Los colores de la realidad
En 1975 publica Doctorow (Nueva York, 1931) una novela titulada Ragtime. Quiz¨¢ el lector recuerde tambi¨¦n la exitosa pel¨ªcula de Milos Forman que se bas¨® en ella. En todo caso, la novela supuso la consagraci¨®n de su autor. Tanto novela como pel¨ªcula proceden -la segunda, obligadamente- de un tronco com¨²n: el Manhattan Transfer de John Dos Passos. La est¨¦tica de Doctorow ha sido desde el principio la de una suerte de formalismo realista que tambi¨¦n debe bastante a la influencia del 'nuevo periodismo'. En realidad, se trata de una especie de interacci¨®n por la cual el periodismo acepta la subjetividad y la narrativa incorpora elementos de la realidad en la ficci¨®n. Pero en el caso de Doctorow hay, adem¨¢s, una tercera presencia: la del ciertos aspectos del formalismo experimental de algunos posmodernos como el uso del coloquialismo o la mezcla de estilos. A la vista de esto, cualquiera pensar¨ªa que la narrativa de Doctorow es una narrativa de retales, una especie de patchwork literario. No es as¨ª: Doctorow tiene por costumbre manejar con envidiable habilidad su variado repertorio de recursos.
LA CIUDAD DE DIOS
E. L. Doctorow Traducci¨®n de Dami¨¢n Alou Muchnick. Barcelona, 2002 318 p¨¢ginas. 17 euros
La estructura de La ciudad de Dios no es excesivamente compleja: una enorme cruz que pertenece a la parroquia de St. Timothy's aparece un d¨ªa sobre una sinagoga. El sacerdote la encuentra all¨ª y conoce a la pareja de rabinos que la conducen. El primero -Pem- es episcopaliano afectado por graves dudas de fe; los segundos pertenecen a un juda¨ªsmo evolutivo. Uno y otros se encuentran, pues, en un terreno de heterodoxia, pero la fe de los segundos es firme. Un d¨ªa, el rabino parte a Europa a buscar el diario del gueto donde sobrevivi¨® el padre de ella y all¨ª es apaleado y muerto. El sacerdote -que se ha enamorado de la rabina- parte a su vez en busca del diario -tratando de merecerla a ella, en realidad- y lo trae de vuelta. A todo esto, Pem cuenta a un periodista -Everett, el narrador- lo que le va sucediendo, su angustiada busca de Dios, sus problemas de fe, pero elevados a categor¨ªa poco menos que existencial. Y entonces, alrededor de ellos y por su cuenta, surgen voces, una voz wittgensteiniana, un peliculero, un cient¨ªfico, un vocalista del Midrash Jazz Quartet (que podr¨ªamos traducir como Cuarteto de Jazz Teol¨®gico, pero cuyas iniciales repiten las del legendario Modern Jazz Quartet)... y una que da otra vuelta de tornillo: la fingida narraci¨®n del padre de Sarah, un muchacho entonces, en el gueto de Kaunas que, en realidad, no es tal, sino la ficci¨®n inventada por Everett sobre lo que le cuentan y que, a su vez, somete al juicio de la rabina Sarah; es decir: no ya novela dentro de la novela, sino realismo ficcional dentro de una ficci¨®n realista. El acab¨®se, vamos.
Y todo esto lo maneja Doctorow realmente bien, con soltura y manteniendo el inter¨¦s de un lector al que, sin embargo, le costar¨¢ un poco de coger los mandos: en el peor de los casos, hasta que el relato del gueto en paralelo con el relato del padre y del hermano de Everett en Europa durante, respectivamente, la Primera y la Segunda Guerra Mundial serenan la situaci¨®n. Ah¨ª se cruzan dos historias largas y sostenidas curiosamente rec¨ªprocas: la de la v¨ªctima que se ve obligada a sobrevivir primero y a emigrar despu¨¦s (a Estados Unidos) y la de los salvadores que, cumplida su misi¨®n, regresan a casa (Estados Unidos tambi¨¦n).
Hay en esta novela, adem¨¢s,
un esfuerzo doble que parece el resumen de los esfuerzos literarios de Doctorow. Porque si la novela tiene la caracter¨ªstica de la variedad y el colorido de la realidad expresado en numerosas voces o personajes, tambi¨¦n es cierto que Pemberton -Pem, el sacerdote episcopaliano sometido a examen por sus superiores a causa de su crisis y de alguna extravagancia consecuente- se erige como protagonista y gu¨ªa de la novela y del conflicto dram¨¢tico general que es la b¨²squeda de Dios como representaci¨®n de la b¨²squeda de sentido en el mundo o al Mundo. Es decir, estamos ante una novela multicolor donde los colores b¨¢sicos se dejan ver aunque adem¨¢s se mezclen. En Ragtime, el protagonista es una ciudad, un mundo, una ¨¦poca, antes que fulano o mengano. En La ciudad de Dios, Pem es Pem, sus interlocutores son sus interlocutores y las voces del mundo son las voces del mundo; todo a la vez. ?ste es su mejor valor. En su contra, el abuso de su sistema expresivo y de la exposici¨®n minuciosa que produce una clara impresi¨®n, a ratos de d¨¦j¨¤ vu; pero si el lector es pele¨®n, merece la pena hincarle el diente a este libro.
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