La novela ha muerto, viva la novela
La proclamaci¨®n de la muerte de la novela ha llegado a volverse un lugar com¨²n de tanto desprestigio como aquel otro de la muerte de la historia. Los enterradores de la novela ven en ella un g¨¦nero caduco que tuvo oficio social mientras fue capaz de contar por s¨ª sola la Historia p¨²blica; pero, una vez establecidos a partir del siglo XIX los recursos narrativos de la modernidad -fotograf¨ªa, cine, televisi¨®n-, ese oficio termina, tomando en cuenta que si antes sustitu¨ªa a la sociolog¨ªa, la antropolog¨ªa, la demograf¨ªa y las ciencias sociales que llegaron a ganar espacios despu¨¦s, sus funerales no pod¨ªan sino consumarse.
La novela empez¨® a contar en Am¨¦rica Latina la Historia p¨²blica despu¨¦s de las guerras de independencia, inventando una tradici¨®n de modernidad de manera bastante tard¨ªa. Es un g¨¦nero literario entre nosotros ecum¨¦nico, que naci¨® con la epopeya y se cri¨® en los paisajes sin fin de la geograf¨ªa, y en los grandes escenarios de los cataclismos pol¨ªticos. Desde entonces, Historia p¨²blica y novela pasaron a correr una suerte com¨²n que, entrado el siglo XXI, est¨¢ lejos de resolverse en muerte para cualquiera de las dos. Ni muere la historia ni muere la novela, en la medida en que ambas se alimentan de una condici¨®n cambiante en la que predomina el asombro. Y es m¨¢s. No hay manera de contar historias privadas sin tener en cuenta la Historia p¨²blica, no simplemente como un tel¨®n de fondo, sino como una hebra maestra de la trama. El rumor de pasos de una protesta ciudadana, en el m¨¢s inocente de los casos; el olor de podredumbre de la corrupci¨®n, o el fragor de la batalla cuando el pueblo levanta barricadas para derrocar a un tirano, igual que en La educaci¨®n sentimental, de Flaubert, una trama de amores y ambiciones que se da de bruces con la Historia p¨²blica, escrita en tiempos en que nadie osaba amenazar de muerte a la novela.
Adelanto estas reflexiones para saludar con alegr¨ªa la concesi¨®n del Premio Alfaguara de este a?o al escritor argentino Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez por su novela El vuelo de la reina, porque entre los novelistas latinoamericanos hay muy pocos, como ¨¦l, que hayan podido tejer esa urdimbre entre Historia p¨²blica e historia privada, hasta el punto de borrar las fronteras entre una y otra, en un juego mutuo de espejos. No creo que haya mejor ejemplo a citar en este sentido que dos de sus novelas, que de alguna manera se complementan para contarnos la historia contempor¨¢nea de Argentina, La novela de Per¨®n, y Santa Evita.
Dice el propio Tom¨¢s Eloy que Argentina quiso siempre ser un pa¨ªs europeo, y es algo que est¨¢ a la vista, sobre todo en estos tiempos de cat¨¢strofe. 'Un pa¨ªs europeo, racional, civilizado', agrega Carlos Fuentes. Semejante visi¨®n, que nace de ese manual de filosof¨ªa de nuestras ambiciones de identidad cultural que es Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, se extendi¨® por todo el continente, y los latinoamericanos empezamos a so?ar, a la vez, que muchas de nuestras llamadas rep¨²blicas bananeras deb¨ªan ser como Argentina: fragua de razas, granero del mundo, cuna de la nueva civilizaci¨®n, seg¨²n Rub¨¦n Dar¨ªo en su Canto a la Argentina, y tal como aprend¨ª m¨¢s tarde en Nicaragua, porque los libros de lectura de la escuela primaria, bajo el sello de la editorial Kapelusz, ven¨ªan de la Argentina.
Pero luego aprendimos tambi¨¦n, y Tom¨¢s Eloy ha sabido mostrarlo muy bien en sus novelas, que gracias a nuestro juego letal de correspondencias Argentina era tambi¨¦n una rep¨²blica bananera. Si no, nunca se pudo haber dado all¨¢ una historia como la de Isabel Mart¨ªnez, una bailarina de batacl¨¢n recogida por el general Per¨®n en un s¨®rdido cabaret de Panam¨¢ durante las vueltas de su exilio, para encumbrarla m¨¢s tarde como su sucesora en la Casa Rosada, donde cont¨®, para mejor gobernar, con el auxilio de L¨®pez Rega, un oscuro bur¨®crata que se convirti¨® en el poder detr¨¢s del trono gracias a su prestigio en las artes de la brujer¨ªa, a la compra de pol¨ªticos y a que jefeaba una banda de asesinos para eliminar a sus enemigos. En estos t¨¦rminos, Buenos Aires ven¨ªa a ser desde entonces como Managua.
La met¨¢fora m¨¢s espl¨¦ndida, sin embargo, que Tom¨¢s Eloy ha escrito es Santa Evita. La Historia p¨²blica nunca tuvo tanto relieve de mito como en esta mujer en la que todo el mundo ha visto el personaje incomparable para una novela, una ¨®pera, un musical, una pel¨ªcula. Pero la Eva Per¨®n que Tom¨¢s Eloy consigue en Santa Evita es la que quedar¨¢ para la historia como la verdadera, como la que realmente existi¨®. Y ¨¦ste es el gran poder que la novela sigue teniendo en Am¨¦rica Latina, el de sustituir con creces a la realidad y volverse ella misma la realidad. La historia de Eva Per¨®n es la que siempre querremos o¨ªr, o ver, representada a domicilio. La humilde muchacha provinciana que arriesga todo por llegar a la capital para conquistar fama como artista termina casada con el poder, y muere en la c¨²spide de ese poder, una telenovela sin final feliz, m¨¢s que el de la adoraci¨®n popular al recuerdo de sus bondades, y las intrigas, novelescas en la novela y en la vida real, que rodean su cad¨¢ver embalsamado.
En El vuelo de la reina, su novela reci¨¦n premiada, Tom¨¢s Eloy est¨¢ regresando de nuevo a la Historia p¨²blica, seg¨²n su propio recuento. Se trata de una historia de amor, nos adelanta. Pero detr¨¢s, dice, o encima, digo yo, est¨¢ el peso de la corrupci¨®n de quienes mandan, las traiciones del poder. Buenos Aires, otra vez como Managua. Los m¨²ltiples contagios de las enfermedades vergonzosas que han puesto en cuarentena los palacios presidenciales. Otra vez la Historia p¨²blica en mezcla con las historias privadas. Por tanto, sepamos que la novela capaz de contarlo todo siempre estar¨¢ all¨ª, y que los novelistas seguir¨¢n haciendo el papel de los historiadores, como es el caso de Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez.
La novela ha muerto, viva la novela.
Sergio Ram¨ªrez, escritor, fue vicepresidente de Nicaragua.
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