Blindaje
Se llama Klez y es un mal bicho. Su historia es vulgar; es decir, tan peligrosa como la de cualquiera que espera agazapado una oportunidad para imponer su ley. Ha estado emboscado, durmiente, con paciencia ejemplar, hasta ese momento: lleg¨®, vaya casualidad, al mismo tiempo que la explosi¨®n de Le Pen. Justamente los d¨ªas de m¨¢xima violencia en el f¨²tbol, en Oriente Pr¨®ximo o entre las parejas; los d¨ªas en que la desconfianza hacia el otro pareci¨® reclamar necesidades acuciantes de blindaje total. Llov¨ªa a mares. Los tel¨¦fonos se cortaban y la luz se apag¨® cuando Klez hizo acto de presencia.
La amenaza -su verdadero nombre es W32/Klez.I- empez¨® como sin querer. Primero fueron se?ales y gui?os: los correos electr¨®nicos no llegaban. Nadie le dio m¨¢s importancia que la que se otorga a un anuncio habitual de tormenta. Luego comenz¨® su insidioso ataque de criatura mutante capaz de autorreproducirse sin control hasta aniquilar todo lo dem¨¢s. Hoy, Klez, ese veneno, ese mal bicho, ese virus que invade lo que no existe, ha engullido miles, quiz¨¢ millones, de ordenadores del planeta. Entre ellos el m¨ªo.
La cosa es grave: una criatura virtual desregulada se apodera de un territorio imaginario. Pero todo ello es real como este art¨ªculo. La m¨¢gica red de redes, el invento del siglo XXI, la gran esperanza blanca, tiembla y se estremece ante el incontrolable y creciente ataque de incontables gusanos: mi correo recibe un bombardeo de cientos de mensajes sin sentido. Ahora mismo, mientras espero el cuarto antivirus definitivo -es decir, el arma presuntamente letal que elimina la amenaza real sobre lo no existente-, s¨¦ que un Klez de tres cabezas me vigila, oculto en las entra?as de esta m¨¢quina en la que introduzco las palabras que escribo. Y ¨¦l sabe que yo s¨¦ que, a la que ¨¦l pueda -y puede mucho- actuar¨¢ sin misericordia para que estas letras, cuidadosamente escritas y pensadas, cargadas de intenci¨®n, conformen un caos imposible, un cruce de cables sin fin, un malentendido perpetuo. O sea, la nada.
Esa nada es el habitat que ¨¦l, artera y concienzudamente, construye para engullirlo todo en la sinraz¨®n. Su enemigo, pues, en esta guerra -se trata, amigos, de una guerra en toda regla, de una guerra de dimensiones desconocidas-, es la raz¨®n, el sentido, la intenci¨®n, el proyecto. Klez es un posmoderno de futura generaci¨®n, disfruta promoviendo la pesadilla global. Ni Hitchcock hubiera podido imaginar sus estragos en los cerebros, sus efectos devastadores sobre la psique, su potencia creadora de hooligans donde antes hab¨ªa pacifistas. Nadie sabe de d¨®nde sale, ni eso importa. Nadie sabe a¨²n c¨®mo pararlo y los expertos aconsejan s¨®lo limpiezas, lo cual indica la suciedad extrema de su existencia.
'No hay vacunas', me han dicho los expertos, extra?ados de que alguien les pregunte por las causas de lo incausado. 'Limpie y prep¨¢rese para la guerra. Puede probar un cortafuegos'. De milagro que no me recomiendan la bomba at¨®mica. Limpieza, cortafuegos, cierre de fronteras, delincuencia, mafia: Klez, esencia del miedo, legitima la extrema derecha inform¨¢tica. Le Pen es s¨®lo un aprendiz. En la red del correo electr¨®nico, amigos, no hay polic¨ªa ni mossos, y el antivirus, el cortafuego y la limpieza son unos caros guardaespaldas privados -acaso impotentes como todo fuego purificador- ante la invasi¨®n del mal descontrolado y la violencia letal. Pero a los expertos les sigue pareciendo un episodio, un juego de ni?os instalarse un blindaje completo ante la amenaza real de un mal bicho virtual. Tienen raz¨®n: la culpa es de quienes cre¨ªmos en el mundo feliz de la inform¨¢tica y de la electr¨®nica. Hoy he matado a Klez, sin piedad alguna. Y espero, en pie de guerra, a su sucesor.
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