dividida, y enconada.
No hay duda de que Ch¨¢vez tiene fuerza entre los m¨¢s humildes, que han jugado un papel decisivo para su regreso al poder. Son los permanentemente derrotados por los sistemas pol¨ªticos que no terminan de resolver los problemas de la marginaci¨®n y repiten, como en un espejo infinito, los actos de corrupci¨®n que siempre degradan y empobrecen a¨²n m¨¢s a nuestros pa¨ªses. Y en ese sentido, triste paradoja, el Gobierno populista de Ch¨¢vez tampoco es una excepci¨®n, por mucho que hable a favor de los menesterosos y les prometa en sus largos discursos el para¨ªso, junto con bicicletas y m¨¢quinas de coser.
Hace un par de a?os, cuando fui invitado a hablar a un seminario en Maracaibo, organizado por la Universidad del Zulia, en otro de los salones del mismo hotel se reun¨ªan brigadas chavistas de barrio, todos los militantes luciendo, orgullosos, boinas rojas pobremente confeccionadas, en imitaci¨®n de su h¨¦roe. Son los mismos que a la hora del golpe acudieron en su auxilio. En ese mundo marginal, de adhesiones desde abajo, los imposibles y los absurdos, las quimeras pervertidas por el mesianismo, son reales, y despiertan esperanzas. Pero para que un pa¨ªs pueda ser gobernado en paz en estos tiempos de prueba de la democracia son imprescindibles los consensos. No se puede asegurar la paz con amenazas de lanzar a un sector de la sociedad contra otro ni, peor, organizando a los partidarios m¨¢s ac¨¦rrimos en comit¨¦s de defensa de la revoluci¨®n bolivariana, o como quiera que se llamen, ni declarando la guerra a los medios de comunicaci¨®n.
Si Ch¨¢vez no var¨ªa radicalmente su rumbo hacia la conciliaci¨®n y la apertura, la tolerancia y la b¨²squeda de consenso, habr¨¢ convertido su regreso triunfal al poder nada m¨¢s que en un episodio transitorio, y peores males sobrevendr¨¢n a Venezuela pasado ma?ana, o cualquiera d¨ªa. El peor experimento que puede intentarse desde el poder, y ¨¦l mismo tiene ya pruebas suficientes, es utilizar los votos para erigirse en figura autoritaria, no importa cu¨¢n pintoresca esa figura sea.
Y no s¨®lo la sociedad venezolana est¨¢ confrontada y dividida, sino tambi¨¦n el Ej¨¦rcito, como el intento de golpe lo ha probado. Ch¨¢vez tiene ahora que colocarse a la cabeza de las Fuerzas Armadas de Venezuela en su car¨¢cter de presidente constitucional, como l¨ªder civil, y no como una figura militar subalterna que busca mandar, como militar, sobre los estamentos superiores de un ej¨¦rcito de dilatada tradici¨®n en sus sistemas de rangos y ascensos.
En otra de mis visitas a Venezuela, que coincidi¨® con una de las celebraciones rituales del Ej¨¦rcito, me result¨® pat¨¦tico ver desde la pantalla del televisor a Ch¨¢vez, en la tribuna de honor, vestido en uniforme de gala con todos sus arreos, bandas, medallas y entorchados, bajo un quepis tambi¨¦n muy bien decorado. Se me pareci¨® a P¨¦rez Jim¨¦nez en sus mejores tiempos. Pero la imagen no se completaba all¨ª. Lo rodeaban generales, mariscales, almirantes, con insignias de rangos superiores al suyo de teniente coronel, adem¨¢s, retirado. No era, por supuesto, el presidente Ricardo Lagos de Chile, por ejemplo, presidiendo, como mandatario civil, una ceremonia militar.
Cuando en las ¨²ltimas semanas los oficiales activos, de rangos medios y altos, empezaron a sumar sus protestas p¨²blicas en contra de Ch¨¢vez, y ya por ¨²ltimo exigi¨¦ndole renunciar, ten¨ªa poca autoridad para callarlos. ?l mismo hab¨ªa minado la neutralidad pol¨ªtica del Ej¨¦rcito con su propio intento de golpe en el pasado, y con las constantes manipulaciones pol¨ªticas dentro de sus filas una vez en el poder.
Y si Ch¨¢vez quiere ahora concordia, deber¨¢ pensar dos veces antes de continuar con su man¨ªa de imponer sus largas peroratas por la radio y la televisi¨®n, que, para su mal, considera m¨¢s atractivas que las telenovelas o que los finales de los campeonatos de b¨¦isbol. Se gana infinitos enemigos gratuitos quien ordena sacar de programa un cap¨ªtulo crucial de Betty la fea para meter un discurso atiborrado de ditirambos y met¨¢foras empalagosas.
En fin, los golpistas nunca son confiables para la democracia. No fue bueno el intento de golpe de Estado que hizo popular a Ch¨¢vez, ni tampoco este ¨²ltimo en contra suya. Teng¨¢moslo en cuenta, y que lo tengan en cuenta los ej¨¦rcitos para que sepan permanecer dentro de sus cuarteles.
Sergio Ram¨ªrez, escritor, fue vicepresidente de Nicaragua.
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