Profetas de paz, profetas de guerra
'Escucha y atestigua contra la casa de Israel', dijo Dios a Am¨®s. Acaso ning¨²n pueblo ha producido profetas m¨¢s implacables contra sus propios errores, contra sus propios pecados, como el pueblo jud¨ªo. En 1980 publicamos en la Revista Vuelta el testamento estremecedor de un moderno Am¨®s. Era una carta abierta al primer ministro Begin titulada La patria peligra, escrita semanas antes de morir por el eminente historiador israel¨ª Jacob Talmon. La pol¨ªtica de asentamientos y la ocupaci¨®n de los territorios palestinos en Cisjordania y Gaza -sosten¨ªa Talmon- constitu¨ªan 'un error fatal': 'El deseo de dominar e incluso gobernar una poblaci¨®n extranjera hostil que difiere de nosotros en idioma, historia, econom¨ªa, cultura, religi¨®n, conciencia y aspiraciones nacionales es una tentativa de revivir el feudalismo... La combinaci¨®n de sometimiento pol¨ªtico y opresi¨®n nacional y social es una bomba de tiempo'.
De sus estudios sobre nacionalismo europeo, Talmon extra¨ªa lecciones claras: la anexi¨®n de territorios y la confiscaci¨®n de tierras, lejos de contribuir a la seguridad interna de Israel, la socavar¨ªa por entero; la 'autonom¨ªa administrativa' propuesta para los territorios era tan ilusoria como la que a principio de siglo privaba en los dominios del Imperio Austroh¨²ngaro, un orden artificial que estall¨® en pedazos y condujo a la Primera Guerra Mundial. Ning¨²n conflicto 'tan complicado y te?ido de emoci¨®n, irracionalidad, temores y sentimientos de venganza' se hab¨ªa resuelto en la historia sin el consejo, la mediaci¨®n y hasta la participaci¨®n directa de las potencias de su tiempo, pero la familia internacional se mostraba reacia a intervenir constructivamente, e Israel -que en su momento hab¨ªa contado con la comprensi¨®n de muchas naciones- se volv¨ªa cada vez m¨¢s un pa¨ªs aislado.
M¨¢s ominoso a¨²n que esos problemas era el resurgimiento de una variante peligrosa del mesianismo jud¨ªo que hab¨ªa interpretado la victoria en la Guerra de los Seis D¨ªas de 1967 como una especie de compensaci¨®n metahist¨®rica a la tragedia del Holocausto. Muchos colonos de los asentamientos, como la secta mesi¨¢nica de Gush Emunim, lo cre¨ªan as¨ª y reclamaban derechos no s¨®lo hist¨®ricos, sino m¨ªsticos sobre las tierras b¨ªblicas en Cisjordania. 'Nada hay m¨¢s despreciable ni da?ino que usar sanciones religiosas en un conflicto entre naciones', advert¨ªa Talmon, coincidiendo con Gershom Scholem, la mayor autoridad del siglo XX en misticismo jud¨ªo. Esta mezcla maligna de la esfera religiosa con la pol¨ªtica corr¨ªa el riesgo de 'provocar en los musulmanes una yihad' y desvirtuaba por completo el sentido espiritual de Israel y el legado moral del pueblo jud¨ªo. A los sionistas originales -recordaba Talmon, aportando un dato central que a menudo se olvida, desconoce o distorsiona- no los inspiraban expectativas religiosas, sino un proyecto socialista de liberaci¨®n nacional, la b¨²squeda de un espacio de dignidad para un pueblo paria e inerme, perseguido por dos milenios. A diferencia de aquellos primeros colonos provenientes de Rusia o Europa del Este, que hab¨ªan llegado a la tierra de sus remotos antepasados a sembrar y arar, a erigir una sociedad justa e igualitaria en convivencia pac¨ªfica con los ¨¢rabes, los nuevos colonos, protegidos por tanques y helic¨®pteros, ven¨ªan a subyugar, a imperar.
Talmon no vivi¨® para ver cumplidas sus profec¨ªas. En la implacable dial¨¦ctica de la historia, la ocupaci¨®n y los asentamientos exacerbaron vertiginosamente la conciencia nacional palestina. A partir de la primera Intifada (1989) hubo una esperanzadora sucesi¨®n de momentos pl¨¢sticos en los que la historia parec¨ªa d¨²ctil (Madrid, Oslo y la Casa Blanca), pero la situaci¨®n se deterior¨® hasta desembocar en el infierno actual. Aunque las razones de ese deterioro son muy complejas, a 35 a?os de la Guerra de los Seis D¨ªas puede afirmarse con total certeza que una parte de la responsabilidad en el fracaso -s¨®lo una parte- es atribuible a los gobiernos de Israel. Aquel profeta, como Am¨®s, ten¨ªa raz¨®n.
En Israel -pa¨ªs democr¨¢tico dotado de una prensa libre y un poder judicial independiente- nunca han faltado, aun en estos tiempos aciagos, voces y corrientes pol¨ªticas cr¨ªticas, liberales y seculares que piensen como Talmon y busquen a toda costa la paz y la seguridad a cambio del retiro integral de los territorios ocupados (David Ben Gurion la propuso, de hecho, en 1967), el desmantelamiento de los asentamientos, el apoyo a la creaci¨®n del Estado palestino e incluso -cosa inimaginable hace unos a?os- la conversi¨®n de Jerusal¨¦n en la capital separada de ambos pueblos. ?sa fue, en esencia, la postura del laborismo de Rabin y Peres, la que priv¨® en las conferencias de Madrid en 1991 y la Casa Blanca en 1993 (donde, a partir de los principios de Oslo, se cre¨® la Autoridad Palestina). ?se fue, sobre todo, el esp¨ªritu que Ehud Barak llev¨® a Camp David y la propuesta que los representantes de ambos bandos estaban a punto de consolidar en las negociaciones de Taba, Egipto, en el a?o 2001. (En ellas se hab¨ªa pactado la devoluci¨®n del 96% de los territorios ocupados). ?Por qu¨¦ fracasaron? En lo sustancial, por obra y gracia de Yasser Arafat. Fue Arafat quien inexplicablemente frustr¨® esa soluci¨®n pol¨ªtica que habr¨ªa llevado al establecimiento inmediato del Estado palestino. Fue ¨¦l quien -en otro giro cruel de la dial¨¦ctica hist¨®rica- provocar¨ªa la ca¨ªda estrepitosa del laborismo y preparar¨ªa el ascenso de su enemigo hist¨®rico, el torvo general Sharon. Esa decisi¨®n de Arafat evit¨® que lo rebasara su ala radical, pero implic¨® necesariamente la apuesta definitiva por el terrorismo martirol¨®gico de su propio pueblo. ?sa es la otra parte de la verdad. Por desgracia, no hay profetas palestinos o ¨¢rabes que (viviendo en esos pa¨ªses) la admitan, critiquen o condenen.
Tampoco parece haber profetas ¨¢rabes que se?alen la responsabilidad hist¨®rica de sus autocr¨¢ticos gobiernos en la tragedia actual. A menos de que se objete, a estas alturas, el derecho de Israel a existir (derecho que Egipto y Jordania aceptaron hace tiempo y que ahora los otros pa¨ªses ¨¢rabes han comenzado a considerar), esa responsabilidad es may¨²scula. Desde un principio, en 1948, Jordania, Egipto, Siria, L¨ªbano, Irak y Arabia Saudita rechazaron la resoluci¨®n 181 de la ONU que ordenaba el establecimiento de dos Estados, uno jud¨ªo y otro palestino. Su prop¨®sito declarado era 'echar a los jud¨ªos al mar', no apoyar a sus hermanos palestinos. Los territorios que ahora son el centro de la querella (Gaza y Cisjordania, incluida Jerusal¨¦n) permanecieron en manos egipcias y jordanas por 19 a?os -con cientos de miles de palestinos hacinados en campos
de refugiados- sin que a esos gobiernos se les hubiese ocurrido jam¨¢s establecer en ellos el Estado palestino. En 54 a?os de existencia, Israel ha vivido como un pa¨ªs sitiado, sin fronteras seguras (caso ¨²nico en el mundo); ha librado cinco guerras, soportado amenazas nucleares de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica y misiles de Irak. Cuando Anuar el Sadat se atrevi¨® a negociar la paz por la tierra, lo consigui¨®: a cambio de las fronteras seguras y definidas, Israel retir¨® sus asentamientos y devolvi¨® la pen¨ªnsula del Sina¨ª. El orden logrado por Sadat ha perdurado hasta ahora, pero su ejemplo de realismo pol¨ªtico parece cada d¨ªa m¨¢s remoto. Muri¨® asesinado por fan¨¢ticos pose¨ªdos de una fe m¨¢s incendiaria e irreductible que todas las pasiones nacionalistas juntas: el fundamentalismo isl¨¢mico, que despu¨¦s de siglos de rumiar sus agravios en la penumbra volver¨ªa al escenario mundial (primero con Jomeini, ahora con Al Qaeda y otras organizaciones) ondeando la bandera de la guerra santa contra Occidente.
En medio de la dantesca confrontaci¨®n de nuestros d¨ªas suenan en Israel nuevas voces prof¨¦ticas como las reunidas alrededor del diario Ha'aretz (ejemplo de objetividad a contracorriente): el periodista Gedeon Levy, que ped¨ªa una respuesta pacifista, casi gandhiana, a su propio pueblo; o el escritor Amos Oz, que condena la operaci¨®n militar ordenada por Sharon igual que el terrorismo suicida auspiciado por Arafat. Pero del lado ¨¢rabe se escuchan pocas voces similares. (Una excepci¨®n es el escritor Sari Nussebeih.) Por desgracia, las voces que predominan son otras, muy distintas; voces que recuerdan el mensaje sangriento del profeta fundador: 'Quien no busque el martirio en estos d¨ªas debe despertar a la mitad de la noche y preguntarse: ?D¨ªos m¨ªo!, ?por qu¨¦ me has despojado de la posibilidad del martirio en tu nombre? El m¨¢rtir vive cerca de Al¨¢... ?Al¨¢, acepta a los m¨¢rtires en tus altos cielos, muestra a los jud¨ªos un oscuro d¨ªa, aniqu¨ªlalos, eleva la bandera de la yihad en toda esta tierra!'. (Serm¨®n del imam Sheikh Ibrahim Madhi en la mezquita Sheikh 'Ijlin de Gaza, trasmitido en vivo por la televisi¨®n de la Autoridad Palestina el 12 de abril de 2002).
?Y d¨®nde est¨¢n, a todo esto, los profetas seculares, los intelectuales europeos, los herederos de Sartre, Camus, Aron, Orwell, Bertrand Russell y Ortega y Gasset? Casi todos reprueban, con raz¨®n plena, la ofensiva de Sharon. Pero esos mismos escritores han mostrado mucho menor sensibilidad hacia los ataques suicidas contra civiles indefensos, de todas las edades, en los caf¨¦s, autobuses, mercados y calles de Israel. Esas escenas de terrorismo no alcanzan las mismas primeras planas que las fotograf¨ªas de Ramala. La acci¨®n militar de Sharon (a mi juicio, inadmisible y contraproducente) no es equiparable con los genocidios serbios contra la poblaci¨®n musulmana en Bosnia, donde murieron cientos de miles de personas. No obstante, las palabras terribles se usan con ligereza y mala fe: 'genocidio', 'limpieza ¨¦tnica'. Seg¨²n el autor brit¨¢nico Ian Buruma, hay una evidente doble moral en la visi¨®n de Europa ante el conflicto, y su ra¨ªz est¨¢ en el miedo y la culpa. Miedo de verse involucrada en una situaci¨®n que recuerde su propio pasado colonial, y oportunidad de liberarse de esa culpa deslind¨¢ndose del nuevo 'eje del mal': Estados Unidos e Israel. Buruma pod¨ªa haber agregado tres datos m¨¢s: la demograf¨ªa (el peso de los 20 millones de musulmanes europeos), la dependencia del petr¨®leo ¨¢rabe y el nuevo antisemitismo. En la 'correcci¨®n pol¨ªtica' frente a las tiran¨ªas ¨¢rabes y al terrorismo fundamentalista Europa puede estar repitiendo la ingenua historia de Chamberlain en 1938: creyendo firmar la 'paz para nuestro tiempo', dio tiempo a la maquinaria de guerra hitleriana. Y algo m¨¢s: Europa, que a trav¨¦s de los siglos discrimin¨®, persigui¨®, expuls¨® y, en no pocas instancias, extermin¨® a sus jud¨ªos (a millones de ellos), tiene el deber de equilibrar y ponderar, con responsabilidad hist¨®rica y moral, sus posturas ante el conflicto.
Hay un pa¨ªs europeo que podr¨ªa modificar levemente su postura, no para variar su rechazo a Sharon, pero s¨ª para se?alar con claridad la responsabilidad de Arafat. Espa?a, que sufre agudamente el azote terrorista. Espa?a, que fue el escenario hist¨®rico de la convergencia espiritual entre ¨¢rabes y jud¨ªos. Espa?a, a la cual los ni?os ¨¢rabes recuerdan como el id¨ªlico 'Al-Andalus' y los ni?os jud¨ªos estudian en sus escuelas como la 'Era dorada de Sefarad'. Espa?a, la de Averroes y Maim¨®nides, la de Ibn Jazim de C¨®rdoba y Yehuda ha Levy, podr¨ªa jugar, como lo ha hecho ya alguna vez, un papel central en una reconciliaci¨®n hist¨®rica que ahora se ve imposible. Pero para atenuar los odios teol¨®gicos se requieren profetas de paz, no de guerra. Escuchas que alcen la voz contra los errores de ambas partes. Testigos de la verdad, no de la propaganda.
Enrique Krauze es historiador mexicano y director de la revista Letras Libres.
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