Vista a la derecha
El desenlace de la primera vuelta de las presidenciales francesas, catapultando al ultraderechista Le Pen a la primera l¨ªnea de la pugna electoral por la presidencia de la Rep¨²blica, no s¨®lo ha conmocionado a Francia, sino a Europa entera. Francia ha sentido la irrupci¨®n de un l¨ªder xen¨®fobo, ultranacionalista y antieuropeo en el proscenio de su escenario pol¨ªtico como una agresi¨®n a sus valores republicanos de mayor raigrambre. Y Europa ha quedado desconcertada y sin clave alguna para comprender c¨®mo en tan pocos a?os ha podido disolverse el proyecto socialdem¨®crata que parec¨ªa imbatible en los a?os noventa.
Los votos obtenidos por Le Pen -al final, el terremoto lo ha provocado un 2% m¨¢s de sufragios de los que recogi¨® en 1995- pueden tener, sin embargo, un efecto salv¨ªfico. Es posible -y las manifestaciones masivas celebradas ayer en varias ciudades francesas apuntan en ese sentido- que el peligro que representa el Frente Nacional de Le Pen sirva para romper la inercia del centro-izquierda y resucitar un debate imprescindible, tambi¨¦n en la derecha tradicional, sobre los retos formidables que golpean la puerta del Viejo Continente: desde las implicaciones de una Europa integrada hasta el de la inmigraci¨®n.
Los comicios franceses han confirmado m¨¢s all¨¢ de cualquier duda la derechizaci¨®n de la pol¨ªtica continental. Algo que en s¨ª mismo podr¨ªa interpretarse como un intento de adaptarse mejor a los tiempos que vienen, si no fuera porque el viraje viene precedido y acompa?ado en demasiados casos por el auge de formaciones filofascistas. Ese populismo peligroso, fruto del desencanto ciudadano con pol¨ªticas rutinarias, se manifiesta ya en coaliciones de Gobierno en Austria, Italia o Dinamarca. Y la oleada amenaza a Holanda, el pr¨®ximo 15 de mayo, en la persona de Pim Fortuyn. El Frente Nacional de Le Pen ha sido solamente uno de los primeros movimientos xen¨®fobos en consolidarse, pero dista de ser el ¨²nico.
El estupor de Europa es tanto m¨¢s explicable si se considera que hasta hace cuatro a?os los socialdem¨®cratas, generalmente en coalici¨®n, ocupaban 13 de los 15 Gobiernos de la Uni¨®n Europea. Desde entonces, adem¨¢s de Francia, los electores les han dado la espalda en pa¨ªses como Austria, Noruega, Dinamarca, Portugal, B¨¦lgica o Italia. El timbre de alarma suena ahora con particular insistencia en Alemania, con elecciones en septiembre y donde Schr?der, que no parece haber sacado las conclusiones pertinentes, acaba de sufrir un serio revolc¨®n a manos cristianodem¨®cratas en Sajonia-Anhalt. El Reino Unido parece ser la excepci¨®n, el baluarte que ha resistido la marea derechista. Pero es as¨ª porque el primer ministro Blair acometi¨® en su d¨ªa la tarea de trasfundir liberalismo econ¨®mico a un viejo partido izquierdista y m¨ªtico como el laborismo. El resultado ha funcionado en las urnas.
La deriva europea hacia posiciones conservadoras o incluso marginales tiene que ver con la incapacidad del centro-izquierda para consolidar su envidiable posici¨®n de hace unos a?os e impedir de paso la fragmentaci¨®n de la izquierda, tan cruda en la primera ronda francesa y tan cara para Lionel Jospin. Tampoco ha sabido ocupar el centro pol¨ªtico, como ha hecho el laborista Blair. La progresiva vacuidad del discurso pol¨ªtico de los partidos tradicionales, una vez m¨¢s ejemplarmente ilustrada en Francia, ha acabado de impulsar el ascenso de los extremismos populistas en torno a los ejes de la inmigraci¨®n y de la seguridad ciudadana. Uno de los mensajes m¨¢s rotundos de las presidenciales francesas ha sido la atracci¨®n de muchos electores por partidos que hablan claro, aun cuando su mensaje sea funesto, como recurso al abismo entre el discurso pol¨ªticamente correcto de los Chirac o Jospin y la realidad de la calle.
Le Pen se ha beneficiado de todo ello. El 17% obtenido por el caudillo fascista es, en este sentido, un formidable altavoz para su amenazador mensaje de ley y orden. Como consecuencia, la socialdemocracia se ver¨¢ obligada a repensar el cat¨¢logo de sus convicciones, en un entorno que va mucho m¨¢s deprisa que la capacidad de sus l¨ªderes para adaptarse.
Los pol¨ªticos del espectro tradicional temen, con raz¨®n, que fen¨®menos tan cruciales como la inmigraci¨®n y sus secuelas den pie a un auge de los extremismos. Pero es obvio que el viejo modelo social europeo, que ha venido tratando la inmigraci¨®n como una obligaci¨®n humanitaria, no sirve para manejar los cambios producidos por la instalaci¨®n de unos 15 millones de personas de otras partes del mundo en la ¨²ltima d¨¦cada. Europa necesita imperiosamente de los inmigrantes, y la ¨²nica forma de poner coto a la intolerancia creciente es afrontar sin tapujos un tema tan espinoso como masivo.
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