La degradaci¨®n democr¨¢tica
EL MITO de la seguridad crece como coartada para no afrontar la crisis de lo pol¨ªtico. Desde la noche electoral francesa, derecha e izquierda se agarran a este fetiche. Porque es m¨¢s c¨®modo que preguntarse: ?Por qu¨¦ los partidos de gobierno pierden cinco millones de votos -tres y medio la derecha, uno y medio la izquierda? ?Por qu¨¦ Francia confirma lo que ya anunciaron antes Austria, Italia, Holanda, B¨¦lgica, Dinamarca, el descr¨¦dito de la pol¨ªtica institucional y el desplazamiento hacia el comunitarismo ¨¦tnico? La derecha sigue por la pendiente del discurso de la 'tolerancia cero' y de la mano dura, que tan buenos frutos ha dado a Aznar, ejemplo en el que se miran los pol¨ªticos conservadores europeos. La izquierda, al ver c¨®mo por toda Europa se le mueve el suelo en el que cre¨ªa estar firmemente asentada, puede f¨¢cilmente caer en la tentaci¨®n de asumir tanto los t¨®picos de las 'sirenas contestatarias' (como dec¨ªa Wievorka) como el discurso de la intransigencia, en puro mimetismo de la derecha.
Desde el 11-S, la seguridad ha suplantado a la doctrina de los derechos humanos en la ideolog¨ªa de Estados Unidos. S¨®lo que donde los norteamericanos ponen Al Qaeda algunos gobernantes europeos, encabezados por Aznar, colocan a la inmigraci¨®n como fuente de la delincuencia callejera. De modo que el fetiche de la seguridad sirve para se?alar -y separar- al otro. Es un modo soterrado de desarrollar el discurso lepenista de la 'preferencia nacional'.
La angustia de ciertos sectores sociales ante el tir¨®n del bolso no es m¨¢s que la cristalizaci¨®n de inseguridades y temores mucho m¨¢s profundos. En Francia, el n¨²mero de delitos de sangre permanece estable desde hace m¨¢s de veinte a?os, y los delitos callejeros hab¨ªan bajado un 5% en los ¨²ltimos meses. El centro del problema est¨¢ en otra parte: en el desamparo en que la ciudadan¨ªa se siente al ver en peligro la amplia protecci¨®n social de que goza y a la que tiene derecho; en el desasosiego de las nuevas generaciones, que ya no pueden decir como sus padres que viv¨ªan mucho mejor que las anteriores; en la p¨¦rdida de los referentes culturales que estructuraban sus vidas que se desvanecen sin saber muy bien d¨®nde est¨¢n los recambios; en el descubrimiento de que ni siquiera Francia es lo que era y que no est¨¢ muy claro qui¨¦n defiende los intereses generales en esta Europa que sigue siendo por encima de todo un mercado; en la sensaci¨®n de que los peligros se hacen globales y no se sabe por d¨®nde pueden caer. Es todo esto lo que se proyecta contra el inmigrante y contra el chaval que roba la cartera o el tel¨¦fono m¨®vil. Y son estas inseguridades -no todo el mundo tiene los recursos y potencialidades para lanzarse a tumba abierta a una lucha por el triunfo personal sin red, como exige la ideolog¨ªa dominante- las que hacen que la gente, a la vista de que ya nadie ofrece alternativas, se entregue en manos del populismo y del nacionalismo.
El euro parec¨ªa pasar impunemente: ah¨ª est¨¢n las resacas. La globalizaci¨®n ha metido al mundo por la v¨ªa totalitaria del 'todo es posible' y naturalmente ahora se pagan las consecuencias. Es una crisis de cambio, la segunda gran transformaci¨®n, dicen algunos, que como todas ellas pasa por un desajuste en el equilibrio precario entre capitalismo y democracia. ?ste -y el descr¨¦dito de la clase pol¨ªtica- es probablemente el ¨²nico puntos en com¨²n entre esta crisis y la de los a?os treinta. Por lo que quiz¨¢ es m¨¢s importante fijarnos en las diferencias: el bienestar de la ciudadan¨ªa es indudablemente mayor, aunque la aparici¨®n de bolsas de tercer mundo en el primero provoca angustia y desconcierto, pero sobre todo -y felizmente- en este momento no hay grandes promesas de absoluto que arrastren a las masas -ya fuera en nombre de Dios, de la clase, de la raza o de la historia-, con lo cual no es el totalitarismo la amenaza, sino la destrucci¨®n de la democracia por dentro, por el trabajo roedor del populismo y el nacionalismo. De ah¨ª los desconcertantes comportamientos pol¨ªticos de la ciudadan¨ªa europea: largos periodos presididos por la indiferencia son de pronto interrumpidos por s¨²bitos movimientos kamikazes que parecen apuntar a la explosi¨®n del sistema.
Despu¨¦s del golpe volver¨¢ la indiferencia. Y con el paso de los meses, la izquierda seguir¨¢ sin entender por qu¨¦ se le mueve el suelo -y buscando el modo de confundirse con la derecha para ganar elecciones- y la derecha seguir¨¢ parapetada en el ruido triunfante de la seguridad. La democracia se ir¨¢ degradando. A nadie podr¨¢ extra?ar que los sobresaltos se hagan cada vez m¨¢s frecuentes.
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