Luto en la 'Kon-Tiki'
En Thor Heyerdahl, que muri¨® el pasado d¨ªa 18, se juntaban dos grandes mitos de la aventura: el de la balsa de troncos primordial que todos hemos so?ado, construido y fletado en los veranos de la infancia -la balsa feliz, voluntaria, activa, tan diferente de la balsa pasiva y tr¨¢gica de los n¨¢ufragos- y el del drakkar, el intr¨¦pido barco vikingo. A trav¨¦s de su rubicunda y audaz personalidad, el desaparecido explorador noruego uni¨® indisolublemente ambos mitos trascendiendo el peque?o gran mundo de Tom Sawyer y Huck Finn y llevando aquella fr¨¢gil embarcaci¨®n de los alegres forajidos de Jackson's Island desde las p¨¢ginas de Mark Twain y los arroyos de la ni?ez hasta el ancho mar de Polinesia.
En la traves¨ªa del fallecido Thor Heyerdahl se un¨ªan el sue?o infantil de la balsa y la aventura del 'drakkar' vikingo
Thor Heyerdahl era uno de los nuestros -incluso ten¨ªa miedo al agua-, con la diferencia de que a ¨¦l su balsa, la Kon-Tiki, le flotaba de verdad, a Dios gracias.
Personalmente, tengo a Heyerdahl por uno de los m¨¢s grandes escandinavos, junto con Nansen, Hamlet y el pirata vikingo Ragnar Lodbrok, apodado Calzones Peludos por los gruesos pantalones que llevaba siempre para protegerse de las serpientes venenosas; no est¨¢ documentado hist¨®ricamente si finalmente le quitaron los pantalones para arrojarlo a un pozo de v¨ªboras, que fue el suplicio al que le conden¨® al apresarlo el rey Aelle de Northumbria (y no a un pozo con perros rabiosos como se muestra en Los vikingos, el gran filme de Richard Fleischer). Claro que, finalmente, Aelle no sali¨® bien librado y los hijos de Ragnar, Ivar el Sinhuesos, Sigurd Ojo de Serpiente y Bjorn Costado de Hierro, llenos de piedad filial, lo sometieron al espantoso, pero etnol¨®gicamente tan interesante, ritual vikingo del ?guila de Sangre, un sacrificio humano a Od¨ªn consistente en abrir la caja tor¨¢cica de la v¨ªctima por la espalda, extraer los pulmones en vida y colocarlos a ambos lados de la columnna para remedar salvajemente unas alas. Al menos para eso no hace falta que te quiten los pantalones.
En fin, Heyerdahl, dec¨ªa. Sus inicios no fueron lo que se dice prometedores. De ni?o le asustaba la oscuridad y era un miedica. No se piense que escribo esto por celos. Lo confiesa el propio Heyerdahl en sus simp¨¢ticas y deslavazadas memorias Tras los pasos de Ad¨¢n (Ediciones B). ?l lo achaca a la sobreprotecci¨®n de su madre. De hecho, su infancia en la peque?a ciudad de Larvik fue como la de cualquiera: su padre era due?o de una f¨¢brica de cervezas, ten¨ªa unas t¨ªas luteranas que denominaban a la ropa interior 'lo innombrable', se construy¨® un igl¨² y su despertar sexual comenz¨® con una cocinera llamada Helga. Un d¨ªa cay¨® al agua y fue arrastrado por la corriente del fiordo de Larvik; lo rescat¨® otro chico, pero le qued¨® un p¨¢nico al agua que no puede sino sorprender en alguien que habr¨ªa de cruzar el Pac¨ªfico, a?os despu¨¦s, a bordo de una balsa. Saber que hay gente capaz de recuperarse de las fobias de manera tan radical resulta reconfortante.
Convertido en joven fornido, Heyerdahl se interes¨® en la geograf¨ªa y la Polinesia, cosa l¨®gica si uno vive junto a un fiordo noruego. Con su novia y futura mujer Liv se lo mont¨® para viajar a Tahit¨ª, singladura en la que tuvo el placer de conocer a Josep Maria de Sagarra. En Tahit¨ª, Thor aprendi¨® a nadar -lo que ser¨ªa clave para su futuro- tras caer en el r¨ªo Papeno al pisar un caracol espinoso. Luego se instal¨® en Fatu Hiva, donde conoci¨® a otro notable, el ex can¨ªbal Tei Tetua, que se hab¨ªa comido de ni?o a un carpintero sueco, y, poeta adem¨¢s de gastr¨®nomo, le explic¨® a Heyerdahl el mito de la llegada de sus antepasados por el mar desde el este. El inicio de la II Guerra Mundial cogi¨® a Thor cazando osos con Clayton Mack (el autor de Grizzlies & white guys) en la Columbia Brit¨¢nica. '?Noruega se ha rendido!', le gritaron cuando pasaba en canoa junto a un muelle. Y ¨¦l pregunt¨®: '?A qui¨¦n?'. Ese desconocimiento no fue ¨®bice para que nuestro hombre se enrolase para luchar contra los nazis en una compa?¨ªa alpina de noruegos libres. Salt¨® en paraca¨ªdas y conoci¨® a los h¨¦roes de Telemark, los tipos que sabotearon la producci¨®n de agua pesada e impidieron que Hitler lograra la bomba at¨®mica. Uno de ellos, Knut Haugland, fue luego tripulante de la Kon-Tiki (como lo fue Torstein Raaby, que colabor¨® en el hundimiento del acorazado Tirpitz).
As¨ª llegamos al 28 de abril de 1947, hace exactamente 55 a?os, el d¨ªa en que Thor Heyerdahl zarp¨® de Per¨² hacia Polinesia (lleg¨® a Raroia, en las Tuamoto, 101 d¨ªas despu¨¦s) con su balsa. Escribo esto y me dan ganas de llorar porque pienso en mi propia Kon-Tiki, realizada -incluidos camareta y esc¨¢lamo- seg¨²n las instrucciones de mi viejo libro Mundo juvenil, y que nunca lleg¨® a navegar m¨¢s que por los sinuosos arroyuelos de mi imaginaci¨®n, en parte porque no logr¨¦ convencer a nadie para que me acompa?ase.
A Heyerdahl su balsa le proporcion¨® fama y le puso a la altura de Leif Erikson, aunque desde el principio tambi¨¦n le dio sinsabores. El relato de la aventura fue rechazado inicialmente por varios editores (luego el libro ha vendido 60 millones de ejemplares) aduciendo que no hab¨ªa en ¨¦l sexo ni ahogados, y toda la vida atorment¨® a Thor el que el estamento cient¨ªfico ninguneara o criticara (con raz¨®n, ay) sus teor¨ªas sobre las conexiones entre culturas antiguas a trav¨¦s del oc¨¦ano.
En la biograf¨ªa de Heyerdahl aparece ocasionalmente el vikingo: le gustaba la denominaci¨®n vikingos del amanecer para los polinesios, investigaba la verdad hist¨®rica detr¨¢s del mito del dios Od¨ªn, y cuando la singladura de otra de sus balsas, la Tigris, qued¨® paralizada por un conflicto internacional, le peg¨® fuego.
Hoy esa estampa es la que me viene a la memoria. Imagino la Kon-Tiki en llamas con el cuerpo de Thor Heyerdahl a bordo, en un magn¨ªfico funeral vikingo que sellara para siempre la uni¨®n entre la balsa y el drakkar. Nuestra Kon-Tiki navegando eternamente hacia donde sale el sol, hermosa, ardiente e indestructible.
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