Modernidad, tradici¨®n y humanismo
La p¨¦rdida de Xavier Montsalvatge significa mucho para la m¨²sica espa?ola, catalana y europea. No exagero ni escribo a impulsos de la triste emoci¨®n del momento; como Xavier mismo, siento la necesidad de expresarme con mesura y equilibrio. Podemos hacerlo con un maestro que ha tenido la fortuna -o se la ha sabido labrar- de cumplir enteramente su ciclo vital y art¨ªstico. Sus noventa a?os de existencia, que cumpli¨® el 11 de marzo, nos deparan m¨¢s de un centenar de composiciones analizables desde la m¨¢s rigurosa coherencia. Al final del estudio en el que debemos ahondar con detenimiento, tendremos todos la segura convicci¨®n de que Montsalvatge fue el que quiso ser. Cosa problem¨¢tica en un mundo cruzado de mutaciones, exigencias, concesiones y hasta sectarismos.
Fue 'el que quiso ser', cosa problem¨¢tica en un mundo cruzado de mutaciones, exigencias, concesiones y hasta sectarismos
Desde 1933, cuando el violinista en ciernes resulta premiado por la Fundaci¨®n Rebell por sus Tres improntus, Montsalvatge talla su perfil con la modernidad, la tradici¨®n y el humanismo con que por entonces hab¨ªa tallado su cabeza juvenil el escultor Manolo Hugu¨¦. Y en las formas en barro, no sabemos bien si sus ojos vac¨ªan la mirada en lejanos ensue?os o en agudo investigar su derredor. El tiempo nos aclarar¨ªa la segunda hip¨®tesis, pues Xavier, en la Catalu?a de los a?os treinta, en la Barcelona emergente de la posrenaixen?a -Sch?nberg como residente, Strawinski, Prokofiev, Poulenc o Falla de visitantes y el triunfo prolongado de los ballets-, buscaba en su interior sus palabras propias. La avizorada pesquisa no era presa de filias ni de fobias, aunque conoc¨ªa, por instinto y raz¨®n, las tentaciones de un Par¨ªs musical que, acaso, estaba en periodo conclusivo y, por iguales motivaciones, ced¨ªa a las llamadas de la intelectualidad y el arte catal¨¢n iluminado por la mediterraneidad clara de luces y contornos y enemiga de la ret¨®rica.
En todo momento se separ¨® la obra de Montsalvatge del nacionalismo general espa?ol a trav¨¦s -como en los Divertimentos de 1938-1940, para piano- de una iron¨ªa saludable que alcanzar¨¢ a la Sonatina para Yvette, de los a?os sesenta, o el Concierto breve que Alicia de Larrocha, Rosa Sabater, Gonzalo Soriano y tantos otros han llevado y pasean por el mundo. Contemplado desde la distancia que proporcionan perspectivas siempre nuevas, todo aquel mundo evocador sin nostalgia del jazz, las habaneras que rastre¨® en viaje con Luj¨¢n por la Costa Brava, o la gestualidad propia de la danza, tiende a reagruparse como antecedente de los empe?os mayores y m¨¢s trascendentes pero, a la vez, revalida la belleza y la sensibilidad de quien -como Alb¨¦niz, Granados, Falla, Mompou- hizo evocacionismo antes que impresionismo.
Y si se trata de uni¨®n de la palabra y la m¨²sica, Dionisio Ridruejo vio con sagacidad que Montsalvatge no se dejaba 'ganar por la carga imaginativa o emocional del poema. Lo que hace es buscar su equivalencia en pura materia de sonidos relacionados y medidos'. As¨ª, en las Canciones negras, ecl¨¦cticas en la mismidad de su ra¨ªz, en los viejos temas religiosos (Invocaciones al crucificado, 1969) o en la po¨¦tica de Huguet, Garc¨ªa Lorca, Alberti, Verdaguer. Y hasta en la m¨²sica de c¨¢mara encontraremos esa traslaci¨®n fugitiva de las ideas po¨¦ticas, literarias o emocionales: Berceuse a la memoria de ?scar Espl¨¢ (1987), Di¨¢logo con Mompou (1988), para tr¨ªo.
Desde los mismos t¨ªtulos acusa Montsalvatge la voluntad transmigratoria y envolvente: Variaciones, Metamorfosis, Caleidoscopio, Aureola, Par¨¢frasis o en la importante Sinfon¨ªa de R¨¦quiem (1968). Desde todos los puntos de vista podemos comprender el calificativo de ecl¨¦ctico usado tantas veces al tratar de Montsalvatge. Debi¨® sufrirlo con paciencia, pues ¨¦l era consciente de que ese eclecticismo formaba parte de su sustancialidad, de su libertad creadora, de su seguir 'cada uno a su gusto y sus tendencias' cual proclamara Manuel de Falla. Hemos contrastado muy recientemente la potencia dram¨¢tico-po¨¦tica, la l¨®gica concatenaci¨®n de un rico juego de valores hijos de la certeza m¨¢s que de la duda, con el estreno, a cuarenta a?os de su composici¨®n, de la ¨®pera Babel 46 en el Teatro Real de Madrid y en 2004 en el Liceo de Barcelona, algo propio y revelador de un magisterio que, a estas alturas, nadie niega al m¨²sico que se nos ha marchado, todav¨ªa en activo, por mera extinci¨®n de su vida consagrada a la m¨²sica. Como en el caso de Frederic Mompou -amigo del alma y 'hermano mayor' de Xavier-, todos pluraliz¨¢bamos su individualidad para decir: los Mompou, los Montsalvatge. La soledad de Elenita, la viuda de Montsalvatge, no tendr¨¢ horas enteramente vac¨ªas, pues el legado que recibe, vivido con pasi¨®n d¨ªa a d¨ªa, reclama, por derecho, cuidado y acci¨®n propagadora. Los premios acumulados, los ¨¦xitos tangibles, la intensidad de la acci¨®n compartida ha de tener continuidad en la futura extensi¨®n de una obra con lugar alto y propio en la cultura contempor¨¢nea.
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