So?ar Madrid: la seguridad
La autora liga el problema de la falta de seguridad ciudadana a la escasez de servicios sociales municipales en la capital
Dije no hace mucho (ver EL PA?S del pasado 7 de marzo) que Madrid se ha convertido en una ciudad embarullada, insolidaria e inh¨®spita. Y es lamentable porque, hasta no hace muchos a?os, era el mejor de los lugares para vivir y un orgullo para sus vecinos. Por eso creo que es preciso volver a hacerlo posible.
Uno de los problemas de esta ciudad, con el que me siento adem¨¢s particularmente sensibilizada, es el de la falta de seguridad ciudadana, unido en cierto modo a la escasez de servicios sociales municipales.
Y cuando me refiero al concepto de seguridad no estoy pensando en esa afirmaci¨®n sospechosamente totalitaria de 'cuanta m¨¢s polic¨ªa, m¨¢s orden', como si la paz y el orden p¨²blico no fuesen posibles sin la presencia amenazante de la autoridad, sino al convencimiento de que la seguridad es cosa de todos.
'El Samur carece de un servicio ambulatorio de atenci¨®n al indigente como el que existe en la ciudad de Par¨ªs'
'Dejar el orden p¨²blico s¨®lo en manos de las fuerzas policiales es aceptar ser ciudadanos d¨¦biles'
Dejar el orden p¨²blico exclusivamente en manos de las fuerzas policiales es aceptar ser ciudadanos d¨¦biles, necesitados de protecci¨®n. En cambio, comprender que estar encerrados en casa bajo siete candados tal vez proporcione tranquilidad, pero roba la libertad (las jaulas, aunque sean de oro, siguen siendo jaulas), y que la seguridad consiste en sentirse tranquilo tambi¨¦n en la calle, aunque sea durante la medianoche, es la convicci¨®n a la que hay que llegar. Ello representa la madurez ciudadana que los madrile?os tenemos, aunque se empe?en en no reconocernos.
Seguridad significa estar convencidos de que van a levantarme si me caigo, que van a auxiliarme si alguien me agrede y que van a asistirme y a ayudarme si sufro un desmayo.
Saber, en definitiva, que no estamos solos. Transmitir a los vecinos de la ciudad estos principios con campa?as de concienciaci¨®n ciudadana en los que se expresen estas ideas con lemas como 'Madrile?o solidario', 'En Madrid nadie est¨¢ solo' o 'Tu vecino es tu amigo' ser¨ªa una buena manera de empezar.
Despu¨¦s cabe reforzar esas propuestas con una acci¨®n iniciada en los m¨¢s peque?os y ampliada a toda la poblaci¨®n, algo que sin duda dar¨ªa sus frutos de manera r¨¢pida. Madrid no fue nunca una ciudad insolidaria ni sus vecinos fueron jam¨¢s ariscos y ego¨ªstas. Hay que impedir que terminemos por cruzarnos de brazos ante modos y costumbres ajenos que pretenden que hagamos propios.
Cualquier pol¨ªtica municipal para la ciudad de Madrid deber¨ªa contener, entre sus postulados ideol¨®gicos, un principio que se antoja esencial: dejar a los madrile?os en paz. Ello supone que no se encuentren ante el portal de su casa, cada ma?ana, una zanja que abre la acera, imposibilitando el tr¨¢nsito peatonal; significa sentirse libres de temer el hundimiento del edificio de viviendas propio, o de un incendio y estar desasistidos en caso de producirse; pero tambi¨¦n es regular el ulular continuo de las sirenas que agreden y contaminan ac¨²sticamente la ciudad de modo constante, y quiere decir otras muchas cosas m¨¢s, como utilizar racionalmente los medios existentes en cuesti¨®n de higiene cuidando de no regar mientras llueve a c¨¢ntaros ni recoger basuras en pleno mediod¨ªa, colapsando el tr¨¢fico.
Significa, en definitiva, respetar la mayor¨ªa de edad de los vecinos de la ciudad, sin obligarles a estar en la permanente zozobra por incomodidades absurdas o decisiones improvisadas o necias, como no conocer si una u otra calle de la capital estar¨¢ cortada sorpresivamente, si su coraz¨®n superar¨¢ el susto del vaciado de contenedores de vidrios en la madrugada, con semejante estr¨¦pito, o si sus hijos volver¨¢n a casa magullados por una carga policial porque han bebido de un botell¨®n en la calle, como hemos hecho todos en nuestra juventud, aunque no queramos recordarlo ahora.
Todo ello se incluye tambi¨¦n en el m¨¢s amplio concepto de seguridad ciudadana, el que m¨¢s interesa a los vecinos. La otra seguridad, la que se refiere a los delitos y faltas, a la existencia de inmigrantes o de espa?oles que delinquen, a los hurtos, robos y agresiones, es competencia policial, como siempre fue y lo sigue siendo en todas las ciudades del mundo. Madrid no es diferente a otras grandes ciudades en estos aspectos de la delincuencia, pero ni los polic¨ªas municipales son fuerzas especiales preparadas para emular a los geo ni el Ayuntamiento de Madrid puede olvidar que tiene otras misiones que cumplir, aunque subsidiariamente tambi¨¦n deba colaborar en impedir este aspecto de la inseguridad ciudadana.
No cabe convertir Madrid en una ciudad insegura porque no se sea capaz de convencer a los vecinos de la solidaridad que deben demostrar y la ineludible necesidad de la convivencia.
En estos d¨ªas, averg¨¹enzan las noches de Madrid tomadas por la polic¨ªa. Y es que se desconf¨ªa de los ciudadanos, como si fuesen menores de edad o limitados de entendimiento: ?es que acaso se cree que los j¨®venes no comprenden que los mayores tienen que descansar, y que los mayores no comprenden que es natural que los j¨®venes se diviertan?
La autoridad tiende a considerar a los ciudadanos faltos de saber y gobierno. Pero as¨ª como nadie erradic¨® jam¨¢s la prostituci¨®n, sino que tan s¨®lo la traslad¨® de lugar, de igual modo nadie conseguir¨¢ que los j¨®venes dejen de divertirse ahora a su modo.
Como mucho, lograr¨¢n lo conseguido: echarlos de grandes plazas para que inunden las peque?as calles. Pero ahora se han empe?ado en una batalla perdida de antemano: no los meter¨¢n en casa a medianoche, como cenicientas, ni se dejar¨¢n de rebelar, afortunadamente. Porque tampoco es esa clase de seguridad la que necesita Madrid.
La seguridad ciudadana tiene demasiados aspectos como para dejarlos todos en las ¨²nicas manos de los cuerpos de polic¨ªa. El mismo Servicio de Ambulancias Municipales de Urgencia (Samur), que tan buena labor realiza, carece de un servicio ambulatorio de atenci¨®n al indigente, como el que existe en Par¨ªs, por ejemplo, con tan admirables resultados.
Aqu¨ª ha de realizarlo una ONG. Y los intentos de crear polic¨ªas de barrio han fracasado porque la seguridad no se mide por el n¨²mero de pistolas en la calle, sino por la cantidad de vecinos decididos a estar prestos a socorrer al pr¨®jimo.
La labor municipal debe encaminarse, tambi¨¦n, a la prestaci¨®n de servicios sociales, con especial atenci¨®n a la asistencia domiciliaria de las personas mayores, de los impedidos y de cuantos vecinos viven solos y, con demasiada frecuencia, desamparados.
Tambi¨¦n en estos casos las ONG est¨¢n obligadas a cumplir una funci¨®n que deber¨ªa ser prioridad municipal. Pero mientras el presupuesto municipal tenga m¨¢s querencia a facilitar el tr¨¢fico mediante t¨²neles y pasos elevados que a prestar seguridad a los vecinos, Madrid se har¨¢ cada vez m¨¢s metr¨®polis y menos hogar, m¨¢s autopista y menos camino vecinal, m¨¢s madriguera y menos ciudad.
Preferir la injusticia al desorden es una cobard¨ªa. Y sentirse inseguro entre casi cuatro millones de vecinos, una necedad de la que s¨®lo puede culparse a quienes no consiguen transmitir que Madrid es, o debe ser, la mejor ciudad para vivir.
Hay que educar para convivir y ello no consiste en prohibir, impedir ni obligar. Cualquiera que sea el municipio que construyamos entre todos despu¨¦s de las pr¨®ximas elecciones habr¨¢ de considerar que los madrile?os no son seres disminuidos ni desconocen el significado de vivir en una gran ciudad, con sus ventajas y sus inconvenientes.
A sus vecinos, Madrid no les viene grande. A su Ayuntamiento de hoy, seguramente.
Francisca Sauquillo es diputada del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo.
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