El fin de todos los sue?os
No queda nada del sue?o americano en la generaci¨®n de j¨®venes escritores estadounidenses que toma la palabra en Habr¨¢ una vez, la antolog¨ªa recopilada por Juan Francisco Merino. En los 25 relatos de la antolog¨ªa no queda de ese sue?o ni el leve rastro que pueden dejar la ca¨ªda de una hoja en un paisaje nevado de New Hampshire o la fuga de un lagarto en el desierto de Arizona. Lo que emerge de las p¨¢ginas de Habr¨¢ una vez es un l¨²cido, amargo y fascinante autorretrato de una sociedad que, en la c¨²spide de su potencia tecnol¨®gica y econ¨®mica y de su liderazgo imperial sobre el planeta, ha pasado moralmente desde el sue?o hasta la pesadilla. Una sociedad que, en materia de principios y valores, se descompone inexorablemente, como el cad¨¢ver de un mapache en el Rock Creek Park.
HABR? UNA VEZ. ANTOLOG?A DE CUENTO JOVEN NORTEAMERICANO
Selecci¨®n y traducci¨®n de Juan Francisco Merino Alfaguara. Madrid, 2002 540 p¨¢ginas. 19,25 euros
En Habr¨¢ una vez, la violencia tiene una presencia constante, s¨®lo superada por el desamor
Los cuentos de Habr¨¢ una vez son pu?etazos al h¨ªgado propinados por los escritores norteamericanos nacidos en los a?os sesenta y setenta del siglo XX, los que crecieron sabiendo que Marilyn Monroe se hab¨ªa suicidado en circunstancias oscuras, John F. Kennedy hab¨ªa sido asesinado a¨²n no se sabe muy bien por qui¨¦n, las mafias s¨®lo hab¨ªan efectuado una reconversi¨®n industrial y su pa¨ªs se hab¨ªa manchado de mierda y de sangre en Vietnam. Desde Charles D'Ambrosio hasta Gish Jen, pasando por Antonya Nelson y Elissa Wald, sorprende en estas historias cortas la dureza y el desencanto de las miradas de sus autores, propios de gente que no cree en Camelot.
Tambi¨¦n sorprende su extraordinaria madurez estil¨ªstica, en la que se encuentra la huella de los cl¨¢sicos estadounidenses, como Hemingway, Faulkner, Hammet o Chandler, y los John Cheever, Tobias Wolf y Raymond Carver que renovaron en los ochenta el g¨¦nero del relato corto. Los norteamericanos, es sabido, son grandes narradores; en sus escuelas primarias tienen una gran importancia los ejercicios diarios de Show & Tell, en los que los alumnos muestran a sus compa?eros alg¨²n objeto al que le tienen aprecio y cuentan una historia relacionada con el mismo. Estos ejercicios son m¨¢s importantes que el aprendizaje memor¨ªstico o el desarrollo del racionamiento l¨®gico, y el resultado es que los estadounidenses son muy fluidos a la hora de hablar, de contar. Esto les hace grandes vendedores, oradores eficaces y entretenidos y narradores excelentes.
Como su m¨²sica y su cine, la literatura norteamericana es profundamente realista. Los estadounidenses son excelentes para describir su sociedad con detalle, profundidad y sinceridad. As¨ª que los temas de los cuentos de Habr¨¢ una vez, que fueron escritos en los a?os noventa, los del esc¨¢ndalo protagonizado por Bill Clinton y Monica Lewinsky y las matanzas en centros escolares materializadas por ni?os y adolescentes, son el divorcio, la incomunicaci¨®n entre padres e hijos y el hundimiento sistem¨¢tico, casi ineluctable, de las familias; la cr¨®nica violencia cotidiana que se dispara f¨¢cilmente por la v¨ªa de las muchas armas en circulaci¨®n; la angustia de los accidentes de avi¨®n, la frecuencia de los atropellos por conductores borrachos y la tristeza de la vida en coma hospitalario; la ansiedad e indefensi¨®n que provocan la rapacidad del sistema de seguros y del complejo m¨¦dico y sanitario, y la b¨²squeda de un sexo sucio y clandestino.
En Habr¨¢ una vez, la violencia tiene una presencia constante. El protagonista adolescente de La punta, de Charles D'Ambrosio, descubre a su padre suicidado de un disparo y dice: 'Nunca m¨¢s, mientras viva, quiero volver a encontrar una persona muerta. Ya ni siquiera era una persona, s¨®lo una cosa destrozada, como basura aplastada'. En Incursi¨®n nocturna, de Brady Udall, un hombre, tras irrumpir en la casa donde vive su hijo con su ex esposa y el nuevo marido de ella, asegura: 'En ese instante habr¨ªa vuelto la escopeta contra m¨ª mismo si hubiese sido capaz de localizar el maldito seguro'. Y en Navidad, Jamaica Plain, de Melanie Rae Thon, una prostituta negra relata: 'Ten¨ªa un cuchillo, largo como los de abrir pescado. Vest¨ªa ropa de camuflaje pero no se ocultaba. Miraba ensimismado su pulgar, de repente lo lami¨® y le dio un corte profundo; empezaron a salir burbujas de sangre'.
S¨®lo el desamor supera a la vio
lencia en este autorretrato norteamericano. El protagonista de Brownsville, de Tom Piazza, reflexiona: 'Si ella no me amaba, ?por qu¨¦ simplemente no me lo dijo? Le pregunt¨¦ por qu¨¦ me hab¨ªa mentido y contest¨® que ten¨ªa miedo de decirme la verdad'. Y el ni?o de Frenillo, de John Fulton, vive angustiado porque su padre, reci¨¦n divorciado, le acosa telef¨®nicamente para que le confiese d¨®nde ha ocultado su madre un coche Mustang, lo ¨²nico que al tipo le interesa salvar del naufragio de su familia.
'Ahora quiero que me diga d¨®nde duele', se lee en Terapia, la historia de la relaci¨®n entre una 'dominatriz' -una profesional del sadomasoquismo- y su psic¨®logo. Esta frase es la clave de ese cuento, escrito por Elissa Wald, una bailarina de strip-tease, y quiz¨¢ de toda la antolog¨ªa. Estados Unidos es a¨²n una sociedad joven, abierta y pujante, pero su agotamiento moral, expresado en el cine en un filme tan hermoso y perturbador como American Beauty, es obvio, y ah¨ª es donde le duele. El m¨¢s crudo inter¨¦s gu¨ªa su acci¨®n exterior; el dinero corrompe su vida pol¨ªtica y le impide dotarse de un sistema de solidaridad social, y el ego¨ªsmo, el consumismo y el escapismo minan la existencia de sus habitantes y les hacen infelices. El 11-S podr¨ªa haber cambiado eso, podr¨ªa haber hecho a los norteamericanos m¨¢s sensibles al dolor ajeno, pero, a la postre, s¨®lo reaviv¨® los sentimientos patrioteros y belicistas. Habr¨¢ una vez se lee febrilmente porque es un espejo tan exacto como delicado de estas realidades.
Tierra de oportunidades
ESTADOS UNIDOS, eso s¨ª, sigue siendo tierra de oportunidades. El renacimiento del relato corto en la superpotencia est¨¢ estrechamente vinculado a las abundantes facilidades concedidas a los escritores en potencia. Como se?ala en su pr¨®logo Juan Fernando Merino, estos escritores disponen en muchas universidades de una amplia oferta de cursos y talleres que les permiten aprender junto a grandes maestros y materializar bajo su tutela sus primeros cuentos. Merced a un sistema de becas casi tan generoso como el ofrecido a los deportistas, esos cursos y talleres son f¨¢cilmente accesibles a cualquiera con talento. Gish Jen, una hija de inmigrantes chinos, recibi¨® una beca del Instituto Radcliffe para que dedicara un a?o entero a la escritura, y el resultado es En un d¨ªa como ¨¦ste. Tambi¨¦n tienen los autores noveles norteamericanos muchos espacios para publicar sus primeros cuentos. Unos son las muchas y buenas revistas total o parcialmente consagradas a la literatura, como The New Yorker, Atlantic Monthly y Esquire. Hechos como el que estas revistas sean de gran circulaci¨®n o el que exista en el pa¨ªs una tupida y muy popular red de bibliotecas p¨²blicas desmienten el t¨®pico que presenta a los estadounidenses como un pueblo de paletos. Asimismo hay revistas inequ¨ªvocamente comerciales como Play Boy que, adem¨¢s del contenido er¨®tico, abren sus p¨¢ginas a narradores desconocidos con la ¨²nica condici¨®n de que su material sea bueno. Entre los autores de Habr¨¢ una vez que han recibido el apoyo de Play Boy figuran Brady Udall, autor de Incursi¨®n nocturna, y Joshua Henkin, autor de Turbulencia, un relato en el que una joven telefonea a su padre desde un avi¨®n y le dice: 'Voy a morir. Vamos a morir todos'. J. V.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.